Dominio público |
Uno de los
principales retos que tenemos, como discípulos de Cristo, es alcanzar la santidad en las cosas
sencillas y ordinarias de cada día, explica el escritor Pablo Perazzo en Catholic-Link.
Desde chico, explica, “tengo una relación de cariño
muy entrañable con nuestra madre que está en los cielos. Y en estos últimos
días me vengo cuestionando por la cantidad de actitudes evangélicas que nos
enseña, meditando los poquísimos pasajes bíblicos en los que apreciamos cómo
fue su vida”. Y de esa reflexión, nos extrae las siguientes formas de imitar a
la Virgen.
1.
María y el discernimiento espiritual
En primer lugar, el discernimiento espiritual para descubrir los planes de Dios.
Exige vivir una docilidad ante la voluntad de Dios. La aparición del Arcángel
Gabriel fue algo extraordinario (Lucas 1, 26-38). Lo usual, es que la vida está llena de signos sencillos de Dios,
tal como sucedió también, en la vida de la Virgen.
El que “María guardaba todas estas cosas,
meditándolas en su corazón” (Lucas 2, 19), nos enseña una actitud fundamental
para el discernimiento espiritual. Vemos eso cuando recibe la visita de los
pastorcitos, así como la de los reyes magos (Lucas 2, 8-20). También lo vemos
cuando encuentra a Jesús en el templo, hablando con los doctores de la Ley.
(Lucas 2, 41-50)
¿Cómo lo aplico a mi vida?
Exige una vida espiritual activa, dedicando algunos momentos
especiales del día para la oración (el rosario, las visitas al Santísimo, la
lectura de las Sagradas Escrituras, la vida Sacramental, la liturgia de las
horas, el examen de conciencia, etc.).
Luego, esas actividades espirituales nos abren el
corazón a la acción del Espíritu Santo, y así podemos vivir conscientes de la
presencia de Dios, mientras cumplimos las responsabilidades cotidianas, como
son la atención a la familia, el servicio doméstico, el trabajo, y demás
preocupaciones de la vida diaria.
2. María y su confianza
En segundo lugar, la confianza humilde en los
consejos de personas
prudentes. Lo vemos en su relación con san José. En sueños, Dios le reveló
sus planes para María, y cómo debía ayudarla para cumplir su voluntad. (Mateo
1,18-25) Ella supo confiar y ponerse en las manos de José.
¿Cómo lo aplico a mi vida?
Nosotros también necesitamos tener algunos amigos,
un director espiritual, un sacerdote o religioso amigo. Alguien que nos ayude a
discernir los planes de Dios, muchas veces no tenemos las cosas claras.
Todos necesitamos el consejo de personas prudentes,
que nos llevan la delantera en la vida espiritual. No podemos ser autosuficientes y creer que podemos todo solos.
Esto es esencial para nuestra fidelidad al plan de Dios.
3. María y la virtud de la humildad
En tercer lugar,
aprender la virtud de la
humildad. Es impresionante cuando María visita a su prima Isabel, y
recibe un saludo tan especial (Lucas 1, 39-45). Luego, como respuesta, vemos en
el “Magnificat”, un himno de la acción gloriosa de Dios en “la humildad de su
esclava” (Lucas 1, 46-55).
Humildad cuando se ve obligada a concebir al Hijo
de Dios en un pesebre, porque no había posada para acogerla (Lucas 2,7). No
vemos en la Virgen ninguna palabra de reclamo o desesperación. Con sencillez y humildad no pierde
su compostura espiritual, ni tampoco la serenidad, sabe que está en las
manos de Dios.
¿Cómo lo aplico
a mi vida?
Esto me hace
preguntar también ¿cuántas veces reclamamos y nos hacemos víctimas por las
dificultades que vivimos?, ¿cuánta veces, por cosas sin mucho sentido, perdemos
el control y olvidamos esas palabras tan reconfortantes de Dios?:
“¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? Y sin
embargo, ni uno de ellos caerá a tierra sin permitirlo vuestro Padre. Y hasta
los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. Así que no temáis,
vosotros valéis más que muchos pajarillos” (Mateo 10,29-31). ¡Confiemos en Dios
y pidámosle que nos ayude a ser humildes!
4. María y su servicio a los demás
En cuarto lugar,
estar siempre atento a la necesidad de los demás. Descubriendo en cada
circunstancia de la vida cómo
vivir la caridad. El servicio es la forma más concreta de vivir la caridad.
Lo apreciamos cuando María sale corriendo al encuentro de su prima Isabel,
puesto que “María se levantó y marchó deprisa a la montaña, a una ciudad de
Judá; y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel” (Lucas 1,39).
Más adelante, todos conocemos el pasaje emblemático
de las Bodas de Caná (Juan 2, 1-11). Hasta que, al final de la vida de su Hijo,
la vemos fortaleciendo y dándoles esperanza a los apóstoles, después de la
trágica crucifixión (Juan 20,19). También, cuando estaban esperando la
experiencia de Pentecostés (Hechos 2,13).
