ID AL MUNDO ENTERO...
II. Como los Apóstoles,
encontraremos obstáculos. Ir contra corriente. La reevangelización de Europa y
del mundo. Santidad personal.
III. «Tratar a las almas una
a una». Optimismo sobrenatural.
“«Habiendo resucitado,
al amanecer el primer día de la semana se apareció en primer lugar a María
Magdalena, de la que había expulsado siete demonios. Ella fue a anunciarlo a
los que habían estado con él, que se encontraban tristes y llorosos.
Pero
ellos, al oír que estaba vivo y que ella lo había visto, no lo creyeron.
Después de esto se apareció, bajo distinta figura, a dos de ellos que iban de
camino a una aldea; también ellos regresaron y lo comunicaron a los demás; pero
tampoco les creyeron. Por último, se apareció a los Once cuando estaban a la
mesa, y les reprochó su incredulidad y dureza de corazón, porque no creyeron a
los que lo habían visto resucitado. Y les dijo: Id al mundo entero y predicad
el Evangelio a toda criatura»” (Marcos 16,9-15).
I. La Resurrección del
Señor es una llamada al apostolado hasta el fin de los tiempos. Cada una de las
apariciones de Jesús Resucitado concluye con un mandato apostólico. Desde
entonces, los Apóstoles comienzan a dar testimonio de lo que han visto y oído,
y a predicar en el nombre de Jesús la penitencia para la remisión de los
pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén (Lucas 24, 44-47). En
los Apóstoles está representada toda la Iglesia.
En
ellos, todos los cristianos de todos los tiempos recibimos el gozoso mandato de
comunicar a quienes encontramos en nuestro caminar que Cristo vive, que en Él
ha sido vencido el pecado y la muerte, que nos llama a compartir una vida
divina, que todos nuestros males tienen solución. El mismo Cristo nos ha dado
este derecho y este deber. Nosotros no podemos callar porque es mucha la
ignorancia a nuestro alrededor, es mucho el error, son incontables los que
andan por la vida perdidos y desconcertados porque no conocen a Cristo.
II. En cuanto los Apóstoles
comenzaron a enseñar la verdad sobre Cristo, empezaron también los obstáculos,
y más tarde la persecución y el martirio. También nosotros debemos contar con
las incomprensiones, señal cierta de predilección divina y de que seguimos los
pasos del Señor, pues no es menos el discípulo que el Maestro (Mateo 10, 24).
Las recibiremos con alegría y las acogeremos como ocasiones para actualizar la
fe, la esperanza y el amor.
En
muchas ocasiones iremos contra corriente en un mundo que parece alejarse cada
vez más de Dios que tiene como fin único el bienestar material, por lo que el
campo apostólico es un terreno duro. Nosotros habremos de prepararlo en primer
lugar con la oración, la mortificación y las obras de misericordia, que atraen
siempre el favor divino; con la amistad, la comprensión, la ejemplaridad.
III. Como hicieron los
primeros cristianos, “lo verdaderamente importante es tratar a las almas una a
una para acercarlas a Dios” (A. DEL PORTILLO, Carta pastoral). Por esto,
nosotros mismos debemos estar muy cerca del Señor, unidos a Él como el
sarmiento a la vid (Juan 15, 5). Sin santidad personal no es posible el
apostolado, la levadura viva se convierte en masa inerte.
Si
los obstáculos son grandes, también es más abundante la gracia divina: será Él
quien los remueva, sirviéndose de cada uno de nosotros como de palanca. Santa
María, Reina de los Apóstoles, nos encenderá en la fe, en la esperanza y en el
amor de su Hijo para que colaboremos eficazmente a recristianizar el mundo de
hoy, tal como el Papa nos lo pide.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org