TODOS SOMOS
EL HIJO PRODIGO
II. La
vuelta a Dios. Sinceridad y examen de conciencia.
III. El
encuentro con nuestro Padre Dios en la Confesión sincera y contrita. La alegría
en la casa paterna.
“En aquel tiempo, viendo
que todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Jesús para oírle, los
fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este acoge a los pecadores y
come con ellos». Entonces les dijo esta parábola.
«Un hombre tenía dos hijos; y
el menor de ellos dijo al padre: ‘Padre, dame la parte de la hacienda que me
corresponde’. Y él les repartió la hacienda. Pocos días después el hijo menor
lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo
como un libertino. Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en
aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de
los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y
deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie
se las daba. Y entrando en sí mismo, dijo: ‘¡Cuántos jornaleros de mi padre
tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me
levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya
no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros’. Y,
levantándose, partió hacia su padre.
Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: ‘Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo’. Pero el padre dijo a sus siervos: ‘Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado’. Y comenzaron la fiesta.
Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: ‘Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano’. Él se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: ‘Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!’ Pero él le dijo: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado’» (Lucas 15,1-3.11-32).
I. Todos somos hijos de
Dios y, siendo hijos, somos también herederos (Romanos 8, 17). La herencia es
un conjunto de bienes incalculables y de felicidad sin límites, que sólo en el
Cielo alcanzará su plenitud y seguridad completa. Hasta entonces tenemos la
posibilidad de marcharnos lejos de la casa paterna y malbaratar los bienes de
modo indigno a nuestra condición de hijos de Dios.
Cuando
el hombre peca gravemente, se pierde para Dios, y también para sí mismo, pues
el pecado desorienta su camino hacia el Cielo; es la mayor tragedia que puede
sucederle a un cristiano. Se aparta radicalmente del principio de vida, que es
Dios, por la pérdida de la gracia santificante; pierde los méritos que ha
logrado durante su vida, se incapacita para adquirir otros nuevos, y queda de
algún modo sujeto a la esclavitud del demonio. Fuera de Dios es imposible la
felicidad, incluso aunque durante un tiempo pueda parecer otra cosa.
II. En el examen de
conciencia se confronta nuestra vida con lo que Dios esperaba, y espera de ella.
En el examen, con la ayuda de la gracia, nos conocemos como en realidad somos.
Los santos se han reconocido siempre pecadores porque, por su correspondencia a
la gracia, han abierto las ventanas de su conciencia, de par en par, a la luz
de Dios, y han podido conocer bien su alma.
En
el examen también descubriremos las omisiones en el cumplimiento de nuestro
compromiso de amor a Dios y a los hombres, y nos preguntaremos: ¿a qué se deben
tantos descuidos? La soberbia también tratará de impedir que nos veamos tal
como somos: han cerrado sus oídos y tapado sus ojos, a fin de no ver con ellos
(Mateo 13, 15).
III. Todos nosotros,
llamados a la santidad, somos también el hijo pródigo. “La vida humana es, es
cierto modo, un constante volver hacia la casa de nuestro Padre. Volver
mediante la contrición... Volver por medio de ese sacramento del perdón en el
que, al confesar nuestros pecados, nos revestimos de Cristo y nos hacemos así
hermanos suyos, miembros de la familia de Dios “(J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es
Cristo que pasa).
Hemos
de acercarnos a la Confesión sin desfigurar la falta ni justificarla. Con
humildad, sencillez y sinceridad. Con verdadero dolor por haber ofendido a
nuestro Padre. El Señor, por Su misericordia, nos devuelve en la Confesión lo
que habíamos perdido por el pecado: la gracia y la dignidad de hijos de Dios. Y
la vuelta acaba siempre en una fiesta llena de alegría.
Textos basados en ideas
de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente:
Almudi.org