SABER CALLAR, SABER HABLAR
II. Hablar cuando sea necesario, con caridad y fortaleza. Huir del silencio
culpable.
III. Valentía y fortaleza en la vida ordinaria. Ser coherentes con nuestra fe
y con la vocación recibida.
“En aquel tiempo, oyó el
virrey Herodes lo que se contaba de Jesús y dijo a sus ayudantes: -«Ése es Juan
Bautista, que ha resucitado de entre los muertos, y por eso los poderes actúan
en él.»
Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo habla metido en la
cárcel encadenado, por motivo de Herodías, mujer de su hermano Filipo; porque
Juan le decía que no le estaba permitido vivir con ella. Quería mandarlo matar,
pero tuvo miedo de la gente, que lo tenía por profeta. El día del cumpleaños de
Herodes, la hija de Herodías danzó delante de todos, y le gustó tanto a Herodes
que juró darle lo que pidiera. Ella, instigada por su madre, le dijo: -«Dame
ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan Bautista.» El rey lo sintió; pero,
por el juramento y los invitados, ordenó que se la dieran; y mandó decapitar a
Juan en la cárcel. Trajeron la cabeza en una bandeja, se la entregaron a la
joven, y ella se la llevó a su madre. Sus discípulos recogieron el
cadáver, lo enterraron, y fueron a contárselo a Jesús” (Mateo 14,1-12).
cadáver, lo enterraron, y fueron a contárselo a Jesús” (Mateo 14,1-12).
I. Durante treinta años,
Jesús llevó una vida de silencio; sólo María y José conocían el misterio del
Hijo de Dios. Cuando vuelve de nuevo al pueblo donde había vivido, sus paisanos
se extrañan de su sabiduría y de sus milagros, pues sólo habían visto en Él una
vida ejemplar de trabajo.
Durante
los tres años de su ministerio público vemos cómo se recoge en el silencio de
la oración, a solas con su Padre Dios, se aparta del clamor y del fervor
superficial de la multitud que pretende hacerle rey, realiza sus milagros sin
ostentación y recomienda frecuentemente a los que han sido curados que no lo
publiquen...
El
silencio de Jesús ante las voces de sus enemigos en la Pasión es conmovedor: Él
permaneció en silencio y nada respondió. Ante tantas acusaciones falsas aparece
indefenso. «Dios nuestro Salvador ‑comenta San Jerónimo-, que ha redimido al
mundo llevado de su misericordia, se deja conducir a la muerte como un cordero,
sin decir palabra; ni se queja ni se defiende. El silencio de Jesús obtiene el
perdón de la protesta y excusa de Adán». Jesús calla durante el proceso ante
Herodes y Pilato, y lo contemplamos en pie, sin decir palabra, ante Barrabás y
delante de enemigos clamorosos, excitados, vigilantes, sirviéndose de falsos
testimonios para tergiversar sus palabras. Está en pie ante el procurador. Y
aunque le acusaban los príncipes de los sacerdotes, nada respondió. Entonces
Pilato le dijo: ¿No oyes cuántas cosas alegan contra ti? Y no le respondió a
pregunta alguna, de tal manera que el procurador quedó admirado en extremo.
El
silencio de Dios ante las pasiones humanas, ante los pecados que se cometen
cada día en la Humanidad, no es un silencio lleno de ira, ni despreciativo,
sino rebosante de paciencia y de amor. El silencio del Calvario es el de un
Dios que viene a redimir a todos los hombres con su sufrimiento indecible en la
Cruz. El silencio de Jesús en el Sagrario es el del amor que espera ser
correspondido, es un silencio paciente, en el que nos echa de menos si no le
visitamos o lo hacemos distraídamente.
El
silencio de Cristo durante su vida terrena no es en modo alguno vacío interior,
sino fortaleza y plenitud. Los que se quejan continuamente de las
contrariedades que padecen o de su mala suerte, quienes pregonan a los cuatro
vientos sus problemas, los que no saben sufrir calladamente una injuria,
quienes se sienten urgidos a dar continuamente explicaciones de lo que hacen y
lo que dejan de hacer, los que necesitan exponer las razones y motivos de sus
acciones, esperando con ansiedad la alabanza o la aprobación ajena..., deberían
mirar a Cristo que calla. Le imitamos cuando aprendemos a llevar las cargas e
incertidumbres que toda vida lleva consigo sin quejas estériles, sin hacer
partícipes de ellas al mundo entero, cuando hacemos frente a los problemas
personales sin descargarlos en hombros ajenos, cuando respondemos de los
propios actos sin excusas ni justificaciones de ningún tipo, cuando realizamos
el propio trabajo mirando la perfección de la obra y la gloria de Dios, sin
buscar alabanzas...
Iesus
autem tacebat. Jesús callaba. Y nosotros debemos aprender a callar en muchas
ocasiones. A veces, el orgullo infantil, la vanidad, hacen salir fuera lo que
debió quedar en el interior del alma; palabras que nunca debieron decirse. La
figura callada de Cristo será un Modelo siempre presente ante tanta palabra
vacía e inútil. Su ejemplo es un motivo y un estímulo para callar a veces ante
la calumnia o la murmuración. In silentio et in spe erit fortitudo vestra, en
el silencio y en la esperanza se fundará vuestra fortaleza, nos dice el
Espíritu Santo, por boca del Profeta Isaías.
