SANTIDAD DE LA IGLESIA
II. Santidad
de la Iglesia y miembros pecadores.
III. Ser buenos
hijos de la Iglesia.
“Un día en que los
discípulos de Juan y los fariseos ayunaban, fueron a decirle a Jesús:
"¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacen los discípulos de Juan y
los discípulos de los fariseos?". Jesús les respondió: "¿Acaso los
amigos del esposo pueden ayunar cuando el esposo está con ellos? Es natural que
no ayunen, mientras tienen consigo al esposo.
Llegará el momento en que el
esposo les será quitado, y entonces ayunarán. Nadie usa un pedazo de género
nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido
viejo y la rotura se hace más grande. Tampoco se pone vino nuevo en odres
viejos, porque hará reventar los odres, y ya no servirán más ni el vino ni los
odres. ¡A vino nuevo, odres nuevos!"” (Marcos 2,18-22).
I. La Iglesia, Cuerpo
Místico de Cristo, continúa la acción santificadora de Jesús, principalmente a
través de sus sacramentos. Su doctrina ilumina nuestra inteligencia, nos da a
conocer al Señor, nos permite tratarlo y amarlo. Nuestra Madre la Iglesia nunca
ha transigido con el error en la doctrina de la fe, con la verdad parcial o
deformada; ha permanecido siempre vigilante para mantener la fe en toda su
pureza, y la ha enseñado por el mundo entero.
Gracias
a su indefectible fidelidad, por la asistencia del Espíritu Santo, podemos
nosotros conocer la doctrina que enseñó Jesucristo, en su mismo sentido, sin
cambio o variación alguna.
Todo
árbol bueno produce buenos frutos (Mateo 7, 17), y la Iglesia da frutos de
santidad. La santidad no está de ordinario en cosas llamativas, no hace ruido,
es sobrenatural; pero trasciende enseguida, porque la caridad, que es la
esencia de la santidad, tiene manifestaciones externas: en el modo de vivir
todas las virtudes, en la forma de realizar el trabajo, en el afán apostólico...
II. La Iglesia es santa:
santidad en su Cabeza, Cristo, y santidad en muchos de sus miembros. Son
innumerables los fieles que han vivido su fe heroicamente: todos están en el
Cielo, aunque la Iglesia haya canonizado sólo a unos pocos. Son también incontables,
aquí en la tierra, las personas que viven santamente: madres de familia
generosas, trabajadores que santifican su trabajo; estudiantes que saben ir con
alegría contra corriente; enfermos que ofrecen su vida por sus hermanos en la
fe, con gozo y paz.
Esta
santidad radiante de la Iglesia queda velada en ocasiones por las miserias
personales de los hombres que la componen, pero la presencia santificadora del
Espíritu Santo, la sostiene limpia en medio de tantas debilidades. Nosotros,
con fe y amor, entendemos que la Iglesia es santa y que sus miembros tengan
defectos, sean pecadores. Esto nos moverá a portarnos siempre como buenos hijos
de la iglesia, a amarla más y más, a rezar por aquellos hermanos nuestros que
más lo necesitan.
III.
La Iglesia es Madre de todos nosotros, y nos proporciona todos los medios para
adquirir la santidad. Nadie puede llegar a ser buen hijo de Dios si no vive con
amor y piedad estos medios de santificación, porque “no se puede tener a Dios
como Padre, quien no tiene a la Iglesia como Madre” (SAN CIPRIANO, Sobre la
unidad de la iglesia Católica)
Seamos
buenos hijos, “amor con amor se paga”, un amor con obras. Terminamos nuestra
oración invocando a María, Mater Ecclesiae, Madre de la iglesia, para que nos
enseñe a amarla más.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org