Hay que
superar las pruebas que se presenten en nuestro camino espiritual
En algún momento de
nuestro caminar espiritual nos llega la hora de la prueba, esa hora en la que
la fe debe ser probada en el fuego, para ser purificada como el oro y llegar a ser
mucho más valiosa que el mismo (cf. 1 P 1, 7).
Es esa tan temida y dolorosa hora, en la que el alma se siente perdida, rechazada, no amada y empieza a desfallecer; muchos santos han pasado por esta prueba, su fe ha sido refinada en el horno de la desolación y el olvido, atrapada en el calor sofocante del “desierto espiritual”, abandonada en la soledad de la “noche oscura del alma”, como la llamaba San Juan de la Cruz.
Es esa tan temida y dolorosa hora, en la que el alma se siente perdida, rechazada, no amada y empieza a desfallecer; muchos santos han pasado por esta prueba, su fe ha sido refinada en el horno de la desolación y el olvido, atrapada en el calor sofocante del “desierto espiritual”, abandonada en la soledad de la “noche oscura del alma”, como la llamaba San Juan de la Cruz.
El “desierto
espiritual”, decía el Padre Brian Kolodiejchuk – postulador de la causa de
beatificación y pronta canonización de la Beata Madre Teresa de Calcuta – en
una entrevista, “es un momento de la vida espiritual en el que la persona
es purificada antes de la unión íntima y transformante con Cristo”.Tal vez
estés pasando en estos momentos por una situación similar, en la que no sientes
nada, en la que parece que Dios no existiera, en la que la fe no cobra
sentido, ¡prepárate para la prueba!, si logras pasarla, verás el rostro de
Dios.
A finales de la primera
década del año 2000, estalló una gran polémica en la que la Madre Teresa y su
fe fueron protagonistas y cuestionadas, por la publicación de unas cartas
privadas de ella, dirigidas a sus consejeros espirituales, en las que describía
detalladamente el sufrimiento que atravesó la mayor parte de su vida, e incluso
hasta su muerte, por la vivencia de una dolorosa noche oscura del alma.
Madre Teresa pasaba por
una prueba de fe, un “desierto espiritual”, no una carencia o adormecimiento en
la fe, ni por un “Alzheimer espiritual”; es importante resaltar la diferencia
entre ambas situaciones, pues aunque confundibles son totalmente opuestos: Un
desierto espiritual es una experiencia de Dios, una prueba divina, que tiene un
fin santificante, en el que la gracia divina asiste al alma para no dejarla
corromper o caer en el pecado; en cambio, un adormecimiento en la fe, o
“Alzheimer espiritual”, es una tentación en la que fácilmente cae la persona
que deja de nutrir su relación con Dios, que poco a poco deja de buscarlo y se
va alejando de Él, hasta el punto de olvidarse de Dios y volver a su vida en el
pecado y el rechazo voluntario de la fe.
Debemos hacer un
profundo discernimiento y examen de conciencia, para saber si en verdad estamos
atravesando una noche oscura del alma o simplemente nos estamos durmiendo en la
fe. Si te descubres en el medio de un verdadero y árido “desierto” del alma, en
el testimonio de la Madre Teresa podemos encontrar el camino de vuelta al
tiernísimo Corazón de Jesús del que nos sentimos desterrados: No dejemos
de hacer lo que tenemos que hacer.
¿Y qué es esto
que tenemos que hacer? ¡Amar! Es nuestro mandato: Amar como
Cristo, amar sin medidas, esto es, amar más allá de nuestras emociones, de
nuestras carencias y nuestros dolores, tener la determinación de amar. La Madre
Teresa demostró que “el amor está en la voluntad, no en el
sentimiento”, como decía su postulador.
Es menester que
continuemos el camino que ya hemos empezado a recorrer; es necesario
mantenernos firmes en medio de la prueba y fieles en medio de la duda. La Madre
Teresa de Calcuta tuvo su época de mayor trabajo entre los pobres por la
extensión del Reino de Dios en medio del sufrimiento de su prueba de fe. Aunque
no sentía nada, aunque aseguraba haber perdido la fe, aunque el dolor era tan
grande al sentirse abandonada por Jesús que llegó a exclamar: “Señor, Dios
mío, ¿quién soy yo para que tú me abandones? La niña de tu amor y ahora
convertida en la más odiada, la que tú has desechado como despreciada, no
amada”… Ella continúo la obra que había empezado, porque seguía convencida
de que era obra del mismo Dios, no suya.
