Las Hermanas Misioneras
de la Sagrada Familia de Murcia han alojado y sostenido en su casa a tres
madres kenianas y sus hijos, que vinieron a España de la mano de la ONG Cirugía
Solidaria para ser operados de cardiopatías congénitas
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Las tres
madres y sus hijos, en el centro de la imagen,
arropados
por las religiosas y el presidente de Cirugía Solidaria.
Foto:
Diócesis de Cartagena
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La historia de Imani, Catherine
y Duncan, dos niñas y un niño kenianos de entre 1 y 2 años, solo se puede
explicar con esa sentencia atribuida a Eduardo Galeano –que ya cita en este
número el misionero Garayoa, pero que es de obligada repetición– que dice que
«mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede
cambiar el mundo».
Aunque para estos niños y
sus familias ya ha cambiado. Han pasado los últimos meses en Murcia, donde han
sido operados de cardiopatías congénitas gracias a la ONG Cirugía Solidaria, que
ha puesto en marcha una maquinaria en la que se han implicado desde la
Consejería de Salud de la Región de Murcia hasta el Rotary Club, que se ha
encargado de la financiación y de los trámites.
También las Hermanas
Misioneras de la Sagrada Familias de Rincón de Seca, a diez minutos de Murcia,
que han acogido a las madres y sus hijos –en la comunidad hay dos religiosas de
origen keniano– y les han dado soporte alimenticio, comunicativo, sanitario,
formativo, espiritual...
«Ha sido un trabajo
conjunto y ha sido perfecto», afirma José Manuel Rodríguez, cirujano del
Hospital Virgen de la Arrixaca, donde han intervenido a los pequeños, y
presidente de la ONG Cirugía Solidaria, que pone énfasis en la labor
desempeñada por las religiosas. «No lo hubiésemos podido hacer sin ellas»,
añade.
El vínculo entre la ONG,
que viaja una vez al año a África para operar y ofrecer atención médica, y la
congregación son las dos religiosas kenianas, Jane y Beth, que ayudaron a los
médicos en una campaña en su país como intérpretes y otras tareas.
Pero... ¿Cómo acaban tres
niños y sus madres viviendo en un convento de religiosas? Lo explica la propia
Jane: «Nos pidieron ayuda porque las madres no se podían comunicar con los
médicos –hablan suajili, dialectos...– y, además, no se adaptaban a la casa
donde las habían alojado. No sabían manejar la cocina, la lavadora, la
calefacción... ni siquiera el váter. Fuimos a verlas y las escuchamos».
A la hermana Beth se le
saltaban las lágrimas al ver «cómo estaban sufriendo a pesar de estar en una
casa hermosa». Pero no estaban bien: «Se lo contamos a la madre superiora y nos
dijo que las íbamos a ayudar; luego llegó el doctor José Manuel Rodríguez y
planteó la posibilidad de que se quedasen con nosotras».
Búsqueda y captura
Y así fue como Imani,
Catherine y Duncan se mudaron con sus madres a la planta de noviciado del
convento. La preparación, según cuenta la hermana Beth, fue una acción de
«búsqueda y captura» de cunas para bebé y también de ropa, pues venían sin
nada, y entonces era invierno. Por los juguetes no había que preocuparse,
guardaban muchos del tiempo en que gestionaron una guardería infantil. La
hermana Jane, que además es estudiante de Enfermería, se mudó con ellas y
estaba pendiente de cualquier necesidad que tuvieran; los médicos también
estaban disponibles las 24 horas.
«Para ellas fue como
empezar una vida nueva», explica Beth. Aprendieron a subir en ascensor, a
cocinar, las nociones básicas de higiene –sobre todo ante el COVID-19–, a
trabajar en la huerta y, alguna, incluso a coser. Un bagaje que va a ser muy
útil cuando vuelvan a Kenia, algo que va a suceder pronto, pues los niños han
superado todas las revisiones y están perfectamente. De hecho, hubiesen
regresado antes si no fuera por la pandemia.
Tanto las hermanas como el
cirujano reconocen que a los niños les ha cambiado la cara, donde ahora luce
una sonrisa. Y para las religiosas ha servido para renovar con más fuerza si
cabe su carisma, que se resume en trabajar por la familia en todas las etapas
de la vida. Para Jane, ha sido una «gracia» poder ayudar a esos niños y
familias a recuperarse. Beth habla de agradecimiento, de servicio, de sentir
que forma parte de «una obra de Dios». «Para nosotras es una felicidad dar lo
poco que tenemos».
Fran Otero
Fuente: Alfa y Omega