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| Shutterstock | Steve Allen |
Puede
que imaginemos un cielo repleto de personas santas, pero algo alejadas de
nosotros: personas de otros siglos, con vidas perfectas, tan
admirables que no nos creemos dignos de imitarles… ¿El cielo se nos queda como algo
inalcanzable? Nada más lejos de la realidad.
La
fiesta de Todos los Santos está en el calendario para que recordemos que
también nosotros podemos llegar a la santidad. Hay
muchos santos que están en el cielo y no sabemos sus nombres ni se hizo un
proceso de canonización para llevarlos a los altares, pero están
gozando de Dios e interceden por nosotros. Y son muchos
más que los que hay en el santoral con nombre y fecha de
celebración. Qué menos que dedicarles especialmente un día.
El
santo es la persona que ha llegado al cielo y goza de la felicidad eterna, o
sea, para siempre. Llegó al cielo en directo o lo alcanzó después de
purificarse un tiempo en el purgatorio. Pero el caso es que recibió el premio
final, el que todos estamos llamados a conseguir y
en el que intervienen la gracia de Dios por un lado y nuestra respuesta
personal por otro.
¿Has
pensado alguna vez que en tu familia pudo haber santos? Es
posible, por qué no. Hombres y mujeres que vivieron una vida cristiana
desempeñada seguramente en las tareas profesionales y en un ámbito familiar que
no llamaba la atención, pero que lucharon por ser amigos
de Dios y responder a su llamada. Personas que vivieron
las virtudes en grado heroico, o sea, al máximo.
En estos días en que se acerca el mes de noviembre, que la Iglesia dedica especialmente a los difuntos, recordamos especialmente a nuestros familiares y rezamos por sus almas.
Descubramos lo cerca que estaban de Dios, hablemos de ellos a los más
pequeños de la familia y recemos por todos para que
estén ya en el cielo. Aunque el santoral no los recoja con nombre y apellido, la fe nos
dice que si fueron santos o ya cumplieron el purgatorio, estarán allí. En la fiesta de Todos los Santos se celebra a esos «santos
anónimos» pero reales.
