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Deseo vivir, amar para siempre, soñar sin
límites, avanzar, caminar, volar, abrazar, esperar, sonreír, llorar, callar,
hablar con pasión, confiar, liberar, aceptar, comprender, compadecerme, alabar,
agradecer. Y súbitamente la muerte parece poner fin a todo lo importante.
Se detiene el tiempo. Se para el reloj en el
minuto menos esperado. El calendario deja de avanzar. Y las horas quedan
muertas, tendidas sobre el papel.
¿Cómo podré hacer para resucitar la muerte,
para devolver la vida perdida? ¿Cómo volver a nacer sin haberme perdido nada?
¿Y cómo volver a ese segundo no deseado en
el que dejó de latir la vida? ¿Cómo rebobinar hacia el pasado buscando el
momento desde el que poder cambiar el futuro y que todo sea diferente y no haya
muerte, sólo vida?
Deseo vivir desde que pisé llorando el
umbral de mi historia. Y me adentré temeroso tomando decisiones en un camino
sin regreso.
Y heme aquí hoy, no importan mis años, sigo
hilvanando pasos con la precisión de un cirujano. Un nuevo sí, un nuevo
comienzo. Una aventura, un desliz. Una confusión, un acierto.
Y se van cayendo de mi lado personas que
pensaba eternas. Desgranando
su vida dejaron de poseerla. Y la soledad se adentró en mis entrañas con esa
dureza extraña que tiene el dolor de la pérdida.
Y quise devolver la vida al que la había
perdido, a quien amaba. No queriendo dejar que se vayan de mi lado los que he
amado. Los retengo con fuerza aferrándome a su pérdida.
No entiendo que la muerte tenga la última
palabra. Porque así lo parece en medio de pasos humanos. Cuando el cielo queda
lejos, distante. Y yo no quiero perder a quienes amo.
Dejar de ver a quienes me aman. Romper el
encuentro, la amistad. Despedir a mi padre, a mi madre. Queda lejos el cielo, o
a mí me lo parece.
Duele la distancia y la ausencia no
deseada. Mi corazón se rebela. Jesús mismo, cuando dijo que iba a morir,
escuchó la voz de Pedro que no deseaba su sufrimiento. Yo tampoco.
Ante la enfermedad cierro los ojos, no
quiero la muerte de los que amo. Y
tampoco deseo que acabe nada de lo que ahora vivo.
O tal vez sí quiero que pase lo que no
comprendo, lo que me cuesta, lo que hoy me duele. Que pase esta pandemia con
olor a muerte. Que pase esta crisis que amenaza mi vida.
La amenaza de la muerte siempre está
cerca. Y más que provocarme miedo, despierta todas mis fuerzas.
La vida es corta y quiero aprovecharla.
Quiero amarla y amar en ella a todos los que quiero amar. No quiero que el
tiempo se me escape sin amor. Lo comenta el padre José Kentenich:
«Es preciso que aprendan a amar. Y si no lo
he aprendido, no entenderé absolutamente nada del mundo del amor. Si no se ha
despertado en mí el mundo del amor, todo lo que se diga del mismo seguirá
siendo para mí un asunto vago y nebuloso. Aquel en quien se haya despertado el
mundo del amor entenderá lo que quiere decir: – Quien no ama permanece en la
muerte. 1 Jn 3, 14».
El amor es más fuerte que la muerte
porque persevera y vive más allá de la despedida final, del último adiós.
Me resisto a vivir un amor que dure sólo
unos años. Quiero que dure siempre. Que no se acabe nunca el amor que Dios ha
sembrado en mi vida desde que comenzó todo.
Cada vez que acaricio la muerte tomo más
conciencia de lo importante. Sin tiempo no hay amor. Necesito tiempo para amar,
para dejarme amar.
El que no ama vive en la muerte. No lo
deseo. Quiero vivir, quiero amar para siempre.
No le tengo miedo a la muerte porque Dios me ha prometido la vida, el cielo, el paraíso. Me ha dicho que con Él ya no
habrá llanto ni lágrimas.
Todo el dolor será barrido de mi alma y
quedará sólo el consuelo del encuentro, del abrazo.
Pero eso será entonces, cuando todo acabe,
cuando todo empiece. Y de momento me tomo en serio mis días, mi presente lleno
de vida, mi momento en el que elijo el camino que sigo, el camino de la vida.
Y no me pierdo en excusas esperando
momentos que no llegan. Pretendiendo amar a otros mientras me busco a mí mismo
de forma enfermiza y me pongo por delante de todos.
¿Cuánto aprenderé a amar de verdad, como
Dios me ama? ¿Cuándo
sabré que habrá merecido la pena todo lo que he hecho?
Me da miedo el sufrimiento que el amor
provoca. Pero no me importa sufrir si es por amor. Si me duele la pérdida es que estoy sano.
Y mi dolor tiene un valor que huele a cielo
y eso me vale para seguir soñando, para seguir amando. Aunque me duela dentro.
Aquí algunas sugerencias de la Biblia sobre
cómo será el cielo:
Sólo quiero que Jesús me muestre siempre el
camino al cielo. Quiero seguir sus huellas llenas de esperanza. Estoy hecho
para la vida que brota de su pecho.
No temo la perdida, no retengo con miedo a
quien amo. Lo dejo ir, me estará cuidando mientras camino y luego me estará
esperando.
Yo sigo mi camino y simplemente dejo que
Dios haga milagros con mis manos y teja sueños eternos con mis dedos.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia