¿Qué es
una buena confesión? ¿La que nos permite deshacernos de los pecados ya
cometidos y sacar fuerzas espirituales para luchar contra nuestros vicios?
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Antoine Mekary | GoDong |
Una
“buena” confesión no es una declaración de aduanas, o sea la simple enumeración
de los pecados cometidos desde la última confesión y para los cuales se desea
librar de la aduana.
Si es importante confesar
las propias faltas y hacerlo con sinceridad, lo esencial es hacer esta
confesión con un genuino arrepentimiento por lo que se ha hecho
y una firme resolución de cambiar de conducta, con el
ardiente deseo de vivir el mandamiento evangélico del amor.
¡La confesión, una verdadera declaración de amor!
Muchos cristianos se reconcilian con el
sacramento de la Reconciliación cuando comprenden que el Señor da mucha más
importancia a su declaración de amor que a la enumeración de sus faltas, ¡por
muy graves que sean!
Entonces entienden que no
deben tener miedo de confesarse ya que el Señor se
asombrará de la simplicidad con la que se culpan a sí mismos.
Porque esta simplicidad, esta sinceridad, son la
señal de que Él ya ha comenzado la transformación de sus corazones.
También es necesario
recordarles que, en la segunda parte del sacramento, es el mismo Señor quien
les responde con una magnífica y solemne declaración de perdón y amor.
A través de la voz del
sacerdote, a través de su absolución, declara sus pecados totalmente
perdonados. Una declaración maravillosamente efectiva, ya que el Señor tiene el
poder de sumergirlos en el océano de su misericordia.
Cuando un petrolero se hunde
en el océano, su carga se derrama inexorablemente en él. Cuando Dios, por el
contrario, sumerge nuestros pecados, no queda ninguna marea negra: ¡nuestro
corazón se vuelve más blanco que la nieve!
La verdadera confesión renueva y rejuvenece el corazón
Son
las manos de Jesús las que llevan a cabo esta transfiguración. Estas manos, que
obraron tantos milagros cuando vivía visiblemente entre nosotros, siguen
actuando hoy, no sólo en los cuerpos de los enfermos que cura, sino también en
los corazones de todos aquellos que recurren con fe al maravilloso sacramento
de la confesión.
Pero no es necesario tener
esta experiencia para estar seguro de que en cada confesión es Jesús mismo
quien recibe nuestra confesión -nuestra declaración de amor- y quien renueva y
rejuvenece nuestros corazones.
Por
el padre Pierre Descouvemont
Fuente:
Aleteia