“Cada uno de nosotros, cualquiera que sea nuestro
puesto en la Iglesia, debe preguntarse si quiere seguir a Jesús con la
docilidad de los pastores o con la autoprotección de Herodes, seguirlo en la
crisis o defendernos de Él en el conflicto”, es la invitación que el Papa
Francisco dirigió la mañana de este lunes, 21 de diciembre, a los miembros del
Colegio Cardenalicio y de la Curia Romana en su Discurso con ocasión del
intercambio de saludos por la Navidad, a quienes recibió en audiencia en el
Aula de las Bendiciones del Vaticano.
Los hombres no han nacido para morir sino para comenzar
El discurso del
Santo Padre, estructurado en 10 puntos, parte de la observación de la filósofa
hebrea, Hanna Arendt, quien afirma que, la Navidad es el misterio del
nacimiento de Jesús de Nazaret que nos recuerda que «los hombres,
aunque han de morir, no han nacido para eso sino para comenzar»,
desmontando de esta forma el pensamiento de su maestro Heidegger, según el cual
el hombre nace para ser arrojado a la muerte. Arendt además reconoce esta
verdad luminosa: «El milagro que salva al mundo, a la esfera de los asuntos
humanos, de su ruina normal y “natural” es en último término el hecho de la
natalidad».
“Esta fe y esperanza en el mundo encontró tal vez su
más gloriosa y sucinta expresión en las pocas palabras que en los evangelios
anuncian la gran alegría: Les ha nacido hoy un Salvador”
El programa de vida
sugerido por San Pablo
Ante el Misterio de
la Encarnación, así como frente al Misterio Pascual, señala el Pontífice,
encontramos el lugar adecuado sólo si somos inermes, humildes, esenciales; sólo
después de haber puesto en práctica en el ambiente en el que vivimos
—incluyendo la Curia Romana— el programa de vida sugerido por San Pablo:
«Desaparezca de ustedes toda amargura, ira, enojo, insulto, injurias y
cualquier tipo de maldad. Sean bondadosos unos con otros, sean compasivos y
perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó en Cristo»; sólo “revestidos
de humildad”, imitando a Jesús «manso y humilde de corazón»; sólo después de
habernos colocado «en el último puesto» y habernos hecho “siervos de todos”.
“A este propósito, San Ignacio en sus Ejercicios llega
hasta el punto de pedir que nos imaginemos estar en la escena del nacimiento,
haciéndome yo —escribe— un pobrecito y esclavito indigno, mirándolos,
contemplándolos y sirviéndolos en sus necesidades”
Esta Navidad es la
Navidad de la pandemia
Al dirigir su
mirada al mundo de hoy, el Papa Francisco señala que, esta Navidad es la
Navidad de la pandemia, de la crisis sanitaria, socioeconómica e incluso
eclesial que ha lacerado cruelmente al mundo entero. La crisis ha dejado de ser
un lugar común del discurso y del establishment intelectual
para transformarse en una realidad compartida por todos. Por ello, puntualiza
el Papa, este flagelo ha sido una prueba importante y, al mismo tiempo, una
gran oportunidad para convertirnos y recuperar la autenticidad. Recordando
el Momento
Extraordinario de Oración en tiempos de pandemia del pasado 27 de marzo,
el Santo Padre explica el significado de la tempestad que golpea al mundo.
“La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y
deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos
construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos
muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y
da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad…”
Hacer renacer un
deseo mundial de hermandad
En este sentido, el
Santo Padre subraya que, la Providencia quiso que en este tiempo difícil haya
podido escribir Fratelli tutti, la Encíclica dedicada al tema de la
fraternidad y de la amistad social. Y una gran lección nos llega de los
Evangelios de la infancia, afirma el Pontífice, donde se narra el nacimiento de
Jesús, es la de una nueva complicidad y unión que se crea entre los
protagonistas: María, José, los pastores, los magos y todos aquellos que, de un
modo u otro, ofrecieron su fraternidad, su amistad para que el Verbo que se
hizo carne fuera acogido en las tinieblas de la historia.