¿Cómo lo aplico
a mi vida?
Haciendo un examen de conciencia. ¿Cuántas veces,
por estar encerrados en nosotros mismos, preocupados solamente por nuestras
cosas, dejamos de aprovechar tantas ocasiones para servir, y hacer de la vida
una obra de Caridad.
No olvidemos: “El que dice que ama a Dios, pero no
ama a su prójimo es un mentiroso” (1 Juan 4,20). Qué hermoso sería si además,
nos esforzáramos por vivir el amor valiéndonos de nuestra creatividad. Pensando cómo alegrar la vida de los demás.
Preparando, por ejemplo, un postre rico o cocinando una cena especial.
5. María y su obediencia para
cumplir la voluntad de Dios
En quinto lugar,
cumplir siempre la voluntad de Dios “cueste lo que cueste”. Su “hágase en mí
según tu Palabra” (Lucas 1,38), no se suscribe solamente al pasaje de la
Anunciación, sino que lo
vive a lo largo de toda su vida. Suele ser común pensar que, obviamente,
diría “sí” a los planes de Dios en cualquier momento de su vida.
¡Total… es la Virgen María… y tuvo el privilegio de
ser concebida sin pecado original! Pero olvidamos que nuestros primeros padres
(Adán y Eva) también fueron concebidos sin pecado original. Su fidelidad supuso
la perseverancia a lo largo y ancho de toda su vida.
Sabemos todos que María no la tuvo fácil. Sufrió la
persecución de Herodes (Mateo 2,13-15), el establo —ya mencionado— para el
Nacimiento. Las exigencias por las cuáles seguramente habrá pasado. Tan solo
conocemos el pasaje de la pérdida y hallazgo en el Templo (Lucas 2,14-52), pero
sabemos que María sufrió como ninguna otra mujer.
¿Cómo aplicarlo
a mi vida?
A diferencia de María, vivimos la herencia del
pecado, pero siempre está en nuestras manos la posibilidad de elegir el camino
de la vida, y no la oscuridad. Puede ser duro mi lenguaje, pero recordemos: “Yo
conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente!
Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”.
(Apocalipsis 3, 15-16)
Lo esencial como cristianos es nuestra relación
personal de amor a Cristo. “Si me amáis, cumplan mis Mandamientos“ (Juan
14,15). Pregúntate: ¿cuántas
veces no cumplimos los Mandamientos porque no amamos a Cristo “cueste lo que
cueste”? ¡Hasta las últimas consecuencias!
6. María nos recuerda que no hay
cristiano sin cruz
Finalmente, esto
me lleva a plantear una última reflexión: ¡no hay cristianismo sin cruz! María siguió a su Hijo hasta la
cruz. Estuvo de pie, a los pies de su Hijo crucificado.(Juan 19, 25-27).
Con un silencio elocuente, aceptó el peor sufrimiento que puede existir: ver a
su hijo asesinado, colgado de una cruz.
Por ser María, ¡no la tuvo fácil! Cuando miramos
una imagen, vemos su dulzura, la ternura de su mirada, la serenidad de su
semblante, su mano acogedora. Pero también, está pisando la cabeza de la
serpiente (Génesis 3,14-19), y tiene el corazón atravesado por una espada
(Lucas 2,35).
¿Cómo lo aplico
a mi vida?
Nosotros… ¿Cuánto estamos dispuestos a cargar la
cruz en nuestra vida cotidiana? “El que no toma su cruz y me sigue no es digno
de mí” (Mateo 10, 38). No pensemos solamente en situaciones extraordinarias,
sino en los distintos quehaceres comunes de la vida.
¿Cumplimos nuestras responsabilidades con cariño,
reverencia, generosidad, entrega?, ¿o lo hacemos a medias, dejándonos ganar por
la pereza o mediocridad? Es muy fácil caer en el aburrimiento de la rutina, y
“cumplir por cumplir”.
La manera como la esposa prepara la comida a su
marido, cuando llega del trabajo, o al revés. El esfuerzo por darle cariño a
los hijos cuando llegamos cansados de un día largo en el trabajo, y solo
quisiéramos ver la televisión. La atención y preocupación que tenemos a los
familiares, estando al tanto de sus problemas y dificultades.
“Perder” el tiempo, dedicándonos a escuchar personas que necesitan
desahogar sus dolores y sufrimientos. Socorrer a los amigos enfermos, preocuparnos por
los más necesitados saliendo de nuestra zona de confort. En fin, hay tantas obras de misericordia que
podemos hacer.
Este es nuestro camino hacia la felicidad. ¡Santidad es para el cristiano
sinónimo de felicidad! Cada vez que dejamos de vivir el amor, perdemos
una oportunidad para ser más felices. Seamos un reflejo vivo de María Santísima
y del amor de Dios.
Hagamos que nuestra familia, nuestra sociedad, nuestro mundo, sea un lugar más hermoso para vivir. ¡Que Jesucristo reine en nuestros corazones!
Fuente: ReL