Fueron declaradas sus virtudes heroicas en 1997 y el dia 5 de julio de 2002, ante S.S. Juan Pablo II, fue promulgado el Decreto de aprobación de un milagro atribuido a su intercesión
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| Dominio público |
Fue bautizada el 31 de
marzo de 1862 en la Iglesia de San Esteban, lugar donde habían sido bautizados
San Vicente Ferrer y San Luis Bertrán.
Recibió una esmerada formación humana y
cristiana, que contrastaba con la mentalidad racionalista e ilustrada que se
abría paso en la sociedad valenciana del momento y que dio lugar a una oleada
de descristianización.
En la etapa de la adolescencia y juventud va reforzando
su vida como cristiana, nutriéndose de las devociones religiosas propias del
momento histórico que vive, especialmente la devoción a Jesús Sacramentado, a
la Inmaculada Concepción, a San José y a Santa Teresa, lo que a su vez la lleva
de forma progresiva a una mayor sensibilidad y compromiso con los mas
necesitados.
Muy pronto descubre el don del amor de Dios que se estaba
derramando abundantemente en su corazón (cf. Rm 5, 5) y hace propia la tarea de
acoger ese don en su vida a fin de ser «Santuario de Dios, morada del Espíritu»
(cf. 1 Co 3, 16). Su intensa vida de oración, su constante relación con Dios,
fueron la fuerza que hizo posible que en ella maduraran los frutos propios de
quien vive según el Espíritu: la alegría, la humildad, la constancia, el
dominio de sí, la paz, la bondad, la entrega, la laboriosidad, la
solidaridad... la fe, la esperanza y el amor. Por ello, quienes la conocieron
nos la presentan como una mujer que «Logró vivir lo ordinario de forma
extraordinaria».
Tenía apenas 18 años, cuando descubrió que la voluntad de Dios
sobre su vida era entregarlo todo y entregarse del todo a la causa del Reino a
través de la evangelización y el servicio a la mujer obrera, interesándose por
las condiciones de vida y laborales de estas jóvenes, realidad sufriente que
contemplaba desde la tartana que la conducía desde Valencia a la playa de
Nazaret, donde la familia tenía una casa de descanso y expansión.
En 1884, tras varios años de dificultades y obstáculos
especialmente por parte del entonces Arzobispo de Valencia, el Cardenal Antolín
Monescillo, al considerar que era demasiado joven para llevar a cabo la
propuesta que le hacía de fundar una Congregación Religiosa, logra de éste el
permiso necesario para abrir una casa que diera acogida, formación y dignidad a
las obreras que, dado el creciente proceso de industrialización del siglo XIX,
se desplazaban de los pueblos a la ciudad para trabajar en las fábricas, donde
eran consideradas meros instrumentos de trabajo; «Grande es tu fe y tu
constancia. Ve y abre un asilo a esas obreras por las que con tanta solicitud
te interesas y tanto cariño siente tu corazón».
Unos meses después, en esta misma casa se inauguraba una Escuela
para hijas de obreras y otras jóvenes se unían a su proyecto compartiendo los
mismos ideales. Desde este momento comenzaba a tomar forma en su vida lo que
experimentaba como voluntad de Dios: «Yo y todo lo mío para las obreras», no se
trataba de una frase hecha, era el espacio que posibilitaba la llamada de Dios
y la respuesta de una persona, Juana María Condesa Lluch.
Convencida de que su obra era fruto del Espíritu y con el deseo de
que fuese una realidad eclesial, continúa insistiendo a fin de poder
organizarse como Congregación Religiosa, pues seguir a Cristo, dando la vida
por Él en el servicio a las obreras le pedía exclusividad, de ahí su opción por
vivir en castidad, en obediencia y en pobreza de forma radical. Acrisolada en
la prueba, pero manteniendo un espíritu sereno, firme y confiado: «Señor,
manténme firme junto a tu Cruz», haciendo de la fe su luz, de la esperanza su
fuerza y del amor su alma, consigue la Aprobación Diocesana del Instituto en
1892, el cual crecía en miembros y se iba extendiendo por distintas zonas
industriales. En 1895 emite la Profesión Temporal junto con las primeras
hermanas y en 1911 la Profesión Perpetua.
Durante todos estos años, su vida a ejemplo de la Virgen
Inmaculada, fue una entrega incondicional a la voluntad de Dios, haciendo suyas
las palabras de María ante el anuncio del Ángel: «He aquí la esclava del Señor,
hágase en mi, según tu palabra» (Le 1, 38), palabras que se convirtieron en
clave de espiritualidad y en estilo de vida, hasta el punto de definirse como
«esclava de la Esclava del Señor» y de dar nombre y significatividad a la
Congregación fundada por ella.
El 16 de enero de 1916, la Madre Juana María Condesa Lluch pasaba
a contemplar el rostro de Dios por toda la eternidad, alcanzando su anhelo de
santidad, manifestado tantas veces a las hermanas con estas palabras: «Ser
santas en el cielo, sin levantar polvo en la tierra». Expresión que denota que
su vida transcurrió según el Espíritu de Cristo Jesús, conjugando la más sublime
de las experiencias, la intimidad con Dios, con el empeño de que la joven
obrera alcanzara también la más sublime de las vocaciones, ser imagen y
semejanza del Creador, y que pone de manifiesto su ser de «Mujer bíblica, llena
de coraje en las elecciones y evangélica en las obras», tal como fue definida
por uno de los Teólogos Consultores al estudiar sus virtudes.
El Instituto nutrido de la firme voluntad de su Fundadora,
alcanzaba el 14 de abril de 1937 la aprobación temporal pontificia de S.S. Pío
XI y el 27 de enero de 1947 la aprobación definitiva de S.S. Pío XII. La
apertura diocesana del Proceso de Canonización de la Madre Juana María tuvo
lugar en Valencia en 1953. Fueron declaradas sus virtudes heroicas en 1997 y el
dia 5 de julio de 2002, ante S.S. Juan Pablo II, fue promulgado el Decreto de
aprobación de un milagro atribuido a su intercesión.
Fuente: ACI
