RECONOCER A
CRISTO EN LOS ENFERMOS Y EN LA ENFERMEDAD
II. Santificar la
enfermedad. Aceptación. Aprender a ser buenos enfermos.
III. El sacramento de la
Unción de los Enfermos. Frutos de este sacramento en el alma. Preparar a los
enfermos para recibirlo es una especial muestra de caridad y, a veces, de
justicia.
“Después de esto, Jesús
recorría la Galilea; no quería transitar por Judea porque los judíos intentaban
matarlo. Se acercaba la fiesta judía de las Tiendas.
Sin embargo, cuando sus
hermanos subieron para la fiesta, también Él subió, pero en secreto, sin
hacerse ver. Algunos de Jerusalén decían: "¿No es este aquel a quien querían
matar? ¡Y miren cómo habla abiertamente y nadie le dice nada! ¿Habrán
reconocido las autoridades que es verdaderamente el Mesías? Pero nosotros
sabemos de dónde es este; en cambio, cuando venga el Mesías, nadie sabrá de
dónde es". Entonces Jesús, que enseñaba en el Templo, exclamó: "¿Así
que ustedes me conocen y saben de dónde soy? Sin embargo, yo no vine por mi
propia cuenta; pero el que me envió dice la verdad, y ustedes no lo conocen. Yo
sí lo conozco, porque vengo de Él y es Él el que me envió". Entonces quisieron
detenerlo, pero nadie puso las manos sobre Él, porque todavía no había llegado
su hora” (Juan 7,1-2.10.25-30).
I. El Evangelio de la Misa
(Lucas 4, 10) nos ha dejado este detalle entrañable de Cristo con los enfermos.
Los curó imponiendo sus manos sobre cada uno. Jesús se fija atentamente en cada
uno de ellos y les dedica toda su atención, porque cada persona, y de modo
especial la persona que sufre, es muy importante para Él. Cada hombre es
siempre bien recibido por Jesús, que tiene un corazón compasivo y
misericordioso para con todos, singularmente para aquellos que andan más
necesitados.
Nosotros,
que queremos ser discípulos fieles de Cristo, debemos aprender de Él a tratar y
amar a los enfermos. En nuestra vida habrá momentos en que estemos enfermos, o
lo estén las personas que nos rodean. Eso es un tesoro que hemos de cuidar. En
el trato con los que padecen y sufren enfermedades se hacen realidad las
palabras del Señor: lo que hicisteis con uno de éstos, mis hermanos más
pequeños, por Mí lo hicisteis (Mateo 25, 40).
II. La enfermedad, llevada
por amor de Dios, es un medio de santificación, de apostolado; es un modo
excelente de participar en la Cruz redentora del Señor. Especialmente en la
enfermedad hemos de estar cerca de Cristo. Cuanto más dolorosa sea la
enfermedad, más amor necesitaremos tener. Más gracias de Dios también
recibiremos.
Hemos
de pedir ayuda al Señor para llevar la enfermedad con garbo humano, procurando
no quejarse, obedeciendo al médico. El que sufre en unión con Cristo, completa
con su sufrimiento lo que falta a los padecimientos de Cristo (Colosenses 1,
24), porque “Cristo en cierto sentido ha abierto el propio sufrimiento redentor
a todo sufrimiento del hombre” (JUAN PABLO II, Salvifici doloris): con Cristo
tienen sentido el dolor y la enfermedad.
III. La enfermedad, que
entró en el mundo a causa del pecado, es vencida por Cristo en cuanto se puede
convertir en un bien mucho mayor que la misma salud física. Con la Unción de
los Enfermos se reciben innumerables bienes, que el Señor ha dispuesto para
santificar la enfermedad grave: aumenta la gracia santificante, por lo que
habrá qué confesarse si es posible, limpia las huellas del pecado en el alma,
da una gracia especial para vencer las tentaciones, y otorga la salud del cuerpo
si conviene para la salvación.
Debemos
estar atentos para que nuestros enfermos reciban este sacramento, muestra de la
misericordia de Dios. En esta Cuaresma abramos nuestros ojos al dolor que nos
rodea. Cristo quiere hacerse presente en su Pasión, en ese dolor, en la
enfermedad propia o ajena, y darle un valor redentor.
Textos basados en ideas
de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org