Durante 54 años Sor M. Ludovica será amiga y confidente, consejera y madre, guía y consuelo, de cientos y cientos de personas in City Bell de toda condición social
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La Beata María Ludovica,
junto al capellán,
médicos
y colaboradores, en el Hospital |
Con
el correr de los años, en contacto con la naturaleza y la dura vida del campo,
la niña, crecida límpida, abierta, trabajadora y ricamente sensible, se había
transformado en una joven fuerte y al mismo tiempo, delicada, activa y
reservada, como toda la gente de aquella espléndida tierra.
El
7 de diciembre del mismo año del nacimiento de Antonina, fallecía en Savona una
hermana, que había optado dar plenitud a la propia vida siguiendo las huellas
de Aquel que dijo: «Sean misericordiosos como es misericordioso el Padre...
Todo cuanto hagan a uno solo de estos hermanos míos, a Mí lo hacen...», era
Santa María Josefa Rossello la cual dio vida, en Savona, en 1837, al Instituto
de las Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia: una Familia Religiosa que
caminaba por los senderos del mundo, proponiendo con la fuerza del ejemplo el
mismo ideal a muchas jóvenes.
Antonina
sentía en su corazón que sus sueños encontraban eco en los sueños que habían
sido los de la Madre Rossello.
Ingresó
con las Hijas de la Misericordia el 14 de noviembre de 1904; en la Vestición
Religiosa toma el nombre de Sor María Ludovica y tres años después de su
ingreso, el 14 de noviembre de 1907, zarpa hacia Buenos Aires, donde arriba el
4 de diciembre sucesivo. Desde este momento se da en ella un florecer
ininterrumpido de humildes gestos silenciosos en una entrega discreta y
emprendedora.
Sor
Ludovica no posee una gran cultura, al contrario. Sin embargo, es increíble
cuánto logra realizar ante los ojos asombrados de quiénes la circundan. Y, si
su castellano es simpáticamente italianizado, con algún toque pintoresco de
"abruzzese", no le cuesta entender ni hacerse entender.
No
formula programas ni estrategias, pero se dona con toda el alma.
El
Hospital de Niños, al cual es enviada, y que inmediatamente adopta como familia
suya, la ve, primero, solícita cocinera, luego, convertida en responsable de la
Comunidad, infatigable ángel custodio de la obra que, en torno a ella, se
transforma gradualmente en familia unida por un único fin: el bien de los niños.
Serena,
activa, decidida, audaz en las iniciativas, fuerte en las pruebas y
enfermedades, con la inseparable corona del Rosario entre las manos, la mirada
y el corazón en Dios y la infaltable sonrisa en los ojos, Sor Ludovica llega a
ser, sin saberlo ella misma, a través de su ilimitada bondad, incansable
instrumento de misericordia, para que a todos llegue claro el mensaje del amor
de Dios hacia cada uno de sus hijos.
Único
programa expresamente formulado, es la frase recurrente: «Hacer el bien a todos,
no importa a quién». Y se realizan así, con subvenciones que solo el cielo sabe
cómo Sor M. Ludovica consigue obtener, salas de cirugía, salas para los
pequeños yacentes, nuevas maquinarias, un edificio en Mar del Plata destinado a
la convalecencia de los niños, una capilla hoy parroquia, y una floreciente
chacra para que sus protegidos tuviesen siempre alimento genuino.
Durante
54 años Sor M. Ludovica será amiga y confidente, consejera y madre, guía y
consuelo, de cientos y cientos de personas in City Bell de toda condición
social.
El
25 de febrero de 1962 concluye su camino, pero quienes permanecen todo el
personal médico en particular no olvidan, y el Hospital de Niños asume el
nombre de «Hospital Superiora Ludovica».
Fuente:
vatican.va