
Es sabido que nuestros hermanos de la Reforma no aceptan los dogmas marianos porque implican que el hombre puede colaborar con Dios en la obra de la salvación. Para ellos, la «sola fe» basta para salvarse.
Pues bien, me
sorprendió leer en K. Barth que el pensamiento católico sobre la Virgen
explicaba perfectamente lo que el Concilio Vaticano II había querido hacer al
presentar la Iglesia como la comunidad de creyentes que colabora con Dios en la
salvación de los hombres. Así es. Si tenemos que simplificar los dogmas sobre
María en una sola idea, podemos decir que es la obediencia de la fe mediante la
cual se pone a plena disposición de Dios.
Me gusta mucho
pensar en María como la oyente de la Palabra de Dios que se ha hecho, por la
obediencia, totalmente disponible para Dios. No encuentro mejor definición del
cristianismo que ésta, dado que fue precisamente lo que hizo Jesús, Hijo de
Dios e Hijo de María: hacerse obediente a la voluntad del Padre para cumplir su
misión.
En las representaciones de la Anunciación abunda la
que presenta a la Virgen con un libro abierto en sus manos. Ese libro es la
Palabra de Dios. Cuando Gabriel saluda a María, según esta representación, la
encuentra leyendo la Palabra de Dios, que es el camino seguro para conocer su
voluntad. A nuestros hermanos evangélicos esta imagen les gustaría mucho,
teniendo en cuenta que el centro de su fe está en la «sola Escritura».
Leyendo la
Palabra de Dios, María ha modelado su corazón según las palabras reveladas y
cuando canta las alabanzas de Dios nos deja el hermoso himno del Magnífica que
es una serie de citas bíblicas encadenadas unas a otras como si fuera un
pequeño breviario de la Escritura. Esa es María, la que vive de la Palabra de
Dios y alaba a Dios con palabras suyas.
La sobriedad con que los evangelios hablan de María
no va en demérito de sus autores y, ni mucho menos, de María, Pocas palabras
sirven más que largos discursos. Ya decía Miguel de Cervantes que «no hay
razonamiento que, aunque sea bueno, siendo largo lo parezca». Los evangelistas
nos han dejado lo esencial sobre María y el retrato que nos ofrecen de la Madre
de Jesús es fascinante por su sencillez y agudeza.
Para hacerlo
se han servido siempre de la Palabra de Dios, quizás para enseñarnos que la
Madre del Verbo solo puede ser descrita, cantada y alabada con Palabras de la
Escritura. ¿Acaso es muy osado pensar que muchas de las cosas que Jesús dijo de
adulto las aprendió de ella? Si al encarnarse en sus entrañas, ya oyó decir a
su madre: «he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra», no
debería sorprendernos que Jesús, el Maestro, hablara tanto de cumplir la
voluntad de Dios y de guardar los mandamientos de su Padre.
Cuando en las
bodas de Caná, María dice a los sirvientes: «Haced lo que él os diga», está
evocando —según los estudiosos— las palabras conclusivas de la renovación de la
alianza que dijo el pueblo de Israel: «Haremos todo lo que ha dicho Yahvé».
Si fuese así,
María estaría señalando a Jesús como el que viene a establecer una alianza
nueva y definitiva, cuyo símbolo es el vino mejor que ofrece a los comensales
de la boda. ¿Se puede decir más bellamente quién es la Madre de Jesús?
Retratada con
palabras de la Escritura, se entiende que san Agustín, comentando el
Magníficat, exhortara así al cristiano: «Canta y camina». Es un bonito lema
para vivir la fe y caminar en estos tiempos duros de pandemia: Cantar con María
y caminar con ella. Así festejaremos bien a Nuestra Señora de la Fuencisla.
+ César Franco