
Hace unos años, cuando entré en el monasterio, lo primero que construí
con mis manos fue una pajarera.
Constaba de un palo a cada lado, le atravesaban dos, y arriba un
tejado. La finalidad que tenía era que, sobre las tablas horizontales, ponía un
cuenco, y lo llenaba de comida y de agua. Quería un sitio donde los pajaritos
del Noviciado pudieran venir a comer y beber, y que estuviesen resguardados.
Pinté la pajarera de verde, hicimos cemento y la metimos bien en tierra
para que el viento no la tirase. Pero el otro día, paseando, me la encontré en
el suelo. Con el paso del tiempo, la madera se ha estropeado y se ha partido.
El tiempo, el agua, el viento, el sol... la ha ido deteriorando hasta que, al
final, acabó en el suelo.
Y esto es lo que nos pasa en la vida. Las cosas, los acontecimientos,
todo lo que vamos viviendo va desgastando este, nuestro cuerpo terreno, pero, a
la vez, nos dice San Pablo que nos vamos construyendo una mansión en el Cielo.
Todo tiene su momento, pero para nosotros, los cristianos, nada acaba.
La muerte no tiene la última palabra, la muerte es nacer a la vida.
Nuestra fe en Jesús nos dice que estamos llamados a la vida eterna, que
no tengamos miedo a ir viviendo y a dar la vida, que nada acaba aquí, que Él
nos ha preparado un sitio en el Cielo, que Él, con su muerte y Resurrección,
nos ha abierto las puertas del Cielo, nos ha salvado y redimido, que lo que se
nos pide es que acojamos a Jesús en nuestra vida, que vivamos su Evangelio, que
seamos felices viviendo desde el amor. Que Él nos ha ganado la vida eterna. Que
nada acaba aquí. Que la vida verdadera empieza después.
Por ello, vive tu Fe; no dejes que la vida te viva, decide en quién
quieres creer, a quién quieres seguir y servir. Cristo te dará todo lo que
necesites, y después la vida eterna, donde ya no tendremos ni llanto ni dolor,
donde todo será gozo.
Hoy el reto del amor es pararte a orar cinco minutos en lo que Cristo
te regala, lo que Él ha hecho por ti. Mira al cielo dos minutos y piensa en la
vida eterna. El abad de Silos, cuando hablaba con él, me decía: “Nunca te
preocupes por una cosa que dure menos de 100 años”. Todo pasa, solo Él
permanece. Por ello:
VIVE DE CRISTO
Fuente: Dominicas de Lerma