Por aquel entonces tuvo una visión de san Pedro, quien le pidió que reconstruyese una iglesia arruinada que llevaba su nombre y se encontraba a unos tres kilómetros de la ciudad
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Cuando era
todavía un niño, Juan soñaba con vivir como un ermitaño y, tan pronto como
llegó a la mayoría de edad, decidió realizar su sueño: abandonó la casa paterna
y viajó hasta una isla, frente a Taranto, donde había un monasterio al que
ingresó en calidad de pastor de los rebaños de los monjes.
Su
carácter adusto, su retraimiento que le impedía unirse a los hermanos en
cualquiera de sus diversiones o paseos, le valieron la antipatía y aun la
hostilidad de los demás, hasta el grado de verse obligado a abandonar el
monasterio y la isla para refugiarse en Calabria y luego en Sicilia.
Poco
tiempo después, en procura de realizar lo que él consideraba como un llamado
divino, regresó a Italia y se quedó en Ginosa durante dos años y medio sin
pronunciar una sola palabra y sin revelar su presencia a sus padres que, como
consecuencia de las guerras, se habían refugiado en las vecindades de Ginosa.
Por
aquel entonces tuvo una visión de san Pedro, quien le pidió que reconstruyese
una iglesia arruinada que llevaba su nombre y se encontraba a unos tres
kilómetros de la ciudad. Gracias a la tenacidad de sus esfuerzos y a la ayuda
de algunos compañeros, pudo llevar a cabo con éxito la tarea. Pero entonces se
le acusó de haber descubierto un tesoro oculto en la vieja iglesia y de haberse
apropiado de él. Los acusadores lo llevaron ante el gobernador de la provincia,
quien no quiso creer en su inocencia y le mandó a la cárcel.
A
poco de estar en la prisión, escapó en una forma que nadie podía explicarse,
por lo que se dijo que había sido liberado por un ángel. Llegó hasta Cápua y
tuvo que seguir su camino, porque los pobladores no le permitieron quedarse. En
la soledad de la noche, oyó de nuevo la voz interior que le instaba a regresar
a su comarca natal y así lo hizo. De nuevo en la Basilicata, consiguió ingresar
en la comunidad religiosa de San Guillermo de Vercelli, en Monte Laceno.
Ahí
permaneció Juan hasta que un incendio destruyó las viviendas de los monjes; la
mayoría se trasladó a la abadía de Monte Cagno, pero Juan se fue a Bari, donde
comenzó a predicar con maravillosos resultados. Su éxito fue tan grande, que
suscitó la envidia y, de nuevo, sus enemigos trataron de combatirlo con
acusaciones falsas: aquella vez se le acusó de hereje. Sin embargo, se defendió
brillantemente en los tribunales y, a fin de cuentas, salió libre de culpa y
cargo entre las aclamaciones triunfales del pueblo.
Después
regresó a Ginosa, donde sus antiguos discípulos le dispensaron una calurosa
bienvenida y, en la iglesia reconstruida de San Pedro, predicó una misión que
rindió abundantes frutos. Sus constantes viajes estaban a punto de terminar:
siempre dirigido por la misteriosa voz interior, se encaminó al Monte Gargano
y, en Pulsano, a poco más de diez kilómetros del sitio bendecido por la
aparición de san Miguel Arcángel, se dedicó a construir un monasterio.
Desde
todas partes acudieron los discípulos a ayudarle y, una vez terminado el
edificio, albergó a sesenta monjes que tuvieron por superior a Juan hasta su
muerte. Venerado por todos en razón de su ciencia, sus milagros, sus profecías
y sus virtudes, pasó a mejor vida el 20 de junio de 1139. Posteriormente, otras
casas de religión se afiliaron a la suya y, en una época, la congregación de
Monte Pulsano formó parte de la gran familia Benedictina; pero desde hace mucho
tiempo desapareció.
Fuente: ACI