“Anhelo que en esta época que nos toca vivir,
reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre
todos un deseo mundial de hermandad. Entre todos: He ahí un hermoso secreto
para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura. Nadie puede pelear la
vida aisladamente…”
Una breve reflexión
sobre el significado de la crisis
La crisis de la
pandemia, afirma el Papa Francisco, es una buena oportunidad para hacer una
breve reflexión sobre el significado de la crisis. “La crisis es un fenómeno
que afecta a todo y a todos. Está presente en todas partes y en todos los
períodos de la historia, abarca las ideologías, la política, la economía, la
tecnología, la ecología, la religión. Es una etapa obligatoria en la historia
personal y social. Se manifiesta como un acontecimiento extraordinario, que
siempre causa una sensación de inquietud, ansiedad, desequilibrio e
incertidumbre en las decisiones que se deben tomar. Como recuerda la raíz
etimológica del verbo krino: la crisis es esa criba que limpia el
grano de trigo después de la cosecha”.
Personajes en
crisis que cumplen la historia de la salvación
Incluso la Biblia
está llena de personas que han sido “tamizadas”, de “personajes en crisis” que,
sin embargo, a través de estas cumplen la historia de la salvación. Por
ejemplo, la crisis de Abrahán, que abandonó su tierra y tuvo que vivir la gran
prueba de tener que sacrificar su único hijo Isaac a Dios; la crisis de Moisés
se manifestó en la desconfianza de sí mismo; Elías, el profeta tan fuerte que
era comparado con el fuego, en un momento de gran crisis incluso anheló la
muerte, pero luego experimentó la presencia de Dios; a Juan el Bautista le
asaltó la duda sobre la identidad mesiánica de Jesús; y finalmente, la crisis
religiosa de Pablo de Tarso: sacudido por el deslumbrante encuentro con Cristo
en el camino de Damasco, se vio obligado a dejar sus seguridades para seguir a
Jesús. Pero la crisis más elocuente fue la de Jesús. Los Evangelios sinópticos
enfatizan que Él inauguró su vida pública a través de la experiencia de la
crisis vivida en las tentaciones. Más tarde, Jesús se enfrentó a una crisis
indescriptible en Getsemaní. Por último, llegó la crisis extrema en la Cruz: la
solidaridad con los pecadores hasta el punto de sentirse abandonado por el
Padre.
“En ese hombre probado por el ayuno, el Tentador
experimentó la presencia del Hijo de Dios que supo cómo vencer la tentación a
través de la Palabra de Dios. Jesús nunca dialogó con el diablo: o lo
expulsaba, o lo obligaba a manifestar su nombre. Con el diablo nunca se
dialoga”
El tiempo de crisis
es un tiempo del Espíritu
Esta reflexión
sobre la crisis, señala el Papa Francisco, nos pone en guardia ante el peligro
de juzgar precipitadamente a la Iglesia por las crisis que causaron los
escándalos de ayer y de hoy, como lo hizo el profeta Elías que, al desahogarse
con el Señor, le presentó una narración desesperanzadora de la realidad. Con
qué frecuencia incluso nuestros análisis eclesiales parecen historias sin
esperanza. Una lectura desesperada de la realidad no se puede llamar realista.
La esperanza da a nuestros análisis lo que nuestra mirada miope es tan a menudo
incapaz de percibir. “Dios sigue haciendo germinar las semillas de su Reino
entre nosotros. Aquí en la Curia hay muchos que dan testimonio con su trabajo
humilde, discreto, silencioso, leal, profesional y honesto”. Nuestra época
también tiene sus problemas, pero también tiene el testimonio vivo del hecho de
que el Señor no ha abandonado a su pueblo, con la única diferencia de que los
problemas aparecen inmediatamente en los periódicos, en cambio los signos de
esperanza son noticia sólo después de mucho tiempo, y no siempre.
“Quienes no miran la crisis a la luz del Evangelio, se
limitan a hacer la autopsia de un cadáver. La crisis nos asusta no sólo porque
nos hemos olvidado de evaluarla como nos invita el Evangelio, sino porque nos
hemos olvidado de que el Evangelio es el primero que nos pone en crisis”
No confundir la
crisis con el conflicto
El Santo Padre
afirma que, la crisis generalmente tiene un resultado positivo, mientras que el
conflicto siempre crea un contraste, una rivalidad, un antagonismo
aparentemente sin solución, entre sujetos divididos en amigos para amar y
enemigos contra los que pelear, con la consiguiente victoria de una de las
partes. La lógica del conflicto siempre busca “culpables” a quienes
estigmatizar y despreciar y “justos” a quienes justificar, para introducir la
conciencia —muchas veces mágica— de que esta o aquella situación no nos
pertenece. Esta pérdida del sentido de pertenencia común favorece el
crecimiento o la afirmación de ciertas actitudes de carácter elitista y de
“grupos cerrados” que promueven lógicas limitadoras y parciales, que empobrecen
la universalidad de nuestra misión.
