Críticas, burlas y traiciones a Jesús
Dominio público |
No se entiende por qué tuviera enemigos. Esto tiene que ser obra del gran enemigo que quiere servirse de algunos para deshacerse de Jesucristo, que es la Luz, el Camino, la Verdad y la Vida. Todas las potencias del mal se abalanzaron contra el Justo.
La envidia, el odio, la soberbia, la mentira, la falsedad se unieron para destruir al Santo. ¿Por qué? ¿Quién venció en esta lucha?
Durante su vida terrena Jesús tuvo personas que no quisieron aceptar su misión salvadora. La postura que Él adoptó frente a ellas fue la de convertirlas y atraerles a su divino corazón, unas veces con palabras suaves, otras, exigentes; unas veces, prefirió el silencio respetuoso; otras, la frase sagaz e inteligente. No a todos pudo conquistar para su Padre, porque les respetó la libertad. Pero Él vino para salvar a todos.
Aclaremos una cosa: Jesús no consideró a
nadie como su enemigo. A todos amó y por todos derramó su sangre preciosísima.
Serán ellos, los que no le aceptaron, los que se consideraban como enemigos
suyos. ¿Quiénes eran éstos?
En el campo religioso, lo consideraron un
enemigo y un peligro la mayor parte de los escribas, fariseos y sumos
sacerdotes (no todos) porque se arrogaba la autoridad de llevar a plenitud la
ley, porque rechazaba ciertas interpretaciones que de ella hacían, porque
desenmascaraba el legalismo y la hipocresía en sus relaciones con Dios y con
los hombres. Basta leer el capítulo 23 de san Mateo para darnos cuenta de todo
esto. Las acusaciones de Cristo se dirigen no contra los fariseos en cuanto
tales, herederos de los profetas ni contra su doctrina, realmente elevada, sino
contra sus actitudes hipócritas y contra las formalidades externas a que habían
reducido la religión.
Dice Monseñor Juan Straubinger, comentando
este capítulo de san Mateo: "Este espíritu de apariencia,
contrario al Espíritu de verdad que tan admirablemente caracteriza a nuestro
divino Maestro, es propio de todos los tiempos, y fácilmente lo descubrimos en
nosotros mismos. Aunque mucho nos cueste confesarlo, nos preocuparía más que el
mundo nos atribuyera una falta de educación, que una indiferencia contra Dios.
Nos mueve muchas veces a la limosna un motivo humano más que el divino, y en no
pocas cosas obramos más por quedar bien con nuestros superiores que por
gratitud y amor a nuestro Dios". Evitemos en nuestra vida toda
hipocresía e insinceridad. La hipocresía es asesina de toda autenticidad y
rectitud de vida y priva de la posibilidad de un diálogo espontáneo y sencillo
con el Creador y de una relación cordial y recta con los hombres.
En el campo civil, lo consideraron enemigo
Herodes, porque creyó que el niño recién nacido ponía en peligro su reino; y
Pilatos, desde el momento en que presentaron a Jesús como sedicioso y enemigo
del César.
No pensemos que Jesucristo nos hará la
vida imposible o que nos aguará la fiesta, como se dice. Jesús es incapaz de
hacernos esto. Él quiere siempre nuestro bien, busca siempre nuestro bien. Y
cuando nos exige, nos exige por amor. Ni a Herodes quiso quitarle su trono ni a
Pilato. Es más, a Pilato le dijo que la autoridad que tenía como procurador la
había recibido de Dios mismo.
En el corazón de Jesús no cabe, no podía
caber ni una sombra de resentimiento, de malquerencia, de desprecio. Su corazón
es un remanso de paz, de bondad y de caridad para con todos.
¿Cómo actuó Jesús frente a ellos?
Frente a los escribas fariseos y sumos
sacerdotes: hostigó ciertamente su legalismo e hipocresía, desenmascaró su
falsa religiosidad y dureza de corazón, puso en evidencia cómo deformaban la
voluntad de Dios y cómo se dejaban llevar de la vanidad y amor por las
riquezas, defendió su misión divina, etc. Pero acogió a quien humildemente se
acercó a él, como le sucedió a Nicodemo (cf. Juan 3) y alabó al escriba que
respondió correctamente (cf. Lc 10, 28).
Jesús los desnudó y les puso de manifiesto
un pecado fundamental: la falta de verdad en sus vidas, de desamor a la verdad,
e incluso de odio a la verdad. Ellos no soportaban que Jesús dijera: "Yo
soy la Verdad". Su rechazo de Jesucristo no fue por razones de honestidad.
Lo rechazaron por ser precisamente Él, con su modo de vida singular, con su
doctrina específica y nueva, con sus enseñanzas particulares nunca oídas antes.
Por eso Jesús les dijo: "Yo he venido en nombre de mi Padre y vosotros no
me recibís".
