Ser elegido padrino o madrina de un niño es una gran alegría.
Pero también es una responsabilidad: ¿cómo asumirlo cuando estamos alejados
geográficamente de nuestro ahijado?
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| Shutterstock | Stokkete |
El día del bautismo, nos comprometemos, como
padrino o madrina, a ayudar a los padres de nuestro ahijado o ahijada a
“educarlos en la fe, para que estos niños, guardando los mandamientos de Dios,
amen al Señor y al prójimo, como Cristo nos enseña en el Evangelio”.
No hemos sido
meros testigos del bautismo: hemos dado nuestra palabra.
Y la dimos en serio, pero… ¿y después?
Al cabo de
meses y de años zarandeados por la vida, inundados de mil preocupaciones,
alejados geográficamente, tenemos dificultades para respetar este compromiso y
nos sentimos vagamente culpables por no haber hecho suficiente por nuestros
ahijados, o por algunos de ellos.
A veces
incluso tenemos conciencia de haberles fallado con errores más
o menos graves. Nunca es demasiado tarde para
hacer el bien: incluso si, después de varios años, apenas nos hemos ocupado de
ellos, no es una razón para bajar los brazos.
Estar presente en todos los acontecimientos importantes
Para empezar podemos rezar por ellos y
pedir al Espíritu Santo que nos enseñe a ejercer nuestras responsabilidades hacia ellos.
Una carta auténtica, en la que pidamos
circunstancialmente perdón por un silencio demasiado largo o incluso por riñas
o faltas graves, permitirá retomar el contacto.
Incluso en la edad adulta, es precioso tener un padrino y una madrina atentos y
cariñosos. Nunca es demasiado pronto para comenzar.
Recordemos
que nuestra misión consiste, ante todo, en ayudar a los padres,
por eso desde el principio es importante establecer relaciones profundas con
ellos.
Aunque los
conozcamos bien, aunque sean hermanos o buenos amigos, nuestro estatus de
padrino y madrina establece unos vínculos nuevos, de orden espiritual.
Recemos por ellos y, cuando sea posible, con ellos.
¿Por
qué no mantener una relación epistolar?
Cuando el niño es pequeño, dediquemos
tiempo a hablar de él con sus padres. Interesémonos por su personalidad que se
esboza poco a poco, por sus progresos y sus dificultades.
Evoquemos aquello que deseamos para él. Y
ofrezcamos los medios para mantener esta relación: programemos regularmente un fin de semana
con una tarde juntos o algunos días de vacaciones todos los años, cuando el
distanciamiento geográfico no permita encuentros más frecuentes.
Estemos
atentos a todo lo que compone la vida de nuestro ahijado. Es importante prestar
atención a las noticias, estar presente a pesar de las distancias en todos los
acontecimientos importantes, como cumpleaños, la vuelta
al cole, la entrega de un diploma, etc.
Por otra
parte, no olvidemos que los niños, sobre todo a partir de los cinco o seis
años, se alegran mucho al recibir cartas a su nombre.
Aunque se
trate de unas sencillas palabras en una postal, eso les muestra que alguien
pensó en ellos de una forma muy especial.
Y, una vez
que aprenden a leer y escribir con soltura, las cartas permiten decir muchas
cosas, desde las más anecdóticas a las más profundas. Una carta se conserva, se
relee… ¡es un auténtico tesoro!
Crear recuerdos inolvidables
Padrino y madrina son unos interlocutores
privilegiados ante los que el niño se siente único e irremplazable.
También es
importante, cuando hagamos una visita a nuestro ahijado o ahijada, reservar
un momento a solas, sin sus hermanos o hermanas, sin nuestros propios
hijos.
Puede
tratarse simplemente de un paseo los dos o una jornada más especial en la que
se hagan cosas un poco más alocadas, cosas fuera de lo habitual, entre las que
se pueden incluir la misa de domingo o un tiempo de oración.
A menudo nos
sentimos unos pésimos padrinos o madrinas… ¡y quizás lo seamos! Pero entonces,
la peor de las tentaciones sería perder coraje.
Recordemos
que, a través de la petición de los padres y a través de la Iglesia que
ratificó su decisión, es Dios mismo quien nos ha confiado esta
misión.
Apoyémonos en
Él para administrarla bien, aunque sea a varios kilómetros de nuestros
ahijados. Y tengamos la seguridad de que Él nos da los medios para nuestra
tarea, aquí y ahora.
Fuente:
Edifa
