¿POR QUÉ HAY UNA ENORME CRUZ BLANCA QUE SE VE DESDE EL AEROPUERTO DE BARAJAS?

Sobre una ladera cercana, perfectamente visible desde los aviones que despegan o que toman tierra, se distingue el inmenso símbolo que encierra una historia que muchos desconocen

Mario Plate

Muchos de los cerca de 70 millones de pasajeros que transitan cada año por el aeropuerto Adolfo Suárez Madrid Barajas se lo preguntan: ¿Por qué hay una inmensa cruz blanca construida sobre la loma de un árido cerro cercano? Tal vez muchos turistas piensen que se trata de una muestra más del fervor religioso que todavía asocian con España, o la obra de algún devoto que tenía tiempo –y terrenos– para roturar la ladera y trazar una cruz de hormigón gigante sobre ella.

Porque, efectivamente, la inmensa cruz –de unos 20 metros de largo– está realizada básicamente con cemento, y descansa sobre la superficie irregular del cerro, lo que le confiere un aspecto un tanto rústico. Además, dependiendo de la época en la que se acuda al aeropuerto madrileño, su característico blanco puede mostrarse más o menos reluciente.

Se trata de la cruz que construyeron los familiares de las hasta 8.000 víctimas que se calcula –aunque las investigaciones difieren– que fueron fusiladas durante las matanzas de Paracuellos del Jarama, entre el 7 de noviembre y el 4 de diciembre de 1936. En el Madrid de las checas, los milicianos comunistas, socialistas y anarquistas habían encarcelado a miles de personas sospechosas de connivencia con la derecha o por su condición de católicos.

A medida que las tropas sublevadas se acercaban a Madrid, los revolucionarios decidieron llevarse a los prisioneros a Valencia, adonde ya había huido el Gobierno de la República. Eso fue, al menos, lo que esgrimieron, y contaron con la aprobación del consejero de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid, Santiago Carrillo. Los presos eran conducidos de dos en dos, atados con alambre de espino, en camiones o autobuses de línea de dos pisos de los que circulaban entonces por Madrid.

Asesinatos masivos

Sin embargo, ninguno de ellos llegaría nunca a Valencia. A pocos kilómetros de Madrid, en Paracuellos de Jarama, se detenían los convoyes, bajaban a los prisioneros y les ametrallaban a sangre fría.

Al acabar la contienda, los familiares de los asesinados quisieron honrar a sus víctimas, y construyeron la inmensa cruz con hormigón, ladrillos, piedras y lo que pudieron reunir, y la pintaron de negro. Años después, decidieron cambiar el color al blanco, porque destacaba más sobre la ladera de color parduzco, y en las inmediaciones se edificó una pequeña ermita –que aún hoy existe– y se creó la Hermandad de los Caídos de Paracuellos de Jarama, para hacerse cargo de las fosas donde habían sido arrojados los cadáveres de sus familiares. Actualmente, una comunidad de monjas del Instituto del Verbo Encarnado tiene encomendada el cuidado material y espiritual del cementerio.

Hacia ese lugar, todos los días, se dirigen los ojos de miles de viajeros que llegan o se marchan de Madrid y que, probablemente, desconozcan que, en ese lugar tan próximo, se llevó a cabo «la mayor atrocidad cometida en territorio republicano durante la Guerra Civil española», como la definió el historiador Paul Preston.

Álex Navajas

Fuente: El Debate