Siempre he
sido una persona muy despistada, pero últimamente, ¡estoy alcanzando récords
preocupantes!
El problema
lo conozco de sobra: llevo algo en las manos, se me cruza alguna cosa por el
camino, dejo lo que llevaba en cualquier parte, ¡y se me olvida! Total, que me
paso el día preguntando: “¿Alguien ha visto dónde he puesto mi jersey?”, “He
perdido el spray del bonsai...” “¿Sabéis dónde he dejado la capita?”...
“¡Ay,
Señor!”, le decía el otro día, cuando perdí un libro, “Lo peor de todo es que,
si estoy así ahora, ¿qué va a ser de mí dentro de 20 años? ¡No voy a encontrar
ni mi celda!”
Pero, en
fin, a fuerza de buscar, ahora ya he encontrado una técnica: ir deshaciendo mis
pasos, recordar todos los lugares en los que he estado, ¡y en alguno de ellos
aparece el objeto perdido!
De pronto el
Señor me iluminó este hecho. Sí, porque tal vez tú no pierdas las llaves o la
cartera, pero, ¿quién no pierde algún día la paz?
En esta
sociedad tan eficaz, parece que lo importante es correr hacia adelante, no
detenerse... y, sin embargo, si tu corazón va herido, lo más seguro es que
acabe atascado, o hiriendo a los demás.
Cristo
considera que eres tan valioso que se ha quedado a tu lado para que puedas
encontrarle en cualquier momento, ¡Él sale a buscarte! Y está dispuesto a
dedicar todo el tiempo que necesites para reconstruirte. ¿Dónde has perdido la
paz?
Hoy el reto
del amor es deshacer el camino. A lo largo de la jornada, en cuanto sientas que
estás intranquilo, ¡detén la marcha! Pregúntale a Cristo qué es lo que te ha
pasado: puede ser una mala contestación, o un gesto inapropiado, un descuido...
Ponlo en manos de Cristo, deja que Él te reconstruya, pide perdón y, ahora sí,
¡a seguir caminando! ¡Feliz día!
VIVE DE
CRISTO
Fuente:
Dominicas de Lerma