EL FARISEO Y EL PUBLICANO
Reconocer nuestro pecado
Reconocer nuestro pecado
![]() |
Dominio público |
En
esta parábola del fariseo y el publicano la parte ostentosa y “mala” la hace un
hombre que según la Ley era “bueno”, justo y cumplidor de la Ley.
La
parte buena, regia, admirable, la hace un hombre que traficaba con su oficio,
un recaudador de impuestos que se beneficiaba con las trampas y el chantaje.
Jesús
presenta los hechos de tal manera que nos molesta el hombre justo puesto
odiosamente de pie ante el altar y nos resulta en cambio agradable el hombre
pecador que se golpea el pecho en el fondo del templo reconociendo su pecado.
En
la parábola del hijo prodigo, ocurre algo semejante. El hijo menor, que
abandona a su padre y malgasta sus bienes en una vida libertina, es el héroe de
esta parábola. En cambio el hijo mayor que aparentemente es bueno, que es fiel
a su padre, termina haciendo un papel mezquino.
En
la parábola de la oveja descarriada es precisamente ésta el objeto de toda la
fiesta. Las noventa y nueve no le dan al pastor tanta alegría.
En
la parábola de los obreros de la viña, reciben una dura amonestación los que
han trabajado todo el día. Los otros, los últimos, fueron pagados primero y con
el mismo salario de los demás.
En
la parábola del buen samaritano, el levita y el sacerdote, que llevan una
investidura sagrada, se comportan sin corazón ante el herido. En cambio el
papel de la perfecta caridad lo hace un pagano.
DESPERTAR
EN NOSOTROS LA CONCIENCIA DEL PUBLICANO.
Nos presentamos como los más justos, los virtuosos y más honorables que los demás. Aceptar que somos pecadores y que estamos en un camino de conversión.
Aceptar en lo íntimo de nuestro ser que somos pecadores.
Sin embargo, ser un “buen publicano” implica un paso de conversión: reconocer el pecado y actuar para vencerlo.
Lucas 18, 9-14:
Dijo también esta
parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y
despreciaban a los demás: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era
fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
“¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones,
injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana
y pago el diezmo de todo lo que tengo”. El publicano, en cambio, quedándose
atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el
pecho, diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. Os digo que este
bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será
humillado, y el que se humilla será enaltecido».
Fuente:
ACI