CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS
Dominio público |
Hoy los sacerdotes
pueden celebrar tres veces la Santa Misa en sufragio por quienes ya nos
precedieron. Los fieles pueden ganar indulgencias y aplicarlas también por los
difuntos.
“En aquel tiempo, Jesús
dijo a sus discípulos: “Cuando venga el Hijo del hombre, rodeado de su gloria,
acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria. Entonces
serán congregadas ante él todas las naciones, y él, apartará a los unos de los
otros, como aparta el pastor a las ovejas de los cabritos, y pondrá a las
ovejas a su derecha y a los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el rey a los
de su derecha: “venid, benditos de mi padre; tomad posesión del Reino preparado
para vosotros desde la creación del mundo; porque estuve hambriento y me
disteis de comer, sediento y me disteis de beber, era forastero y me
hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis,
encarcelado y fuisteis a verme”.
Los justos le
contestarán entonces: “Señor ¿Cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer,
sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o
desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o encarcelado y te fuimos a
ver?”. Y el rey les dirá: “Yo os aseguro que, cuando lo hicisteis con el más
insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicisteis”
Entonces dirá también a
los de la izquierda: “Apartaos de mí, malditos; id al fuego eterno, preparado
para el diablo y sus ángeles, porque estuve hambriento y no me disteis de
comer, sediento y no me disteis de beber, era forastero y no me hospedasteis,
estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y encarcelado y no me visitasteis”.
Entonces ellos le responderán: “Señor, ¿Cuándo te vimos hambriento o sediento,
enfermo o encarcelado y no te asistimos?” Y él les replicará: “Yo os aseguro
que, cuando no lo hicisteis con uno de aquellos más insignificantes, tampoco lo
hicisteis conmigo”. Entonces, irán éstos al castigo eterno y los justos a la
vida eterna” (Mateo 25,31-46).
I.
En este mes de noviembre la Iglesia nos invita con más insistencia a rezar y a
ofrecer sufragios por los fieles difuntos del Purgatorio. Con estos hermanos
nuestros, que «también han sido partícipes de la fragilidad propia de todo ser
humano, sentimos el deber que es a la vez una necesidad del corazón de
ofrecerles la ayuda afectuosa de nuestra oración, a fin de que cualquier
eventual residuo de debilidad humana, que todavía pudiera retrasar su encuentro
feliz con Dios, sea definitivamente borrado».
En
el Cielo no puede entrar nada manchado, ni quien obre abominación y mentira,
sino sólo los escritos en el libro de la vida. El alma afeada por faltas y
pecados veniales no puede entrar en la morada de Dios: para llegar a la eterna
bienaventuranza es preciso estar limpio de toda culpa. El Cielo no tiene
puertas escribe Santa Catalina de Génova, y cualquiera que desee entrar puede
hacerlo, porque Dios es todo misericordia y permanece con los brazos abiertos
para admitirlos en su gloria. Pero tan puro es el ser de Dios que si un alma
advierte en sí el menor rastro de imperfección, y al mismo tiempo ve que el
Purgatorio ha sido ordenado para borrar tales manchas, se introduce en él y
considera una gran merced que se le permita limpiarlas de esta forma. El mayor sufrimiento
de esas almas es el de haber pecado contra la bondad divina y el no haber
purificado el alma en esta vida. El Purgatorio no es un infierno menor, sino la
antesala del Cielo, donde el alma se limpia y esclarece.
Y
si no se ha expiado en la tierra, es mucho lo que el alma ha de limpiar allí:
pecados veniales, que tanto retrasan la unión con Dios; faltas de amor y de
delicadeza con el Señor; también la inclinación al pecado, adquirida en la
primera caída y aumentada por nuestros pecados personales... Además, todos los
pecados y faltas ya perdonados en la Confesión dejan en el alma una deuda
insatisfecha, un equilibrio roto, que exige ser reparado en esta vida o en la
otra. Y es posible que las disposiciones de los pecados ya perdonados sigan
enraizadas en el alma a la hora de la muerte, si no fueron eliminadas por una
purificación constante y generosa en esta vida. Al morir, el alma las percibe
con absoluta claridad, y tendrá, por el deseo de estar con Dios, un anhelo
inmenso de librarse de estas malas disposiciones. El Purgatorio se presenta en
ese instante como la oportunidad única para conseguirlo.
En
este lugar de purificación, el alma experimenta un dolor y sufrimiento
intensísimos: un fuego «más doloroso que cualquier cosa que un hombre pueda
padecer en esta vida». Pero también existe mucha alegría, porque sabe que, en
definitiva, ha ganado la batalla y le espera, más o menos pronto, el encuentro
con Dios.
El
alma que ha de ir al Purgatorio es semejante a un aventurero al borde del
desierto. El sol quema, el calor es sofocante, dispone de poca agua; divisa a
lo lejos, más allá del gran desierto que se interpone, la montaña en que se
encuentra su tesoro, la montaña en la que soplan brisas frescas y en la que
podrá descansar eternamente. Y se pone en marcha, dispuesto a recorrer a pie
aquella larga distancia, en la que el calor asfixiante le hace caer una y otra
vez.
La
diferencia entre ambos está en que aquélla, a diferencia del aventurero, sabe
con toda seguridad que llegará a la montaña que le espera en la lejanía: por
sofocantes que sean, el sol y la arena no podrán separarla de Dios.
