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Dominio público |
Es
como una raíz enferma que sólo produce frutos amargos, origina muchas faltas de
caridad e impide, con frecuencia, que el alma luche con prontitud en las
tentaciones que provienen de la sensualidad. “Lo que se necesita para conseguir
la felicidad, no es una vida cómoda, sino un corazón enamorado” (J. ESCRIVÁ DE
BALAGUER, Surco), pues la alegría es el primer efecto del amor. Si buscamos
realmente al Señor en nuestra vida, nada podrá quitarnos la paz y la alegría.
El dolor purificará el alma, y las mismas penas se transformarán en gozo.
II.
El Evangelio de la Misa de este domingo (Mateo 22, 34-40) invita a la alegría,
porque es una llamada al amor. El mandamiento del amor es a la vez el de la
alegría, pues esta virtud “no es distinta de la caridad, sino cierto acto y
efecto suyo” (SANTO TOMÁS, Suma Teológica). De aquí que el índice de nuestra
unión con Dios venga señalado por la alegría y el buen humor que ponemos en el
cumplimiento del deber, en el trato con los demás, en el modo como llevamos el
dolor y las contradicciones.
Muchos
piensan que van a ser más felices cuando posean más cosas, cuando sean más
admirados…, y se olvidan de que sólo necesitamos “un corazón enamorado”. Y
ningún amor puede llenar nuestro corazón, que fue hecho por Dios para alcanzar
su plenitud en los bienes eternos, sin el Amor. Los demás amores limpios –los
otros no son amores- adquieren su sentido cuando buscamos al Señor sobre todas
las cosas.
III.
Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte…
Yo te amo, Señor, Tú eres mi fortaleza (Salmo responsorial, Sal 17, 2-4;
34-40). En Él encontramos la seguridad y todo lo que necesitamos, también la
alegría y la paz en cualquier situación por la que estemos pasando. Por eso, no
dejaremos nunca de tratarlo personalmente, con intimidad, cada día.
La alegría y la paz que bebemos en esa fuente inagotable que es Cristo, hemos de llevarlas a quienes Dios ha puesto más cerca de nosotros, a nuestros hogares, que no han de ser en ningún momento tristes, ni oscuros, ni tensos por las incomprensiones y los egoísmos, sino “luminosos y alegres”(J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa), como aquel donde vivió Jesús con María y José. Nuestra Madre Santa María nos permitirá encontrar fácilmente el camino de la paz y el gozo verdadero, si alguna vez lo perdemos.