ABORRECER EL PECADO
Dominio público |
II. El esfuerzo de conversión personal que nos pide el Señor debemos ejercitarlo todos los días de nuestra vida.
III. Debemos pedir al Espíritu Santo que nos ayude a reconocer con sinceridad nuestras faltas y pecados.
“Escuchad otra
parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un
lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores
y se fue al extranjero. Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus
servidores para percibir los frutos. Los sumos sacerdotes y los fariseos, al
oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos. Entonces buscaron el
modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta” (Mateo 21,33-34.45-46).
I. La liturgia
de estos días nos acerca poco a poco al misterio central de
la Redención. El Señor vino a traer la luz al mundo, enviado por el Padre: vino
a su casa y los suyos no le recibieron (Juan 1, 11)... Así hicieron con el
Señor: lo sacaron fuera de la ciudad y lo crucificaron. Los pecados de los hombres
han sido la causa de la muerte de Jesucristo. Todo pecado está relacionado
íntima y misteriosamente con la Pasión de Jesús.
Sólo reconoceremos la maldad
del pecado si, con la ayuda de la gracia, sabemos relacionarlo con el misterio
de la Redención. Sólo así podremos purificar de verdad el alma y crecer en
contrición de nuestras faltas y pecados. La conversión que nos pide el Señor,
particularmente en esta Cuaresma, debe partir de un rechazo firme de todo
pecado y de toda circunstancia que nos ponga en peligro de ofender a Dios. Y
así lo haremos, por la misericordia divina, con la ayuda de la gracia.
II. El esfuerzo
de conversión personal que nos pide el Señor debemos ejercitarlo todos los días
de nuestra vida, pero en determinada épocas y situaciones –como es la Cuaresma-
recibimos especiales gracias que debemos aprovechar. Para comprender mejor la
malicia del pecado debemos contemplar lo que Jesucristo sufrió por los
nuestros.
El Señor nos ha llamado a la santidad, a amar con obras, y de la
postura que se adopte ante el pecado venial deliberado depende el progreso de
nuestra vida interior, pues los pecados veniales, cuando no se lucha por
evitarlos o no hay contrición después de cometerlos, producen un gran daño en
el alma, volviéndola insensible a las mociones del Espíritu Santo. Debilitan la
vida de la gracia, hacen más difícil el ejercicio de las virtudes, y disponen
al pecado mortal. En la lucha decidida contra todo pecado demostraremos nuestro
amor al Señor. Le pedimos a Nuestra Madre su ayuda.
III. Para
afrontar decididamente la lucha contra el pecado venial es preciso reconocerlo
como tal, como ofensa a Dios que retrasa la unión con Él. Es preciso llamarlo
por su nombre. Debemos pedir al Espíritu Santo que nos ayude a reconocer con
sinceridad nuestras faltas y pecados, a tener una conciencia delicada, que pide
perdón y no justifica sus errores.
Fomentemos un sincero arrepentimiento de
nuestros pecados y luchemos por quitar toda rutina al acercarnos al sacramento
de la Misericordia divina. La Virgen, refugio de los pecadores nos ayudará a
tener una conciencia delicada para amar a su Hijo y a todos los hombres, a ser
sinceros en la Confesión y a arrepentirnos de nuestras pecados con prontitud.
Textos basados
en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente:
Almudi.org