CONFESAR LOS PECADOS
II. Al
sacramento de la Penitencia vamos a pedir perdón por nuestros pecados.
Cualidades de una buena Confesión: «concisa, concreta, clara y completa».
III. Luces y
gracias que recibimos en este sacramento. Importancia de las disposiciones
interiores.
“En
aquel tiempo, habiéndose reunido la gente, comenzó a decir: «Esta generación es
una generación malvada; pide una señal, y no se le dará otra señal que la señal
de Jonás. Porque, así como Jonás fue señal para los ninivitas, así lo será el
Hijo del hombre para esta generación. La reina del Mediodía se levantará en el
Juicio con los hombres de esta generación y los condenará: porque ella vino de
los confines de la tierra a oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay algo más
que Salomón. Los ninivitas se levantarán en el Juicio con esta generación y la
condenarán; porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí
hay algo más que Jonás»” (Lucas 11,29-32).
I. Recuerda, Señor, que
tu ternura y tu misericordia son eternas (Salmo 24, 6), leemos en la Antífona
de la Misa. La Cuaresma es un tiempo oportuno para cuidar muy bien el modo de
recibir el sacramento de la Penitencia, ese encuentro con Cristo, que se hace
presente en el sacerdote: encuentro siempre único y distinto. Allí nos acoge,
nos cura, nos limpia, nos fortalece. Cuando nos acercamos a este sacramento
debemos pensar ante todo en Cristo.
Él debe ser el centro del acto sacramental.
Y la gloria y el amor a Dios han de contar más que nuestros pecados. Se trata
de mirar mucho más a Jesús que a nosotros mismos; más a su bondad que a nuestra
miseria, pues la vida interior es un diálogo de amor en el que Dios es siempre
el punto de referencia. Somos como el hijo pródigo que vuelve a la casa
paterna. Debemos sentir deseos de encontrarnos con el Señor lo antes posible
para descargar en Él el dolor por nuestros pecados.
II. Muchas veces a lo
largo de la vida hemos pedido perdón, y muchas veces nos ha perdonado el Señor.
Cada uno de nosotros sabe cuánto necesita de la misericordia divina. Así
acudimos a la Confesión: a pedir absolución de nuestras culpas como una limosna
que estamos lejos de merecer. Pero vamos con confianza, fiados no en nuestros
méritos, sino en Su misericordia, que es eterna e infinita, siempre dispuesto
al perdón. La confesión debe ser concisa, concreta, clara y completa. Confesión
concisa, de no muchas palabras: las precisas, sin adornos. Confesión concreta,
sin divagaciones: pecados y circunstancias. Confesión clara, para que nos
entiendan, poniendo de manifiesto nuestra miseria con modestia y delicadeza.
Confesión completa, íntegra, sin dejar de decir nada por falsa vergüenza.
III. La Confesión nos
hace participar en la Pasión de Cristo y, por sus merecimientos, en su
Resurrección. Cada vez que la recibimos con las debidas disposiciones se opera
en nuestra alma un renacimiento a la vida de la gracia, fuerzas para combatir
las inclinaciones confesadas, para evitar las ocasiones de pecar, y para no
reincidir en las faltas cometidas. La Confesión sincera deja en el alma una
gran paz y una gran alegría. “Ahora comprendes cuánto has hecho sufrir a Jesús,
y te llenas de dolor: ¡Qué sencillo pedirle perdón, y llorar tus traiciones
pasadas! ¡No te caben en el pecho las ansias de reparar!” (J. ESCRIVÁ DE
BALAGUER, Via Crucis)
Textos basados en ideas
de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal
Fuente: Almudi.org