Para probar esta desafección de algunos
fariseos hacia Cristo está el testimonio de la cruz y los relatos de la Pasión.
La confianza de Cristo en su Padre era como una llamada de atención a su
presunción. La verdad de Cristo dolía a su doblez. El desprendimiento de Cristo
chocaba contra la avaricia farisea. La humildad de Jesús era una lección
difícil a su soberbia y orgullo. Muchas cosas de Cristo les molestaba a los
fariseos: su seguridad, su virilidad, su amor a los pobres y pecadores, su autoridad,
su arrastre, su sencillez, su porte distinguido, su sonrisa serena, el brillo
de sus ojos...Muchas cosas eran para los fariseos motivo de fastidio.
Frente a los jefes políticos, Jesús es
respetuoso con ellos. Les hace ver cuál es su misión, recibida de Arriba. Les
pone en su lugar: al César lo que es del César. Intenta abrirles a la verdad de
su mensaje. Incluso los excusa, como hizo a Pilato. No se rebaja a la
curiosidad malsana de Herodes.
En general, Jesús supo enfrentar a sus
enemigos sin miedo. Sigue con su posición definida, aunque incómoda para ellos
(cf Jn 11, 14-16), guiado por la meta que el Padre le encomendó, que es de
índole sobrenatural (cf Mc 8, 33).
Sigue predicando, esperando ser escuchado
a pesar de posiciones ciegas (cf. Lc 20, 47-48).
Cuando ve la seguridad y la inminencia de
la muerte que le preparan, sigue luchando, no para ganarse amigos, sino para
dar un último esfuerzo y terminar totalmente su misión. Los enemigos nunca lo
frenaron o intimidaron (cf. Lc 21, 37-38).
No evita al enemigo ni tampoco busca
enfrentarse con él. No se agita febrilmente para vencer. Su objetivo no es ser
reconocido vencedor, sino alcanzar su ideal (cf. Jn 19, 30). Jesús sabe
aislarse de un ataque físico, cuando considera oportuno continuar todavía su
obra antes de que llegue su hora (cf. Jn 8, 59; Lc 4, 23-30).
Jesús es el Justo. Pero, como dice el
Libro de la Sabiduría, el justo siempre es un problema para el pecador:
"Tendamos lazos al justo, que nos fastidia, se enfrenta a nuestro modo de
obrar, nos echa en cara faltas contra la Ley y nos culpa de faltas contra
nuestra educación. Se gloría de tener el conocimiento de Dios y se llama a sí
mismo hijo del Señor. Es un reproche de nuestros criterios, su sola presencia
nos es insufrible, lleva una vida distinta de todas y sus caminos son extraños.
Nos tiene por bastardos, se aparta de nuestros caminos como de impurezas;
proclama dichosa la suerte final de los justos y se ufana de tener a Dios por
padre. Veamos si sus palabras son verdaderas, examinemos lo que pasará en su
tránsito. Pues si el justo es hijo de Dios, él le asistirá y le librará de las
manos de sus enemigos. Sometámosle al ultraje y al tormento para conocer su
temple y probar su entereza. Condenémosle a una muerte afrentosa, pues, según
él, Dios le visitará" (2, 12-20).
Pero a todo esto, Jesús respondió con sus
brazos extendidos, con su costado abierto para acoger a todos y con su palabra
de perdón: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23,
34).
Jesús y su enemigo principal, Satanás
Es el enemigo verdadero de Jesús. Y Jesús,
sí lucha contra él y contra sus planes. Recibe de él ataques. Actúa en el mundo
(cf Jn 13, 2), busca condenar al hombre (cf. Mt 13, 19). Por eso, Jesús busca
vencerlo (cf. Jn 12, 31). Su lucha contra Satanás es la lucha contra el mal.
Por ello Cristo busca, ante todo, hacer el bien, construir el Reino de Dios.
CONCLUSIÓN
En el corazón de Jesús no cabían enemigos.
Para Él todos somos dignos del amor de su Padre. A todos vino a salvar. Los que
se alejan de Jesús lo hacen conscientemente, porque no quieren abrirse a su
amor. ¡Lástima que se pierden el calor y el cariño de este Corazón
misericordioso de Jesús! Siempre lucha por la verdad, no contra las personas
(cf. Mt 22, 23-40). De todo esto se deduce que Jesús ama a sus enemigos. Trata
de darles el tesoro de salvación que trae. Los respeta sin devolverles la misma
piedra que le arrojan. Pero llega a zarandearlos fuertemente con palabras
duras, nunca para molestarlos, sino para arrancarlos de su tensa dureza en el
corazón. Podemos decir que su enemigo es el pecado, nunca el hombre. Pero ese
pecado anida en el corazón de cada hombre.
Por: P. Antonio Rivero, L.C
Fuente: Libro Jesucristo