“Enséñanos a contar nuestros días y llegaremos a la sabiduría del corazón” es el título de la primera predicación de Adviento realizada este 4 de diciembre por el cardenal Raniero Cantalamessa.
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2020.12.04 Predica de Adviento (Vatican Media) |
«Memento mori!»
Cantalamessa
evidenció la realidad humana de la que la muerte es parte: “Memento mori”:
recuerda que morirás y puntualizó que se puede hablar de la muerte de dos
maneras diferentes: en clave kerigmática o en clave sapiencial. La primera
consiste en proclamar que Cristo ha vencido a la muerte. La segunda, la forma
sapiencial, consiste en “reflexionar sobre la realidad de la muerte tal como se
presenta a la experiencia humana, con el fin de sacar lecciones de ella para
vivir bien. Es la perspectiva en la que nos situamos en esta meditación”.
El Predicador
de la Casa Pontificia afirma que el modo sapiencial de hablar sobre la muerte
está presente en la Biblia, en el cristianismo y en todas las culturas. En la
época actual, también lo hallamos en el pensamiento moderno.
Cantalamessa
cita a los autores Jean-Paul Sartre, Martin Heidegger. Refiriéndose a los
planteamientos del segundo afirma: “¿Qué es entonces —se pregunta el filósofo—
ese «núcleo sólido, seguro e infranqueable», al que la conciencia recuerda al
hombre y sobre el que debe basarse su existencia, si quiere ser «auténtica»?
Respuesta: ¡Su nada! Todas las posibilidades humanas son, en realidad,
imposibilidades. Todo intento de proyectarse y de elevarse es un salto que
parte de la nada y termina en la nada[1]”.
Recordando a
San Agustín, el Predicador dirá: “también había anticipado esta intuición del
pensamiento moderno sobre la muerte, pero para sacar de ello una conclusión
totalmente diferente: no el nihilismo, sino fe en la vida eterna”.
En la escuela
de la «hermana muerte»
Ante un mundo
que enfatizó los avances tecnológicos y las conquistas de la ciencia, Cantalamessa
afirma: “La presente calamidad ha venido a recordarnos lo poco que depende del
hombre «proyectar» y decidir su propio futuro”., por eso, continúa: “No hay
mejor lugar para colocarse para ver el mundo, a uno mismo y todos los
acontecimientos, en su verdad que el de la muerte. Entonces todo se pone en su
justo lugar”.
Ver el mundo
desde la perspectiva caótica no ayuda a “descifrar su significado”, sin
embargo, afirma Cantalamessa, “Mirar la vida desde el punto de vista de la
muerte, otorga una ayuda extraordinaria para vivir bien. ¿Estás angustiado por
problemas y dificultades? Adelántate, colócate en el punto correcto: mira estas
cosas desde el lecho de muerte. ¿Cómo te gustaría haber actuado? ¿Qué
importancia darías a estas cosas? ¡Hazlo así y te salvarás! ¿Tienes una
discrepancia con alguien? Mira la cosa desde el lecho de muerte. ¿Qué te
gustaría haber hecho entonces: haber ganado o haberte humillado? ¿Haber
prevalecido o haber perdonado?”
Pensar en la
muerte nos impide “apegarnos a las cosas (…) El hombre, dice un salmo, «cuando
muere no se lleva nada consigo, ni desciende con él su gloria» (Sal 49,18) (…)
La hermana muerte es una muy buena hermana mayor y una buena pedagoga. Nos
enseña muchas cosas; basta que sepamos escucharla con docilidad.
Cantalamessa
subraya que la muerte nos enseña la importancia de reconciliarnos con nosotros
mismo y con los prójimos. Pero también es importante en el campo de la
evangelización. “El pensamiento de la muerte es casi la única arma que nos
queda para sacudir del letargo a una sociedad opulenta, a la que le ha sucedido
lo que le ocurrió al pueblo elegido liberado de Egipto: «Comió y se sació, —sí,
engordó, se cebó, engulló— y rechazó al Dios que lo había hecho» (Dt 32,15)”.
Esta es la
tarea asignada a los profetas, recordarle al pueblo la solución al dilema: “La
cuestión sobre el sentido de la vida y de la muerte desempeñó un papel notable
en la primera evangelización de Europa y no se excluye que pueda desempeñar uno
análogo en el esfuerzo actual por su re-evangelización”.
«Alabado seas
Señor, por la hermana muerte corporal»
“Jesús libera
del miedo a la muerte a quien lo tiene, no al que no lo tiene e ignora
alegremente que debe morir. Vino a enseñar el miedo a la muerte eterna a
aquellos que sólo conocían el miedo a la muerte temporal”, afirma Cantalamessa.
“La «muerte segunda», la llama el Apocalipsis (Ap 20,6). Es la única que
realmente merece el nombre de muerte, porque no es un tránsito, una Pascua,
sino una terrible terminal de trayecto”.
Raniero
Cantalamessa continúa su prédica afirmando: “Lo que da a la muerte su poder más
temible para angustiar al hombre y atemorizarle es el pecado. Si uno vive en
pecado mortal, para él la muerte todavía tiene el aguijón, el veneno, como
antes de Cristo, y por eso hiere, mata y envía a la Gehena. No temáis —diría
Jesús— a la muerte que mata el cuerpo y luego no puede hacer nada más. Temed a
esa muerte que, después de haber matado el cuerpo, tiene el poder de arrojar a
la Gehena (cf. Lc 12,4-5). ¡Quita el pecado y has quitado también a tu muerte
su aguijón!”
El Predicador
recuerda que en la eucaristía Jesús nos hizo partícipes de su muerte para
unirnos a él. Por eso: “Participar en la Eucaristía es la forma más verdadera,
más justa y más eficaz de «prepararnos» a la muerte. En ella celebramos también
nuestra muerte y la ofrecemos, día a día, al Padre (…) En ella «hacemos
testamento»: decidimos a quién dejar la vida, por quién morir”.
El Predicador
de la Casa Pontificia finalizó su alocución diciendo: Con todo esto, no le
hemos quitado el aguijón al pensamiento de la muerte, su capacidad de
angustiarnos y que Jesús también quiso experimentar en Getsemaní. Sin embargo,
estamos al menos más preparados para acoger el mensaje consolador que nos llega
de la fe y que la liturgia proclama en el prefacio de la Misa de difuntos:
Porque la vida
de tus fieles, Señor,
Hablaremos de esta mansión eterna en los cielos, si Dios quiere, en la próxima meditación”.
[1] Ib. II, c. 2, § 58, p. 346.
Manuel Cubías
- Ciudad del Vaticano
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