EL OPTIMISMO DEL CRISTIANO
II. El optimismo cristiano es consecuencia de la fe.
III. Optimismo fundamentado también en la Comunión de los Santos.
“En aquel tiempo, al
enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí en barca,
a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra
desde los pueblos.
Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a
los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle:
-«Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a
las aldeas y se compren de comer.» Jesús les replicó: -«No hace falta que
vayan, dadles vosotros de comer.» Ellos le replicaron: -«Si aquí no tenemos más
que cinco panes y dos peces.» Les dijo: -«Traédmelos.» Mandó a la gente que se
recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la
mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los
discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta
quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos
cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños” (Mateo 14,13-21).
I. Una gran multitud ha
seguido a Jesús lejos de los lugares habitados. Van detrás de Él sin
preocuparse de las distancias, del calor o del frío, porque es mucha su
necesidad y se sienten acogidos. Están pendientes de aquellas palabras que dan
un sentido a sus vidas, y hasta se olvidan de lo más elemental: no llevan
provisiones para comer, ni hay dónde comprarlas. Esto no parece preocuparles,
ni a ellos ni a Jesús. Pero los discípulos se dan cuenta de la situación y, al
atardecer, acuden al Maestro, y le dicen: El lugar es desierto y ya ha pasado
la hora; despide a la gente para que vayan a las aldeas a comprar alimentos.
Ésta es la realidad, que parece evidente a todos.
Pero
Jesús sabe una realidad más alta, de unas posibilidades que los discípulos más
íntimos parecen desconocer. Por eso, les contesta: No tienen necesidad de ir,
dadles vosotros de comer. Pero ellos, bien conocedores de su indigencia, le
dicen: No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces. Los discípulos ven la
realidad objetiva: son conscientes de que con aquellos alimentos no pueden dar
de comer a una multitud. Así nos ocurre a nosotros cuando hacemos un cálculo de
nuestras fuerzas y posibilidades: nos superan las dificultades de la propia
vida y del apostolado. La mera objetividad humana nos llevaría al desaliento y
al pesimismo, nos haría olvidar el optimismo radical que comporta la vocación
cristiana, que tiene otros fundamentos.
La
sabiduría popular dice: «quien deja a Dios fuera de sus cuentas, no sabe
contar»; y no le salen las cuentas porque olvida precisamente el sumando de
mayor importancia. Los Apóstoles hicieron bien los cálculos, contaron con toda
exactitud los panes y los peces disponibles..., pero se olvidaron de que Jesús,
con su poder, estaba a su lado. Y este dato cambiaba radicalmente la situación;
la verdadera realidad era otra muy distinta. «En las empresas de apostolado
está bien -es un deber‑ que consideres tus medios terrenos (2 + 2 = 4), pero no
olvides ¡nunca! que has de contar, por fortuna, con otro sumando: Dios + 2 +
2...». Olvidar ese sumando sería falsear la verdadera situación. Ser
sobrenaturalmente realistas nos lleva a contar con la gracia de Dios, que es un
«dato» bien real.
El
optimismo del cristiano no se fundamenta en la ausencia de dificultades, de
resistencias y de errores personales, sino en Dios, que nos dice: Yo estaré con
vosotros siempre. Con Él lo podemos todo; vencemos... incluso cuando
aparentemente fracasamos. Es el optimismo que tuvieron los santos. La Santa de Ávila
repetía, con buen humor y con sentido sobrenatural: «Teresa sola no puede nada;
Teresa y un maravedí, menos que nada; Teresa, un maravedí y Dios, lo puede
todo». También nosotros. «Echa lejos de ti esa desesperanza que te produce el
conocimiento de tu miseria. -Es verdad: por tu prestigio económico, eres un
cero..., por tu prestigio social, otro cero..., y otro por tus virtudes, y otro
por tu talento...
»Pero,
a la izquierda de esas negaciones, está Cristo... Y ¡qué cifra inconmensurable
resulta!». ¡Cómo cambian las fuerzas disponibles a la hora de emprender una
empresa apostólica o cuando nos decidimos a luchar en la vida interior, o en
las mismas realidades de la vida humana, apoyados en el Señor!
II. El optimismo del
cristiano es consecuencia de su fe, no de las circunstancias. Sabe que el Señor
ha dispuesto todo para su mayor bien, y que Él sabe sacar fruto incluso de los
aparentes fracasos; a la vez, nos pide emplear todos los medios humanos a
nuestro alcance, sin dejar ni uno solo: los cinco panes y los dos peces. Eran
muy poco en relación con tantos como andaban hambrientos después de una larga
jornada, pero era la parte que habían de poner ellos para que el milagro se
realizara.
El
Señor hace que los fracasos en el apostolado (una persona que no responde, que
vuelve la espalda, las negativas reiteradas a dar un paso adelante en su camino
hacia Dios...) nos santifiquen y santifiquen; nada se perderá. Lo que no puede
dar fruto son las omisiones y los retrasos, el dejar de hacer porque parezca
que es poco lo que podemos o que es mucha la resistencia del ambiente al
mensaje de Cristo. El Señor quiere que pongamos los pocos panes y peces que
siempre tenemos y que confiemos en Él con rectitud de intención. Unos frutos
llegarán enseguida, otros los reserva el Señor para el momento y la ocasión
oportuna, que Él bien conoce; siempre llegarán. Hemos de convencernos de que
nosotros somos nada y nada podemos por nosotros mismos, pero Jesús está a
nuestro lado, y «Él, a cuyo poder y ciencia están sometidas todas las cosas,
nos protege por medio de sus inspiraciones, contra toda necedad, ignorancia,
cerrazón o dureza de corazón».