Nosotros
aquí en la tierra podemos ayudar mucho a estas almas a pasar más deprisa ese
largo desierto que las separa de Dios. Y también, mediante la expiación de
nuestras faltas y pecados, haremos más corto nuestro paso por aquel lugar de
purificación. Si, con la ayuda de la gracia, somos generosos en la práctica de
la penitencia, en el ofrecimiento del dolor y en el amor al sacramento del
perdón, podemos ir directamente al Cielo. Eso hicieron los santos. Y ellos nos
invitan a imitarlos.
II. Podemos ayudar mucho y
de distintas maneras a las almas que se preparan para entrar en el Cielo y
permanecen aún en el Purgatorio, en medio de indecibles penas y sufrimientos.
Sabemos que «la unión de los viadores con los hermanos que durmieron en la paz
de Cristo de ninguna manera se interrumpe, antes bien..., se robustece con la
comunicación de bienes espirituales». ¡Estemos ahora más unidos a los que nos
han precedido!
La
Segunda lectura de la Misa nos recuerda que Judas Macabeo, habiendo hecho una
colecta, envió mil dracmas de plata a Jerusalén, para que se ofreciese un
sacrificio por los pecados de los que habían muerto en la batalla, porque
consideraba que a los que han muerto después de una vida piadosa les estaba
reservada una gracia grande. Y añade el autor sagrado: es, pues, muy santo y
saludable rogar por los difuntos, para que se vean libres de sus pecados. Desde
siempre la Iglesia ofreció sufragios y oraciones por los fieles difuntos. San
Isidoro de Sevilla afirmaba ya en su tiempo que ofrecer sacrificios y oraciones
por el descanso de los difuntos era una costumbre observada en toda la Iglesia.
Por eso asegura el Santo, se piensa que se trata de una costumbre enseñada por los
mismos Apóstoles.
La
Santa Misa, que tiene un valor infinito, es lo más importante que tenemos para
ofrecer por las almas del Purgatorio. También podemos ofrecer por ellas las
indulgencias que ganamos en la tierra; nuestras oraciones, de modo especial el
Santo Rosario; el trabajo, el dolor, las contrariedades, etc. Estos sufragios
son la mejor manera de manifestar nuestro amor a los que nos han precedido y
esperan su encuentro con Dios; de modo particular hemos de orar por nuestros
parientes y amigos. Nuestros padres ocuparán siempre un lugar de honor en estas
oraciones. Ellos también nos ayudan mucho en ese intercambio de bienes
espirituales de la Comunión de los Santos. «Las ánimas benditas del purgatorio.
Por caridad, por justicia, y por un egoísmo disculpable -¡pueden tanto delante
de Dios! tenlas muy en cuenta en tus sacrificios y en tu oración.
»Ojalá,
cuando las nombres, puedas decir: "Mis buenas amigas las almas del
purgatorio..."».
III. Esforcémonos por hacer
penitencia en esta vida, nos anima Santa Teresa: «¡Qué dulce será la muerte de
quien de todos sus pecados la tiene hecha, y no ha de ir al Purgatorio!».
Las
almas del Purgatorio, mientras se purifican, no adquieren mérito alguno. Su
tarea es mucho más áspera, más difícil y dolorosa que cualquier otra que exista
en la tierra: están sufriendo todos los horrores del hombre que muere en el
desierto... y, sin embargo, esto no les hace crecer en caridad, como hubiera
sucedido en la tierra aceptando el dolor por amor a Dios. Pero en el Purgatorio
no hay rebeldía: aunque tuvieran que permanecer en él hasta el final de los
tiempos se quedarían de buen grado, tal es su deseo de purificación.
Nosotros,
además de aliviarlas y de acortarles el tiempo de su purificación, sí que
podemos merecer y, por tanto, purificar con más prontitud y eficacia nuestras
propias tendencias desordenadas.
El
dolor, la enfermedad, el sufrimiento son una gracia extraordinaria del Señor
para reparar nuestras faltas y pecados. Nuestro paso por la tierra, mientras
esperamos contemplar a Dios, debería ser un tiempo de purificación. Con la
penitencia el alma se rejuvenece y se dispone para la Vida. «No lo olvidéis
nunca: después de la muerte, os recibirá el Amor. Y en el amor de Dios
encontraréis, además, todos los amores limpios que habéis tenido en la tierra.
El Señor ha dispuesto que pasemos esta breve jornada de nuestra existencia
trabajando y, como su Unigénito, haciendo el bien (Hech 10, 38). Entretanto,
hemos de estar alerta, a la escucha de aquellas llamadas que San Ignacio de Antioquía
notaba en su alma, al acercarse la hora del martirio: ven al Padre (S. Ignacio
de Antioquía, Epístola ad Romanos, 7: PG 5, 694), ven hacia tu Padre, que te
espera ansioso».
¡Qué
bueno y grande es el deseo de llegar al Cielo sin pasar por el Purgatorio! Pero
ha de ser un deseo eficaz que nos lleve a purificar nuestra vida, con la ayuda
de la gracia. Nuestra Madre, que es Refugio de los pecadores nuestro refugio,
nos obtendrá las gracias necesarias si de verdad nos determinamos a convertir
nuestra vida en un spatium verae paenitentiae, un tiempo de reparación por
tantas cosas malas e inútiles.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org