Ante Pilato: Jesucristo Rey
El primer día de los Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: «¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer el cordero de Pascua?». Él les dijo: «Id a la ciudad, a casa de fulano, y decidle: ‘El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos’». Los discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua.
Al atardecer, se puso a la mesa con los Doce. Y
mientras comían, dijo: «Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará». Muy
entristecidos, se pusieron a decirle uno por uno: «¿Acaso soy yo, Señor?». Él
respondió: «El que ha mojado conmigo la mano en el plato, ése me entregará. El
Hijo del hombre se va, como está escrito de Él, pero ¡ay de aquel por quien el
Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!».
Entonces preguntó Judas, el que iba a entregarle: «¿Soy yo acaso, Rabbí?».
Dícele: «Sí, tú lo has dicho»” (Mateo
26,14-25).
I. El Señor es
conducido a la residencia del Procurador Poncio Pilato. “Era ya de día. El
Señor iba con las manos atadas, y la cuerda que ataba sus manos se unía al
cuello... Tendría frío en aquella madrugada, y sueño; la cara, desfigurada de
golpes y salivazos; despeinado de los últimos tirones que le dieron; cardenales
en las mejillas, y la sangre coagulada y seca... Todos le miraban espantados y
sobrecogidos” (LUIS DE LA PALMA, La Pasión del Señor).
El
que había entrado en Jerusalén aclamado por todo el pueblo, iba ahora preso y
maltratado como un malhechor. El Maestro se encuentra solo; sus discípulos ya
no oyen sus lecciones: le han abandonado ahora que tanto podían aprender.
Nosotros queremos acompañarle en su dolor y aprender de Él a tener paciencia
ante las pequeñas contrariedades de cada día, a ofrecerlas con amor.
II. El Señor, vestido en
son de burla con las insignias reales, oculta y hace vislumbrar al mismo
tiempo, bajo aquella trágica apariencia, la grandeza del Rey de reyes. La
creación entera depende de un gesto de sus manos. Cuando más débil se le ve, no
duda en afirmar ese título que tiene por derecho propio: es Rey; su reino es el
reino de la Verdad y la Vida, el reino de la Santidad y la Gracia, el reino de
la Justicia, el Amor y la Paz (Prefacio de la Misa de Cristo Rey).
Al
contemplar al Rey con corona de espinas, maltratado y olvidado por los hombres,
le decimos que queremos que reine en nuestra vida, en nuestros corazones, en
nuestras obras, en nuestros pensamientos, en nuestras palabras, en todo lo
nuestro.
III.
Jesucristo es rey de todos los seres, pues todas las cosas han sido hechas por
Él (Juan 1, 3), y de los hombres en particular, que hemos sido comprados a gran
precio (1 Corintios 6, 20). En el madero de la Cruz estará para siempre
escrito: Jesús Nazareno, Rey de los judíos. Ahora como entonces, son muchos los
que lo rechazan. Parece oírse en muchos ambientes aquel grito pavoroso: no
queremos que reine sobre nosotros. ¡Qué misterio de iniquidad tan grande es el
pecado! ¡Rechazar a Jesús! Todas las tragedias y calamidades del mundo, y nuestras
miserias, tienen su origen en estas palabras: Nolumus hunc regnare super nos,
No queremos que éste (Cristo) reine sobre nosotros.
Nosotros
acabamos nuestra oración diciéndole a Jesús: ¡Señor, Tú eres Rey de mi corazón.
Tú lo sabes bien, Señor!
Fuente: Almudi.org