Vivimos una pandemia, pero no todo son tragedias insuperables,
algunas de las cosas que nos turban son sólo circunstancias adversas…
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| Matveev Aleksandr / Shutterstock |
Confío en ese Dios que no me va a
dejar solo en medio de mi tribulación. Me ama, me busca, me desea, me protege.
Dice el profeta:
«Dios enjugará las lágrimas de
todos los rostros. Aniquilará la muerte para siempre. Aquí está nuestro Dios,
de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación. La
mano del Señor se posará sobre este monte».
En ocasiones no veo claro el
futuro.
Se oscurece ante mis ojos. Algo difícil me sucede. Miro al frente y respiro.
No todo son tragedias insuperables. Algunas de las cosas que
me turban son sólo circunstancias adversas. ¡Cuántas veces pierdo la alegría
por cosas pequeñas! Víctor Kuppers preguntaba:
«¿A mí
qué me quita la alegría?»
Me falta serenidad para
aceptar la realidad como es y no dejo de pensar en cómo me gustaría que fuera.
Es lo que me quita la paz y el buen humor.
Son cosas pequeñas
las que me turban. Tengo derecho al pataleo, a la queja. Pero sin exagerar. Si
me detengo a mirar a mi alrededor, son tantos los que sufren por cosas
importantes…
Las mías importan
menos, son más pequeñas, menos graves. Ante mis ojos parecen enormes. Pero no
tengo derecho a amargarme ni a amargar a nadie.
Tomo distancia de lo que me angustia. Me alejo un poco. Miro a
otros, con sus problemas y luego vuelvo a mirar mi vida. Sí, no tengo derecho a
exagerar.
Sonrío, me alegro,
estas pequeñeces no pueden quitarme la alegría ni la paz. Estoy
seguro de que Dios no me va a dejar en medio de mi camino.
Cuando veo cómo
viven algunos enfermos su enfermedad me conmuevo por dentro. Eso sí es un
problema y no los míos. Las palabras del salmo hoy me consuelan:
«El Señor es mi pastor, nada me
falta:
en verdes praderas me hace
recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas.
Aunque camine por cañadas
oscuras, nada temo,
porque
tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan.
Tu bondad y tu misericordia me
acompañan todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término».
Él
me guía. Me falta fe. No tengo esa confianza tan grande en el Dios de mi vida. No
sé por qué dudo pero me asusta verme solo en el momento más difícil, cuando me
falten las fuerzas.
No
quiero dudar de ese poder infinito que sostiene mis pasos. No quiero temer que
su aparente ausencia acabe con mis sonrisas.
Él
está ahí para acompañarme cuando parece que
todo se acaba y el final está cerca. Miro a lo alto y lo veo sosteniendo mis
pasos con mano firme. No pierdo la alegría. Me tocan de forma especial las
palabras del Padre Kentenich:
«Él
no nos ama tanto porque seamos buenos sino porque Él es nuestro Padre, o porque nos
hace llegar su amor misericordioso con la mayor abundancia cuando afirmamos con
alegría nuestras limitaciones, nuestras debilidades y miserias, y las
consideramos como un título esencial para la apertura de su corazón y para el
prorrumpir del torrente de su amor».
Miro
mis miserias y debilidades, los problemas que me turban y ponen en peligro mi
paz interior, como un camino al corazón de Dios.
Me
ama en mi debilidad, me ama en mi pobreza. No tengo derecho a su amor.
Todo es gratuidad, todo es don.
Miro
su rostro conmovido. Me detengo ante Él y sé que me sostiene. ¿Por qué tengo
miedo? ¿Por qué me turbo?
Sólo
Dios salva mi vida. Sólo Él me levanta cada vez que caigo en medio del camino.
No me canso de suplicar misericordia de Dios. No me canso de
alzar las manos sin pausa buscando su abrazo.
Mis
problemas son pequeños, aunque parezcan los peores. Dios me mira conmovido y me
sonríe. Me pide que no tema, que pasarán las angustias de mis días presentes.
Que no tiemble y no pierda la alegría por cosas tan pequeñas.
Todo
pasará y habrá merecido la pena vivir con pasión la vida. Sí, vivir no
sobrevivir.
Hay
personas que sobreviven en circunstancias adversas. Yo no quiero ser uno de
ellos. No quiero sobrevivir a las dificultades. No quiero detenerme sufriendo
por cosas pequeñas.
La
pandemia que vivo no puede quitarme la paz.
No sobrevivo, decido vivir en plenitud, con el alma ensanchada por la alegría
de vivir el presente.
Aquí
y ahora. Dios es mi Pastor y no me deja nunca. Me lleva a los mejores pastos y
sostiene mi vida. Y no lo merezco, no soy bueno. Es Él el que es bueno y yo no
me merezco sus sonrisas.
Simplemente
camino confiado por cañadas oscuras, nada temo. Mi vida está en sus manos pase
lo que me pase.
Espero
que mis sueños se hagan realidad. Pero no huyo cuando no es la realidad tal
como yo esperaba. Sigo adelante sin temer los desencuentros, las desilusiones.
Carlos Esteban Padilla
Fuente: Aleteia