La Iglesia,
entendida con las categorías de conflicto —derecha e izquierda, progresista y
tradicionalista—, fragmenta, polariza, pervierte y traiciona su verdadera
naturaleza. La Iglesia es un Cuerpo perpetuamente en crisis, precisamente
porque está vivo, pero nunca debe convertirse en un Cuerpo en conflicto, con
ganadores y perdedores. En efecto, de esta manera difundirá temor, se hará más
rígida, menos sinodal, e impondrá una lógica uniforme y uniformadora, tan
alejada de la riqueza y la pluralidad que el Espíritu ha dado a su Iglesia.
“La novedad introducida por la crisis que desea el
Espíritu no es nunca una novedad en oposición a lo antiguo, sino una novedad
que brota de lo antiguo y que siempre la hace fecunda”
De cada crisis
emerge la necesidad de renovación
Pero si realmente
queremos una renovación, evidencia el Papa, debemos tener la valentía de estar
dispuestos a todo; debemos dejar de pensar en la reforma de la Iglesia como un
remiendo en un vestido viejo, o la simple redacción de una nueva Constitución
apostólica. No se trata de “remendar un vestido”, porque la Iglesia no es
simplemente el “vestido” de Cristo, sino su cuerpo que abarca toda la historia.
Nosotros no estamos llamados a cambiar o reformar el Cuerpo de Cristo —«Jesucristo
es el mismo ayer, hoy y siempre» (Hb 13,8)—, sino que estamos llamados a vestir
ese mismo Cuerpo con un vestido nuevo, para que se manifieste claramente que la
Gracia que se posee no viene de nosotros sino de Dios.
“Si nos dejamos guiar por el Espíritu Santo, cada día
nos acercaremos más a «toda la verdad» (Jn 16,13). Por el contrario, sin la
gracia del Espíritu Santo, podemos incluso comenzar a pensar en la Iglesia de
modo sinodal, pero, en lugar de hacer referencia a la comunión, se la concibe como
una asamblea democrática cualquiera, formada por mayorías y minorías. Sólo la
presencia del Espíritu Santo hace la diferencia”
¿Qué hacer durante
la crisis?
En primer lugar,
aceptarla como un tiempo de gracia que se nos ha dado para descubrir la
voluntad de Dios para cada uno de nosotros y para toda la Iglesia. Es necesario
entrar en la lógica aparentemente contradictoria de que «cuando soy débil,
¡entonces soy fuerte!». Se debe recordar la garantía que dio San Pablo a los de
corinto: «Dios es fiel, y él no permitirá que sean probados por encima de sus
fuerzas, sino que junto con la prueba hará que encuentren el modo de
sobrellevarla». Es fundamental no interrumpir el diálogo con Dios, aunque sea
agotador. No debemos cansarnos de rezar siempre. No conocemos otra solución a
los problemas que estamos experimentando que rezar más y, al mismo tiempo,
hacer todo lo que podemos con mayor confianza.
“La oración nos permitirá esperar contra toda
esperanza”
Dejemos de vivir en
conflicto y vivamos en camino
El camino siempre
tiene que ver con verbos de movimiento. La crisis es movimiento, es parte del
camino. El conflicto, en cambio, es un camino falso, es un vagar sin objetivo
ni finalidad, es quedarse en el laberinto, es sólo una pérdida de energía y una
oportunidad para el mal. Y el primer mal al que nos lleva el conflicto, y del
que debemos tratar de alejarnos, es propiamente la murmuración, el chismorreo,
que nos encierra en la más triste, desagradable y sofocante autorreferencia, y
convierte cada crisis en un conflicto. El Evangelio nos dice que los pastores
creyeron en el anuncio del ángel y se pusieron en camino hacia Jesús (cf. Lc
2,15-16). Herodes, por el contrario, se cerró ante el relato de los magos y
transformó su cerrazón en mentiras y violencia (cf. Mt 2,1-16).
“Permítanme que les pida expresamente a todos los que,
junto conmigo, están al servicio del Evangelio el regalo de Navidad: Su
colaboración generosa y apasionada en el anuncio de la Buena Nueva,
especialmente a los pobres. Recordemos que conoce verdaderamente a Dios quien
solamente acoge al pobre que viene de abajo con su miseria”
Renato Martínez -
Ciudad del Vaticano
Vatican News