El
optimismo del cristiano se afianza fuertemente con la oración: «no es un
optimismo dulzón, ni tampoco una confianza humana en que todo saldrá bien. »Es
un optimismo que hunde sus raíces en la conciencia de la libertad y en la
seguridad del poder de la gracia; un optimismo que lleva a exigirnos a nosotros
mismos, a esforzarnos por corresponder en cada instante a las llamadas de
Dios», a estar pendientes de lo que Él desea que llevemos a cabo.
No es el
optimismo del egoísta que sólo busca su tranquilidad personal, y para eso
cierra los ojos a la realidad y dice «ya se arreglará todo» como excusa para
que no le molesten, o se niega a ver los males del prójimo para evitar las
preocupaciones o tener que remediarlos... El optimismo radical de quien sigue
de cerca a Cristo no le aparta de la realidad. Con los ojos abiertos y
vigilantes, sabe enfrentarse a ella, pero no queda atenazado por el mal que a
veces contempla ni su alma se llena de tristeza, porque sabe que en ninguna
circunstancia su Padre Dios le deja de la mano, y que siempre sacará frutos
desproporcionados de aquel terreno -de aquellas circunstancias o de aquellos
amigos- en el que parecía que sólo podían crecer cardos y ortigas. El cristiano
sabe que «la obra buena nunca será destruida, y que para dar fruto el grano de
trigo debe empezar a morir bajo tierra; sabe que el sacrificio de los buenos
nunca es estéril».
III. Señala R. Knox que
Jesús no realizó el milagro en beneficio de transeúntes casuales que se
hubieran acercado a ver qué ocurría en aquel grupo numeroso de gentes, sino de
aquellos que le siguen durante días y le buscan cuando no le encuentran; son
-dice‑ como una manifestación de la Iglesia incipiente. Aquellos cinco mil
sentados en la falda de la montaña estaban unidos entre sí por haber seguido a
Cristo, haberse alimentado del mismo pan -imagen de la Sagrada Eucaristía- que
sale de las manos de Cristo. «¡Qué símbolo tan natural de fraternidad es una
comida común! ¡Con qué facilidad brota la amistad entre los participantes en un
banquete al aire libre!
»Podemos
imaginarnos lo que pasaría después, cuando algunos de los cinco mil se
encontraron casualmente; la amistad suscitaría en ellos los recuerdos comunes:
la situación de uno con respecto al otro aquel día memorable; su temor de que
no les llegaran las escasas provisiones; su alegría al ver ante sí, con las
manos llenas, a Pedro, o a Juan, o a Santiago; su asombro al ver a todos hartos
y doce cestas de fragmentos sobrantes».
Nosotros
participamos de la misma mesa, del mismo Banquete, tomamos el mismo Pan, que se
multiplica sin cesar, y en el que viene Cristo a nosotros. Quienes seguimos a
Cristo estamos unidos por un fuerte vínculo, y corre por nosotros la misma
vida. «¡Ojalá que nos miremos a nosotros mismos como sarmientos vivos de
Cristo, la vid, como animados y vigorizados por la gracia y la virtud de
Cristo!». La Comunión de los Santos nos enseña que formamos un solo Cuerpo en
Cristo y que podemos ayudarnos, eficazmente, unos a otros. En este momento
alguien está pidiendo por nosotros, alguien nos ayuda con su trabajo, con su
oración o con su dolor. Nunca estamos solos.
La
Comunión de los Santos alimenta continuamente nuestro optimismo, porque
contamos con la ayuda, misteriosa pero real, de todos los que participamos del
mismo Pan, que el Señor vuelve a multiplicar para nosotros, que le andamos
siguiendo.
Comieron
todos hasta que quedaron satisfechos, y recogieron de los trozos sobrantes doce
cestos llenos. Los que comieron eran como unos cinco mil hombres, sin contar
mujeres y niños.
La
generosidad de Jesús (es la misma ahora, en nuestros días) nos mueve a acudir a
Él con ánimo esperanzado, pues son muchos los días que llevamos con Él. «Pídele
sin miedo, insiste. Acuérdate de la escena que nos relata el Evangelio sobre la
multiplicación de los panes. -Mira con qué magnanimidad responde a los
Apóstoles: ¿cuántos panes tenéis?, ¿cinco?... ¿Qué me pedís?... Y Él da seis,
cien, miles... ¿Por qué?
»-Porque
Cristo ve nuestras necesidades con una sabiduría divina, y con su omnipotencia
puede y llega más lejos que nuestros deseos.
»¡El
Señor ve más allá de nuestra pobre lógica y es infinitamente generoso!». ¡Él
vuelve a realizar milagros cuando ponemos a su disposición lo poco que
poseemos! ¡Él tiene otra lógica, que supera nuestros pobres cálculos, siempre
pequeños y cortos! ¡Qué vergüenza si alguna vez nos guardásemos los cinco panes
y los dos peces, mientras el Señor esperaba para hacer con ellos maravillas!
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org