MEDITACIÓN DIARIA: DOMINGO DE LA SEMANA 30 DEL TIEMPO ORDINARIO

 Creados para la alegría

Dominio público
«Los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se pusieron de acuerdo, y uno de ellos, doctor de la ley, le preguntó para tentarle: Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley? Él le respondió: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos pende toda la Ley y los Profetas.»
 (Mateo 22, 34-40) 

I. El Señor nos ha creado para la alegría. Sin embargo es imposible conseguirla si no buscamos a Dios. La tristeza nace del egoísmo, del afán de compensaciones, del descuido de las cosas de Dios y de las de nuestros hermanos los hombres, paraliza los mejores propósitos de santidad y apostolado, y oscurece el ambiente. La tristeza no se origina por dificultades o sufrimientos más o menos graves, sino por dejar de mirar a Jesús.

Es como una raíz enferma que sólo produce frutos amargos, origina muchas faltas de caridad e impide, con frecuencia, que el alma luche con prontitud en las tentaciones que provienen de la sensualidad. “Lo que se necesita para conseguir la felicidad, no es una vida cómoda, sino un corazón enamorado” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Surco), pues la alegría es el primer efecto del amor. Si buscamos realmente al Señor en nuestra vida, nada podrá quitarnos la paz y la alegría. El dolor purificará el alma, y las mismas penas se transformarán en gozo.


II. El Evangelio de la Misa de este domingo (Mateo 22, 34-40) invita a la alegría, porque es una llamada al amor. El mandamiento del amor es a la vez el de la alegría, pues esta virtud “no es distinta de la caridad, sino cierto acto y efecto suyo” (SANTO TOMÁS, Suma Teológica). De aquí que el índice de nuestra unión con Dios venga señalado por la alegría y el buen humor que ponemos en el cumplimiento del deber, en el trato con los demás, en el modo como llevamos el dolor y las contradicciones.


Muchos piensan que van a ser más felices cuando posean más cosas, cuando sean más admirados…, y se olvidan de que sólo necesitamos “un corazón enamorado”. Y ningún amor puede llenar nuestro corazón, que fue hecho por Dios para alcanzar su plenitud en los bienes eternos, sin el Amor. Los demás amores limpios –los otros no son amores- adquieren su sentido cuando buscamos al Señor sobre todas las cosas.


III. Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte… Yo te amo, Señor, Tú eres mi fortaleza (Salmo responsorial, Sal 17, 2-4; 34-40). En Él encontramos la seguridad y todo lo que necesitamos, también la alegría y la paz en cualquier situación por la que estemos pasando. Por eso, no dejaremos nunca de tratarlo personalmente, con intimidad, cada día.


La alegría y la paz que bebemos en esa fuente inagotable que es Cristo, hemos de llevarlas a quienes Dios ha puesto más cerca de nosotros, a nuestros hogares, que no han de ser en ningún momento tristes, ni oscuros, ni tensos por las incomprensiones y los egoísmos, sino “luminosos y alegres”(J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa), como aquel donde vivió Jesús con María y José. Nuestra Madre Santa María nos permitirá encontrar fácilmente el camino de la paz y el gozo verdadero, si alguna vez lo perdemos.


Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

Fuente: Almudi.org