COMENTARIO AL EVANGELIO DE NUESTRO OBISPO D. CÉSAR: «UN NUEVO DIÁCONO EN LA FIESTA DE SAN FRUTOS»

Una vocación es un inmenso regalo. La Iglesia discierne la llamada de Dios y la confirma en la ordenación


Alvaro Marín
Este domingo, a las cinco de la tarde en la catedral, la diócesis de Segovia contará con un nuevo diácono después de diez años de carestía. Es una gran alegría y un motivo para dar gracias al Señor en la fiesta de san Frutos. Dios sigue llamando a quien quiere y Alvaro Marín —así se llama el nuevo diácono— ha respondido a la llamada.


La vocación es un gran misterio de elección de Dios. La persona siente que Dios pronuncia su nombre y le dice: ¡sígueme! Así fue al principio, cuando Jesús llamó a los Doce, y así es ahora y lo será siempre. Para verificar la vocación, la iglesia pide un tiempo de maduración y estudio. 


Jesús llamó a los Doce y vivió con ellos varios años educándolos a vivir como él. Fue una auténtica «escuela» en la que aprovechó toda ocasión para iniciarlos en el servicio que un día les confiaría. A esto ahora lo llamamos seminario, «escuela del seguimiento de Jesús». Si leemos los evangelios con atención, nos damos cuenta de que el trabajo no era fácil. 

Jesús tuvo que cambiar su mentalidad, pues ellos pensaban en poder temporal, en un reino con puestos importantes, y, como Pedro le dijo en una ocasión, esperaban recompensas humanas por haber dejado todo para seguirlo. Hasta en la última cena, a punto de constituirlos sacerdotes de la nueva alianza, estaban discutiendo sobre quién de ellos era el primero. 


Entre los Doce había de todo: uno publicano, un zelote revolucionario, un pragmático como Tomás, un despistado como Felipe, y hasta un traidor. Eso por no hablar de Pedro, que lo negó tres veces a pesar de haberle jurado fidelidad. Los apóstoles eran hombres como nosotros. De ahí que la tarea de Jesús no fuera fácil.


Durante la cena, hay un momento sobrecogedor. Cristo se levanta, se quita el manto y empieza a lavar los pies de los Doce. Realiza un oficio de esclavo. Quería dejar grabada esta imagen para que nunca olvidaran el ministerio al que los llamaba: amar como él y hacer su propio oficio, que san Hipólito llamaba «diácono del Padre». Jesús había dicho que no había venido a ser servido sino a servir y dar la vida por los suyos (cf. Mc 10,45). Eso significa el diaconado: servir al evangelio, a la Iglesia y, en especial, a los pobres. 


Fue instituido por los apóstoles para poder dedicarse ellos a la oración y al ministerio de la palabra. Eligieron a siete varones, llenos de espíritu y de sabiduría, que les ayudaron en la edificación de la Iglesia. Aunque sea el primer paso hacia el sacerdocio, el diaconado tiene la capacidad de revelar la esencia del ministerio como servicio incondicional. San Ignacio, obispo de Antioquía, decía que los diáconos tenían encomendado el ministerio de Jesucristo, y debían ser respetados como a Jesucristo, puesto que eran «ministros de los misterios de Cristo». Él mismo los llamaba «consiervos míos».


La Iglesia de Segovia se alegra con esta ordenación diaconal. Da gracias a Dios por el nuevo diácono, por su familia que lo educó en la fe, por la parroquia de santa Teresa donde descubrió la vocación y por el seminario donde ha madurado hasta este momento. Una vocación es un inmenso regalo. La Iglesia discierne la llamada de Dios y la confirma en la ordenación. 


Sólo tenemos motivos para la acción de gracias y la alabanza. Y también para seguir pidiendo al Señor que envíe operarios a su mies. Nunca debe faltar la oración por las vocaciones. Sabemos que Jesús, antes de elegir a los Doce, pasó la noche entera en oración. Quería saber que aquellos doce primeros discípulos eran los que su Padre le daba para llevar adelante su misión en el mundo. Oremos, pues, sin desfallecer para contar siempre con ministros de Cristo que nos ofrezcan la salvación.

  + César Franco


Obispo de Segovia.

Fuente: Diócesis de Segovia