MEDITACIÓN DIARIA: MIÉRCOLES DE LA SEGUNDA SEMANA DE PASCUA

AMOR CON OBRAS

Dominio público
I.
 El Señor nos amó primero. Amor con amor se paga. Santidad en los quehaceres de cada día.

II. Amor efectivo. La voluntad de Dios.

III. Amor y sentimiento. Abandono en Dios. Cumplimiento de nuestros deberes.

«Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca sino que tenga vida eterna. Pues Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él El que cree en él no es juzgado; pero quien no cree ya está juzgado, porque no cree en el nombre del Hijo Unigénito de Dios. 

Este es el juicio: que vino la luz al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, ya que sus obras eran malas. Pues todo el que obra mal odia la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprobadas. Pero el que obra según la ver- dad viene a la luz, para que sus obras se pongan de manifiesto, porque han sido hechas según Dios.» (Juan 3, 16-21)

I. La Pasión y Muerte de Jesucristo es la manifestación suprema del amor de Dios por los hombres. Él tomó la iniciativa en el amor entregándonos a su propio Hijo. Dios es amor, amor que se difunde y se prodiga; y todo se resume en esta gran verdad que todo lo explica y lo ilumina. Es necesario ver la historia de Jesús bajo esta luz. Él me ha amado, escribe San Pablo, y cada uno de nosotros puede y debe repetírselo a sí mismo: Él me ha amado y sacrificado por mí (Gálatas 2, 20)”. El amor de Dios por nosotros culmina en el Sacrificio del Calvario.

La entrega de Cristo constituye una llamada apremiante para corresponder a ese amor: amor con amor se paga. El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1, 27), y Dios es Amor (1 Juan 4, 8). Por eso el corazón del hombre está hecho para amar, y cuanto más ama, más se identifica con Dios; sólo cuando ama puede ser feliz. La santificación personal está centrada en el amor a Cristo, en un amor de mutua amistad. Para amar al Señor es necesario tratarle, hablarle, conocerle. Le conocemos en el Evangelio, en la oración y en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía.

II. Cuanto el Señor ha hecho por nosotros es un derroche de amor. Nunca nos debe parecer suficiente nuestra correspondencia a tanto amor. La prueba más grande de esta correspondencia es la fidelidad, la lealtad, la adhesión incondicional a la Voluntad de Dios. La Voluntad de Dios se nos muestra principalmente en el cumplimiento fiel de los Mandamientos y de las demás enseñanzas que nos propone la Iglesia.

El amor a Dios no consiste en sentimientos sensibles. Consiste esencialmente en la plena identificación de nuestro querer con el de Dios. “Amor con amor se paga”, pero amor efectivo, que se manifiesta en realizaciones concretas, en cumplir nuestros deberes para con Dios y para con los demás, aunque esté ausente el sentimiento, y hayamos de ir “cuesta arriba”, incluso con una aridez total, si el Señor permitiera esta situación.

III. El verdadero amor, sensible o no, incluye todos los aspectos de la existencia, en una verdadera unidad de vida. Una persona verdaderamente piadosa procura cumplir su deber de cada día con pleno abandono, abrazando siempre la Voluntad del Señor. La falsa piedad carece de consecuencias en la vida ordinaria del cristiano: no se traduce en el mejoramiento de la conducta, en una ayuda a los demás. La Santísima Virgen, que pronunció y llevó a la práctica aquel hágase en mí según tu palabra (Lucas 1, 38), nos ayudará a cumplir en todo la Voluntad de Dios.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org