LAS VIRTUDES HUMANAS EN EL APOSTOLADO
II. La
prudencia y la «falsa prudencia».
III. Otras
virtudes. Ser buenos instrumentos de la gracia.
“Entró
de nuevo en Cafarnaúm; al poco tiempo había corrido la voz de que estaba en
casa. Se agolparon tantos que ni siquiera ante la puerta había ya sitio, y Él
les anunciaba la Palabra.
Y le vienen a traer a un paralítico llevado entre
cuatro. Al no poder presentárselo a causa de la multitud, abrieron el techo
encima de donde Él estaba y, a través de la abertura que hicieron, descolgaron
la camilla donde yacía el paralítico. Viendo Jesús la fe de ellos, dice al
paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados».
Estaban allí sentados algunos escribas que pensaban en sus corazones: «¿Por qué éste habla así? Está blasfemando. ¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios sólo?». Pero, al instante, conociendo Jesús en su espíritu lo que ellos pensaban en su interior, les dice: «¿Por qué pensáis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: “Tus pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate, toma tu camilla y anda” Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados -dice al paralítico-: “A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”».
Se levantó y, al instante, tomando la camilla, salió a la vista de todos, de modo que quedaban todos asombrados y glorificaban a Dios, diciendo: «Jamás vimos cosa parecida» (Marcos 2,1-12).
I.
El Evangelio de la Misa (Marcos 2, 1-12) nos da muchas enseñanzas sobre las
virtudes humanas que debemos tener en el apostolado. Jesús se admiró de la fe y
de la audacia de los hombres que hicieron un agujero en el techo en donde Él se
encontraba, para descolgar por ahí, la camilla del amigo paralítico para
ponerlo delante del Señor.
Por
las virtudes de los amigos y la humildad del paralítico que se ha dejado
ayudar, realizó un gran milagro: el perdón de los pecados del enfermo y la
curación de su parálisis. Los cristianos somos instrumentos para que el Señor
realice verdaderos milagros en nuestros amigos. Necesitamos de una gran fe en
el Maestro, de esperanza y optimismo.
Como
a los amigos del paralítico, nada debe importarnos lo que piensen los demás, solamente
el juicio de Dios. Lo único importante es poner a nuestros amigos a los pies
del Señor, y Él hará el resto.
II.
Estos cuatro amigos ejercitaron en su tarea la virtud de la prudencia, que
lleva a buscar el mejor camino para lograr su fin. Dejaron a un lado la falsa
“prudencia”, la que llama San Pablo prudencia de la carne (Romanos 8, 6-8), que
fácilmente se identifica con la cobardía, y equivale al disimulo, la
hipocresía, la astucia, el cálculo interesado y egoísta, que mira
principalmente el interés material.
La
amistad ha sido, desde los comienzos, el cauce natural por el que muchos han
encontrado la fe en Jesucristo y la misma vocación a una entrega más plena. Es
un camino natural y sencillo que elimina muchos obstáculos y dificultades. ¿Es
nuestra amistad un cauce para que otros se acerquen a Cristo?
III.
Necesitamos también de otras virtudes humanas para el apostolado: fortaleza
ante los obstáculos; constancia y paciencia, porque las almas, como la semilla,
tardan a veces en dar su fruto; audacia, para proponer metas más altas que
nuestros amigos no vislumbraban por sí mismos; veracidad y autenticidad, sin
las cuales es imposible que exista una verdadera amistad.
Nuestro
mundo está necesitado de hombres y mujeres de una pieza, ejemplares en sus tareas,
sin complejos, sobrios, serenos, profundamente humanos, firmes, comprensivos e
intransigentes en la doctrina de Cristo, afables, justos, leales, alegres,
optimistas, generosos, laboriosos sencillos, valientes..., para que así sean
buenos colaboradores de la gracia, pues “el Espíritu Santo se sirva del hombre
como de un instrumento” (SANTO TOMÁS, Suma Teológica).
Cuando
nos encontremos cerca del Sagrario pidamos para nosotros esas virtudes y no
dejemos de hablar al Señor de nuestros amigos.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org