II. Pero Jesús no siempre
calla. Porque existe también un silencio que puede ser colaborador de la
mentira, un silencio compuesto de complicidades y de grandes o pequeñas
cobardías; un silencio que a veces nace del miedo a las consecuencias, del
temor a comprometerse, del amor a la comodidad, y que cierra los ojos a lo que
molesta para no tener que hacerle frente: problemas que se dejan a un lado,
situaciones que debieron ser resueltas en su momento porque hay muchas cosas
que el paso del tiempo no arregla, correcciones fraternas que nunca se debieron
dejar de hacer... dentro de la propia familia, en el trabajo, al superior o al
inferior, al amigo y a quien cuesta tratar.
La
Palabra de Jesús está llena de autoridad, y también de fuerza ante la
injusticia y el atropello: ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!,
porque exprimís las casas de las viudas con el pretexto de hacer largas
oraciones... Jamás le importó ir contra corriente a la hora de proclamarla
verdad.
San
Juan Bautista, cuyo martirio leemos hoy en el Evangelio de la Misa, era voz que
clama en el desierto. Y nos enseña a decir todo lo que deba ser dicho, aunque
nos parezca alguna vez que es hablar en el desierto, pues el Señor no permite
en ninguna ocasión que sea inútil nuestra palabra, porque es necesario hacer lo
que debe hacerse, sin preocuparse excesivamente de los frutos inmediatos, ya
que si cada cristiano hablara conforme a su fe, habríamos cambiado ya el mundo.
No podemos callar ante infamias y crímenes como el del aborto, la degradación
del matrimonio y de la familia, o ante una enseñanza que pretende arrinconar a
Dios en la conciencia de los más jóvenes...No podemos callar ante ataques a la
persona del Papa o a Nuestra Señora, ante las calumnias sobre instituciones de
la Iglesia cuya verdad y rectitud conocemos bien de sobra... Callar cuando
debemos hablar por razón de nuestro puesto en la sociedad, en la empresa o en
la familia, o sencillamente por la condición de cristianos, podría ser en
ocasiones colaborar con el mal, permitiendo que se piense que «el que calla,
otorga». Si los católicos hablasen cuando han de hacerlo, si no contribuyeran
con una sola moneda a la difusión de la prensa o de la literatura que causan
estragos en las almas, difícilmente podrían sostenerse esas empresas.
Hablar
cuando debamos hacerlo. A veces, en el pequeño grupo en el que nos movemos, en
la tertulia que se organiza espontáneamente a la salida de una clase, o con
unos amigos o vecinos que vienen a nuestra casa a visitarnos; entre los amigos
o clientes..., ante un vídeo indecente en el autobús en el que viajamos..., y
desde la tribuna, si ése es nuestro lugar dentro de la sociedad. Por carta
cuando sea preciso para animar con nuestro aliento o para agradecer un buen
artículo aparecido en un periódico o manifestar nuestra disconformidad con una
determinada línea editorial o un escrito doctrinalmente desenfocado.
Y
siempre con caridad, que es compatible con la fortaleza (no existe caridad sin
fortaleza), con buenas maneras, disculpando la ignorancia de muchos, salvando
siempre la intención, sin agresividad ni formas cerriles o inadecuadas que
serían impropias de alguien que sigue de cerca a Jesucristo... Pero también con
la fortaleza con que actuó el Señor.
III. Si en los momentos en
que el Bautista vio en peligro su vida hubiera callado o se hubiera mantenido
al margen de los acontecimientos, no habría muerto degollado en la cárcel de
Herodes. Pero Juan no era así; no era como una caña que a cualquier viento se
mece. Fue coherente con su vocación y con sus principios hasta el final. Si
hubiera callado, habría vivido algunos años más, pero sus discípulos no serían
quienes primero siguieron a Jesús, no habría sido quien preparara y allanara el
camino al Señor, como había profetizado Isaías. No habría vivido su vocación y,
por tanto, no habría tenido sentido su vida.
A
nosotros, muy probablemente, no nos pedirá Jesús el martirio violento, pero sí
esa valentía y fortaleza en las situaciones comunes de la vida ordinaria: para
cortar un mal programa de televisión, para llevar a cabo esa conversación
apostólica que debemos tener y no retrasarla más... Sin quedarse en quejas
ineficaces, que para nada sirven, dando doctrina positiva, soluciones..., con
optimismo ante el mundo y las cosas buenas que hay en él, resaltando lo bueno:
la alegría de una familia numerosa, el profundo gozo que produce realizar el
bien, el amor limpio que se conserva joven viviendo santamente la virtud de la
pureza...
Existe
un silencio cobarde, contra el que debemos luchar: el del que enmudece ante
quien Dios ha puesto a su lado para que le ayude y le fortalezca en su caminar
hacia Dios. Difícilmente podríamos ser valientes en la vida si no lo fuéramos
en primer lugar con nosotros mismos, siendo sinceros con quien orienta nuestra
alma.
Muchos
de nuestros amigos, al ver que somos coherentes con la fe, que no la
disimulamos ni escondemos en determinados ambientes, se verán arrastrados por
ese testimonio sereno, de la misma manera que muchos se convertían al
contemplar el martirio -testimonio de fe- de los primeros cristianos.
Pidamos
en el día de hoy, que dedicamos especialmente a Nuestra Señora, que Ella nos
enseñe a callar en tantas ocasiones en que debemos hacerlo, y a hablar siempre
que sea necesario.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org