Y aún, en medio de
tanta aflicción y de llegar incluso a dudar de la existencia de Dios, ella
continuaba orando por horas frente al Sagrario, como extasiada, según el
testimonio de personas que la vieron así. Ella no dejó nunca de buscar la
presencia de Dios, porque el dolor que la atormentaba era mayor a causa de su
anhelo insaciable de Dios, más que por el mismo vacío que sentía.
En su experiencia tan
dura y a la vez tan tierna y conmovedora, podemos encontrar 3 vías infalibles
para avanzar en medio del desierto y llegar de vuelta a los brazos amorosos del
Padre:
LA ORACIÓN FERVOROSA Y
CONSTANTE:
Madre Teresa sentía un
dolor tan incomprensible, incluso para ella, que no podía expresarlo ni siquiera
a las personas en quienes más confiaba; sin embargo, cuando oraba las palabras
le fluían con naturalidad, pues su sufrimiento era comprendido sólo por su
Jesús. En la oración encontraba la fuerza de la gracia divina, que la hacía
amar Su Voluntad y vivir una alegría que no sentía.
Oraba ella de manera
tan humilde y sincera, que oraba incluso cuando aseguraba no rezar; cada
palabra era movida por su inmenso amor y entrega a Dios aun cuando se sentía no
amada por Él. Así oraba en una carta a su director espiritual: «Quiero a
Dios con todas las fuerzas de mi alma y, sin embargo, allí entre nosotros, hay
una terrible separación. Ya no rezo más, pronuncio las palabras de las
oraciones comunitarias y hago todo lo posible por sacar de cada palabra la dulzura
que tiene que dar. Pero mi oración de unión ya no está ahí. Ya no rezo. Mi alma
no es una Contigo y sin embargo cuando estoy sola en las calles, te hablo
durante horas de mi anhelo por Ti. Qué íntimas son aquellas palabras y sin
embargo tan vacías, porque me dejan lejos de Ti.»
EL TRABAJO APOSTÓLICO
INCANSABLE:
Decía la Beata Teresa
de Calcuta en su oración: «Hago todo lo que puedo. Me desvivo, pero estoy
más que convencida de que la obra no es mía. No dudo que fuiste Tú quien
me llamó, con muchísimo amor y fuerza. Fuiste Tú, lo sé. Es por esto que la
obra es Tuya y eres Tú incluso ahora, pero no tengo fe, no creo. (…) De
corazón y con toda el alma, trabajaré para las Hermanas porque son Tuyas. Todas
y cada una son Tuyas».
Así bien, no dejes
de hacer lo que tienes que hacer, Dios te ha escogido para hacer por medio
de ti Su obra, es Él el que la mantiene y es por medio de ti. Sigue trabajando
con la certeza de que la obra es de Dios, aférrate al pensamiento de
que, aunque no parezca, Dios debe ser verdad, pues una obra tan maravillosa y
una experiencia tan incomprensible sólo puede venir de un autor divino.
BUSCA LA AYUDA DE UN
SACERDOTE:
La Madre Teresa
escribió al padre Picachy, su consejero espiritual: «Rece por mí, Padre,
dentro de mí hay muchísimo sufrimiento. Rece por mí para que no niegue nada a
Dios en esta hora. No quiero hacerlo, pero temo que lo pueda hacer.» En
esos momentos tan difíciles en los que se prueba la fe, siempre es necesario el
apoyo, consejos y oración de un sacerdote amigo que actúa en nombre de Cristo
por el bien de tu alma.
Finalmente, no te
olvides de que Dios tiene un propósito de salvación para ti y para muchas almas
por medio de esta prueba. Transita este desierto abandonándote a Dios, aun
cuando lo sintieras tan lejos e incierto, Su gracia llevará esta obra a buen
término.
«Si mi separación de Ti
lleva a otros a Ti y en su amor y su compañía encuentras alegría y placer,
entonces Jesús, estoy dispuesta con todo mi corazón a sufrir lo que sufro no
sólo ahora, sino por toda la eternidad, si esto fuera posible. Tu felicidad es
lo único que quiero. Por lo demás por favor no Te molestes incluso si me ves
desmayar de dolor. Es mi voluntad, quiero saciar Tu Sed con cada gota de sangre
que Tú puedas encontrar en mí. No me permitas que Te haga daño de ninguna
manera, quítame el poder de herirte. (…) Te suplico sólo una cosa: por
favor no te preocupes por volver pronto. Estoy dispuesta a esperarte toda la
eternidad. Tu pequeña.» (Beata Teresa de Calcuta)
Por: Eglis Cayama