El Papa Francisco escribió en Evangelii gaudium sobre el Kerygma, a saber, que debe estar al principio, en medio y al final de toda proclamación cristiana”
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El nuevo Cardenal Raniero Cantalamessa |
Un rostro conocido por su sencillez de
fraile, que durante 40 años predica al Papa y a la Curia Romana. Llamado a esta
misión por San Juan Pablo II, fue reconfirmado por Benedicto XVI y luego por el
Papa Francisco. Ha escrito libros y, en el pasado, mantuvo una columna en RAI
Uno, sin perder nunca ese rasgo sereno y humilde y ese vínculo tan fuerte con
la Orden de Frailes Menores Capuchinos a la que pertenece.
Como predicador de la Casa Pontificia,
desde 1980, ha realizado meditaciones cada año para el Papa y la Curia Romana
en los momentos fuertes del año litúrgico. Ante la pregunta de qué se siente al
predicarle al Santo Padre y dónde encuentras la inspiración para sus
meditaciones, respondió:
“En
realidad los papeles, en este caso, están invertidos. Es el Papa quien predica
al predicador y al resto de la Iglesia. A veces, cuando Juan Pablo II me daba
las gracias después de la predicación, le decía que el verdadero sermón era el
que él me daba a mí y a toda la Iglesia. ¡Un Papa que cada viernes a las 9 de
la mañana, en Adviento y en Cuaresma, encuentra tiempo para ir a escuchar la
predicación de un simple sacerdote de la Iglesia!”
También nos dijo que desde el principio,
fresco de la experiencia del bautismo en el Espíritu, fue persuadido de que lo
que más se necesita, en el centro como en el resto de la Iglesia, no es una
proclamación moral o moralista sobre vicios y virtudes, o vibrantes denuncias
del mundo contemporáneo, como se hizo durante siglos antes del Concilio
Vaticano II. Sino que lo que se necesita en cambio es una predicación
kerigmática que anuncie, y haga casi respirar, el señorío de Cristo.
“Tuve
la alegría de encontrar una confirmación mucho más autorizada en este sentido
en lo que el Papa Francisco escribió en Evangelii gaudium sobre el Kerygma, a
saber, que debe estar al principio, en medio y al final de toda proclamación
cristiana”
Teniendo en cuenta que está particularmente
apegado a la experiencia de la Renovación en el Espíritu, le hemos preguntado,
a su juicio, qué papel juegan los movimientos en la Iglesia de hoy,
especialmente en el camino ecuménico:
“Lo
que he hecho en mi ministerio ecuménico ha sucedido, en parte, gracias a mi
oficio de predicador pontificio, pero más aún, creo, a la experiencia del
Espíritu Santo y del nuevo Pentecostés que los cristianos han hecho juntos en
las distintas Iglesias. Para nosotros los católicos éste fue un fruto del
Vaticano II que San Juan XXIII concibió como la ocasión de un nuevo Pentecostés
para la Iglesia. En 1977, después de mucha resistencia, me rendí y durante una
estancia en los Estados Unidos recibí lo que – con las palabras de Jesús en
Hechos 1, 5 – se llama ‘el bautismo en el Espíritu’”
Y explicó que fue la
mayor gracia de su vida, después del bautismo, la profesión religiosa y la
ordenación sacerdotal. “Una gracia que ha renovado y vigorizado todas las gracias
anteriores y que yo recomendaría hacer a todos, cada uno en la forma y según la
ocasión que el Espíritu les ofrezca. El Papa Francisco no deja pasar la ocasión
de recordárnoslo: una verdadera renovación de la vida cristiana y de la Iglesia
sólo puede tener lugar ‘en el Espíritu Santo’".
Por
otra parte nos dice también que “la misma unidad de los cristianos es obra
suya”. Lo que impulsa a los creyentes de las distintas denominaciones
cristianas a superar las barreras creadas por siglos de oposición es lo mismo
que, en un principio, empujó a la Iglesia apostólica a abrirse primero a los
"judíos observantes de todas las naciones" (el día de Pentecostés) y
después a los propios paganos (en la casa del centurión Cornelio). Viendo que
Dios concede su Espíritu – a menudo con las mismas manifestaciones y fenómenos
externos idénticos – a personas ajenas a la Iglesia Católica, yo también me vi
obligado a concluir como Pedro en el caso de Cornelio: "Si, pues, Dios les
ha dado el mismo don que a nosotros, por creer en el Señor Jesucristo, ¿quién
era yo para interponerse en el camino de Dios?". Y añadió que sabe con
certeza “que la misma constancia es la que ha llevado a más de un protestante y
pentecostal a cambiar su actitud hacia los católicos. Hablo de la Renovación
Carismática, pero todos los movimientos eclesiales, me parece, están yendo por
este camino”.
Dispensado
de la ordenación episcopal
Al
pedirle que explique el significado de su petición de ser dispensado de la
ordenación episcopal prescrita por el derecho canónico para aquellos que
reciben la púrpura cardenalicia, nos dijo:
“Ser consagrados obispos no
es un título honorífico, es una misión. De obispos uno se llega a ser pastores
y a mi edad, 86 años, no habría podido ser pastor de una parte del pueblo, por
lo que preferí pedir al Santo Padre la dispensa, también porque así puedo
seguir siendo un fraile capuchino a todos los efectos, algo que con la
ordenación episcopal me hubiera sido arrebatado. Esto no es nada nuevo, otros,
tanto durante el pontificado de Juan Pablo II como de Benedicto XVI y del Papa
Francisco, lo hicieron”
El Papa, en el
Consistorio en el fueron creados cardenales, les recordó que si
sentirán que dejan de ser pastor cercano al pueblo y sólo
"eminencia", estarán "fuera del camino", exhortándolos a
seguir el camino de Jesús, el camino del "Siervo del Señor". A la
pregunta de cómo resuenan en él estas palabras afirmó:
“En mi corazón resuenan con
fuerza y son plenamente compartidas, por lo que estoy muy contento de continuar
mi misión como Predicador Apostólico y de ir por allí llevando la Buena Nueva,
hasta que mi salud me permita ‘servir’ como lo he hecho durante cuarenta años”
Considerando
que en el Consistorio llevaba el tradicional hábito marrón de fraile capuchino,
le preguntamos cuán importante es esa pertenencia en la historia de su
vocación, a lo que respondió: “Cuando tenía doce años escuché el llamado
del Señor y con tal claridad que nunca pude dudar de él en el resto de mi vida.
Siempre lo he considerado un especial e inmerecido regalo de Cristo, por el que
sólo puedo dar gracias. Me ha sucedido, a veces, hablar de ello en retiros a
jóvenes, para ayudarlos a descubrir los signos de una vocación, o a personas
consagradas para animarlas a redescubrir, bajo todos los acontecimientos de su
vida, esa semilla de la que todo ha florecido y encontrar en ella la fuerza
para un nuevo comienzo”.
“Después de 60 años de vida
consagrada franciscana, dejar el hábito por la púrpura me pareció casi negar
los valores particulares de mi Padre San Francisco y perder mi identidad. Con
su benévola concesión, el Papa Francisco me hizo un gran regalo, permitiéndome
llegar a la muerte con mi sayo y siendo un fraile capuchino”
Debora Donnini – Ciudad del Vaticano
Vatican News