BEBER EL CÁLIZ DEL SEÑOR
II. Ofrecimiento del
dolor y de la mortificación voluntaria. Penitencia en la vida ordinaria.
Algunos ejemplos de mortificación.
III. Mortificaciones que
nacen del servicio a los demás.
En aquel tiempo, cuando Jesús iba subiendo a Jerusalén, tomó aparte a
los Doce, y les dijo por el camino: «Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo
del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y escribas; le condenarán a
muerte y le entregarán a los gentiles, para burlarse de Él, azotarle y
crucificarle, y al tercer día resucitará».
Entonces se le
acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, y se postró como para
pedirle algo. Él le dijo: «¿Qué quieres?». Dícele ella: «Manda que estos dos
hijos míos se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en tu Reino».
Replicó Jesús: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a
beber?». Dícenle: «Sí, podemos». Díceles: «Mi copa, sí la beberéis; pero
sentarse a mi derecha o mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es
para quienes está preparado por mi Padre» .Al oír esto los
otros diez, se indignaron contra los dos hermanos. Mas Jesús los llamó y dijo:
«Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los
grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el
que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que
quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma manera
que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida
como rescate por muchos»” (Mateo 20,17-28).
I. Los Apóstoles no han puesto ningún límite a su
Señor; tampoco nosotros lo hemos puesto. Por eso, cuando pedimos algo en nuestra
oración debemos estar dispuestos a aceptar, por encima de todo, la Voluntad de
Dios; también cuando no coincida con nuestros deseos. Quiere que le pidamos lo
que necesitamos y deseemos pero, sobre todo, que conformemos nuestra voluntad
con la suya. Él nos dará siempre lo mejor. El Señor nos invita a una profunda
amistad y a compartir un destino común a todos los que queremos seguirle.
Para participar en su resurrección gloriosa es necesario compartir con Él la Cruz, y nos pregunta como preguntó a los Apóstoles: ¿Podéis beber el cáliz (2), -el cáliz de la entrega completa al cumplimiento de la voluntad del Padre- que yo voy a beber? ¡Possumus! ¡Podemos, sí, estamos dispuestos! Contestamos como los Apóstoles. Hoy nos preguntamos en la oración si hemos dado al Señor nuestro corazón entero, o seguimos apegados a nuestro amor propio.
Para participar en su resurrección gloriosa es necesario compartir con Él la Cruz, y nos pregunta como preguntó a los Apóstoles: ¿Podéis beber el cáliz (2), -el cáliz de la entrega completa al cumplimiento de la voluntad del Padre- que yo voy a beber? ¡Possumus! ¡Podemos, sí, estamos dispuestos! Contestamos como los Apóstoles. Hoy nos preguntamos en la oración si hemos dado al Señor nuestro corazón entero, o seguimos apegados a nuestro amor propio.
II. No existe vida cristiana sin mortificación.
El Señor hizo del dolor un medio de redención; con su dolor nos ha redimido. La
mortificación y la vida de penitencia, a la que nos llama la Cuaresma, tienen
como motivo principal la corredención, participar del mismo cáliz del Señor. La
voluntaria mortificación es medio de purificación y desagravio, necesario para
poder tratar al Señor en la oración e indispensable para la eficacia apostólica.
Este espíritu de penitencia y de mortificación lo manifestamos en nuestra vida corriente en el quehacer de cada día, sin esperar ocasiones extraordinarias: cumplimiento de nuestro horario, compaginar nuestras obligaciones con Dios, con los demás y con nosotros mismos, tratar con caridad a los demás empezando por los nuestros, soportar con buen humor las mil contrariedades de la jornada, corregir cuando tenemos una misión de gobierno, renunciar a nuestros propios proyectos...
Este espíritu de penitencia y de mortificación lo manifestamos en nuestra vida corriente en el quehacer de cada día, sin esperar ocasiones extraordinarias: cumplimiento de nuestro horario, compaginar nuestras obligaciones con Dios, con los demás y con nosotros mismos, tratar con caridad a los demás empezando por los nuestros, soportar con buen humor las mil contrariedades de la jornada, corregir cuando tenemos una misión de gobierno, renunciar a nuestros propios proyectos...
III. El servicio de Cristo a la humanidad va
encaminado a la salvación. Nuestra actitud ha de ser servir a Dios y a los demás
con visión sobrenatural, especialmente en lo referente a la salvación, pero
también en todas las ocasiones que se presentan cada día. Servir a los demás
requiere mortificación y presencia de Dios, y olvido de uno mismo. No nos
importe servir y ayudar mucho a quienes están a nuestro lado, aunque no
recibamos ningún pago ni recompensa. Nuestra Madre, que sirvió a su hijo y a San
José, nos ayudará a darnos sin medida ni cálculo.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F.
Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org