![]() |
Dominio público |
Pero él respondió: -«Os lo aseguro: no os conozco.»
Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora” (Mateo 25,1-13).
I. La parábola (Mt 25,
1-13) y la liturgia de hoy, se centra en el esposo que llega a medianoche, en
un momento inesperado, y en la disposición con que encuentra a quienes han de
participar con él en el banquete de bodas, especialmente las diez vírgenes que
habían recibido un encargo de confianza: Aguardarlo con las lámparas encendidas
con el aceite necesario.
El
esposo es Cristo que llega a una hora desconocida; las vírgenes representan a
toda la humanidad; unos se encontrarán vigilantes, con buenas obras; otros,
descuidados, sin aceite para las lámparas: es el instante en que llega Dios a
cada alma, el momento de la muerte. Para nosotros lo primero en la vida, lo
verdaderamente importante, es entrar en el banquete de bodas que Dios mismo nos
ha preparado.
Todo
lo demás es relativo y secundario: el éxito, la fama, la pobreza o la riqueza,
la salud o la enfermedad. Todo eso será bueno si nos ayuda a mantener la
lámpara encendida con una buena provisión de aceite, que son las buenas obras,
especialmente la caridad.
II. Inmediatamente después de la muerte tendrá lugar el juicio llamado particular, en que el alma, con una luz recibida de Dios, verá en unos instantes y con toda profundidad los méritos y las culpas de su vida en la tierra, sus buenas obras y sus pecados.
¡Qué alegría nos darán entonces nuestras jaculatorias, las genuflexiones hechas con amor, las horas de trabajo ofrecidas a Dios, las obras de misericordia, la sonrisa que nos costó cuando estábamos cansados! ¡Qué dolor por las veces que ofendimos a Dios, las horas de estudio o de trabajo que no merecieron llegar hasta el Señor, las oportunidades perdidas para hablar de Dios! ¡Qué pena por tanta falta de generosidad y de correspondencia a la gracia!, ¡Qué pena por tanta omisión! Inmediatamente después de la muerte, entrará al banquete de bodas o se encontrará con las puertas cerradas para siempre.
Meditemos hoy
sobre el estado de nuestra alma y el sentido que le damos a nuestros días. ¡Sé
bien, Señor, que nada de lo que hago tiene sentido si no me acerca a Ti!
III. “Hay olvidos que no son falta de memoria, sino falta de amor” (SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, cita por F. SUÁREZ. Después) La persona que ama no se olvida de la persona amada. Cuando el Señor es lo primero no nos olvidamos de Él. Vigilad, pues, porque no sabéis el día ni la hora.
Para eso necesitamos hacer bien el examen diario de conciencia, que ponga ante nuestros ojos, con la luz divina, los motivos últimos de nuestros pensamientos, obras y palabras, y poder aplicar con prontitud los remedios oportunos. Nuestra Señora nos ayudará a purificar nuestra vida, y nuestro Ángel Custodio no nos abandona ahora ni en el momento de nuestra muerte.