La Doctrina social de la Iglesia se revela como un indudable punto de
referencia para todos
FEDERICO SCOPPA / AFP |
La llegada de los migrantes pone muchas preguntas y suscita polémicas: los
pasos del magisterio eclesial que subrayan los derechos de las personas
migrantes pero también su deber de “respetar con reconocimiento el patrimonio
material y espiritual del país que lo recibe, respetar sus leyes, y contribuir
con sus responsabilidades”
Se habla mucho
de acogida a los migrantes: el Papa reafirma a menudo la necesidad de ayudar a
las personas en una situación de necesidad, y tener una actitud caritativa
hacia quien huye de situaciones de pobreza, hambre, guerra. Al mismo tiempo,
existe el riesgo de que la acogida indiscriminada cree situaciones difíciles de
gestionar, y empuje a un número cada vez mayor de personas a dejar su tierra,
con todos los riesgos que de ello derivan. ¿Qué dice la doctrina de la
Iglesia?
Responde don
Leonardo Salutati, profesor de Teología moral.
La enseñanza de
la Doctrina social de la Iglesia sobre la inmigración es inevitablemente
compleja, dada la complejidad del problema y se basa en pronunciamientos que
empiezan con la Constitución Apostólica Exsul familia (1952)
de Pío XII.
El papa
Francisco al tratar el tema hace referencia a esta enseñanza que Caritas
in veritate de Benedicto XVI resume eficazmente.
Un primer
aspecto que hay que tener presente consiste en la salvaguarda de los
“derechos de las personas y las familias emigrantes” (CV 62), pues quien se
ve obligado a dejar su país tiene derecho a que se le reconozcan sus “derechos
fundamentales inalienables”.
Entre esos
derechos, como recuerda también Gaudium et spes en el número
65, precisamente está el derecho de cada individuo a emigrar con la
facultad de cada uno para establecerse donde crea más oportuno para
una mejor realización de sus capacidades y aspiraciones y sus proyectos (artículos
13-15, Declaración universal de los derechos del hombre, 1948).
Al mismo tiempo
deben considerarse los derechos “de las sociedades de destino de
los mismos inmigrantes” (Caritas in veritate 62) en este
sentido:
“La
regulación de los flujos migratorios según criterios de equidad y de equilibrio
es una de las condiciones indispensables para conseguir que la inserción se
realice con las garantías que exige la dignidad de la persona humana. Los
inmigrantes deben ser recibidos en cuanto personas y ayudados, junto con sus
familias, a integrarse en la vida social” (Compendio de la Doctrina
social de la Iglesia, 298).
El inmigrante,
a su vez, está obligado a “respetar con gratitud el patrimonio material y
espiritual del país que lo acoge, a obedecer sus leyes y contribuir a sus
cargas” (Catecismo de la Iglesia católica,2241).
Todo esto debe
encuadrarse en el compromiso prioritario de todos para “la mejora de las
condiciones de vida de las personas concretas de una cierta región, para que
puedan satisfacer aquellos deberes que la indigencia no les permite observar
actualmente” (Caritas in veritate 47), puesto que “ningún
país por sí solo puede ser capaz de hacer frente a los problemas migratorios
actuales” (Caritas in veritate 62), y porque incluso quienes no
emigran y se quedan en sus países, evidentemente, son personas humanas y deben
ser asistidos en su condición de pobreza (cf. Caritas in veritate 60).
A ese respecto,
el Magisterio de la Iglesia ha recordado constantemente que un derecho primario
del hombre es vivir en su país (Juan Pablo II) o no emigrar (Benedicto XVI),
“derecho que, sin embargo, se vuelve efectivo solo si se tienen constantemente
bajo control los factores que empujan a la emigración” (Juan Pablo II).
Hay pocas
pistas que, sin embargo, permiten captar la complejidad de la cuestión de la
inmigración que se articula en varias dimensiones. El papa Francisco,
entrevistado en 2016 por el diario francés La Croix, lo resume así:
“El problema
inicial son las guerras en Medio Oriente y en África y
el subdesarrollo del continente africano, que provoca el hambre.
Si hay guerras es porque hay fabricantes de armas (…) y sobre
todo traficantes de armas. Si hay tanto desempleo es por
la falta de inversiones que creen trabajo, que África tanto
necesita. Esto plantea en un sentido más amplio la cuestión de un sistema
económico mundial que ha caído en la idolatría del dinero. (…) Un
mercado completamente libre no está funcionando. (…) Volviendo a los migrantes, la
peor bienvenida es guetizarlos cuando, por el contrario, es necesario
integrarlos. En Bruselas, los terroristas eran belgas, hijos de migrantes,
pero provenían de un gueto. (…) Esto muestra a Europa la importancia de
recuperar su capacidad de integración”.
Por lo tanto,
la cuestión migratoria, para un cristiano, debe mirarse con una óptica de caridad,
y para todos con justicia y realismo conjuntamente
si no se quiere caer en simplificaciones o en eslóganes con un efecto poco útil
para una oportuna solución del problema. En ese sentido, la Doctrina social de
la Iglesia se revela como un indudable punto de referencia para todos.
Toscana Oggi
Fuente: Aleteia