San Pío de Pietrelcina. Crédito: Isabel Díaz/ACI Prensa |
"El 20
de septiembre de 1918 luego de la celebración de la Misa mientras
estaba en el debido agradecimiento en el Coro repentinamente fui preso de un
temblor, luego me llegó la calma y vi a Nuestro Señor en la actitud de quien
está en la cruz, pero no vi si tenía la cruz, lamentándose de la mala
correspondencia de los hombres, especialmente de los consagrados a Él que son
sus favoritos".
El relato del
Padre Pío se dio en respuesta a algunas de las 142 preguntas que le hizo Mons.
Carlo Raffaelle Rossi en 1921 por encargo del Santo Oficio, un dicasterio
vaticano que años después se convertiría en la actual Congregación para la
Doctrina de la Fe.
Mons. Rossi,
explica Castelli, también examinó cada una de las heridas del Padre Pío y le
iba preguntando algunos detalles.
El Obispo, que
años después se convertiría en cardenal, pudo apreciar cómo la llaga del
costado, por ejemplo, "cambiaba frecuentemente de aspecto y en ese momento
había asumido una forma triangular, nunca observada antes. Sobre las llagas el
Padre Pío me daba respuestas precisas y detalladas explicando además que las
llagas de los pies y del costado tenían un aspecto iridiscente".
Tras el examen,
el Prelado escribió que “los estigmas en cuestión no son ni obra del demonio
ni un grueso engaño, ni un fraude, ni un arte malicioso o malvado; menos
producto de la sugestión externa, ni tampoco las considero efecto de
sugestión".
La
investigación de Mons. Rossi comenzó el 14 de junio de 1921 y duró ocho días,
tras lo cual pudo comprobar que los elementos distintivos "de los
verdaderos estigmas se encontrarían en los del Padre Pío".
Además el
Prelado pudo oler un perfume especial que emanaban las heridas, hecho que
ayudaba a comprobar el hecho como cierto.
Mons. Rossi
escribió también que el Padre Pío era muy gentil; muy amado por sus superiores
por ser "gran ejemplo y no murmurador"; dedicaba entre 10 y 12 horas
al día a confesar y celebraba Misa "con extraordinaria devoción".
Los estigmas
Los estigmas
son las llagas que Cristo sufrió en la crucifixión: dos en los pies, dos en las
manos y una en el costado; que han aparecido en algunos místicos.
Si bien los
estigmas son heridas, el punto de vista médico difiere con esta definición ya
que no cicatrizan, ni siquiera cuando son curados; no se infectan ni se
descomponen, no degeneran en necrosis, no tienen mal olor, y sangran constante
y profusamente.
Los estigmas,
además, son la reproducción exacta de las llagas de Jesús, según los estudios
de la Sábana Santa o Síndone que según la tradición habría envuelto el cuerpo
de Cristo.
Para reconocer
los estigmas como válidos o reales, la Iglesia exige algunas condiciones
precisas: deben aparecer todos al mismo tiempo, deben provocar una importante
modificación en los tejidos, deben mantenerse inalterados y deben carecer de
infecciones o cicatrización.
Según la
Enciclopedia Católica los estigmatizados son alrededor de 60, entre santos y
beatos. Algunos de los más famosos son San Francisco de Asís, Santa Catalina de
Siena (quien rezó a Dios para que no fueran visibles), Santa Catalina de Ricci,
San Juan de Dios, la Beata Anne Catherine Emmerich, entre otros.
Por Walter Sánchez Silva
Fuente: ACI
Prensa