Los santos Fructuoso, Augurio y Eulogio fueron quemados vivos en el
anfiteatro de Tarragona
Los documentos y ruinas que han llegado hasta
hoy permiten adentrarse con realismo en ese sobrecogedor momento histórico.
El obispo
Fructuoso y los diáconos Augurio y Eulogio han pasado a la historia por su
heroica muerte en el anfiteatro romano de Tarragona.
Allí los
quemaron vivos por negarse a adorar al emperador y seguir expresando su fe
cristiana. Ocurrió en el siglo III después de Cristo.
En aquel
momento, los cristianos eran perseguidos en el imperio romano como causantes de
las crisis económicas. Un edicto del año 257 obligaba a los jefes de las
Iglesias a ofrecer sacrificios a las divinidades del Imperio.
Por eso la
policía arrestó a Fructuoso, Eulogio y Augurio y los envió a la cárcel. Allí
durante siete días el obispo siguió predicando e incluso bautizó a un
converso. Después los detenidos comparecieron ante un tribunal.
Las actas de su martirio han
permitido conocer detalles de las últimas horas de estos tres hombres,
posiblemente los primeros que murieron mártires en lo que hoy es España de
los que hay constancia documental.
Actualmente,
cada 21 de enero se celebra en Tarragona un acto de oración y de lectura de
esas actas. Además se representa en momentos especiales
un espectáculo sobre la Pasión de Fructuoso, normalmente en el mismo
anfiteatro donde murieron los tres mártires:
— ¿Conoces las
órdenes del emperador? —preguntó el gobernador Emiliano.
— No las conozco, pero soy cristiano —respondió el obispo.
— Pues exigen que adores a los dioses.
— Yo adoro a un solo Dios, que ha hecho el cielo, la tierra, el mar y cuanto hay en ellos.
— ¿No sabes que hay dioses?
— No sé nada de eso.
— Pues lo aprenderás.
Fructuoso levantó los ojos al cielo y rezó silenciosamente.
— No las conozco, pero soy cristiano —respondió el obispo.
— Pues exigen que adores a los dioses.
— Yo adoro a un solo Dios, que ha hecho el cielo, la tierra, el mar y cuanto hay en ellos.
— ¿No sabes que hay dioses?
— No sé nada de eso.
— Pues lo aprenderás.
Fructuoso levantó los ojos al cielo y rezó silenciosamente.
—¿Quién —repuso
el gobernador— podrá ser obedecido, temido, honrado, si se rehúsa el culto a
los dioses y la adoración a los emperadores?
Después,
dirigiéndose hacia el diácono Augurio, añadió:
— No escuches
lo que Fructuoso te dice.
— También yo
—replicó el diácono— adoro al Dios omnipotente.
—Y a Fructuoso,
¿le adoráis, acaso?—preguntó Emiliano a Eulogio.
— Yo no adoro a
Fructuoso, sino al Dios que Fructuoso adora.
Entonces el
gobernador, volviéndose de nuevo hacia el prelado, le preguntó:
— ¿Eres obispo?
— Lo soy.
— Lo fuiste—
dijo Emiliano, levantándose y ordenando que los tres fuesen quemados vivos.
La devoción a
los santos Fructuoso, Augurio y Eulogio se extendió por el mundo y ha perdurado
siglos. San Agustín les dedicó un sermón en el que
anima a venerarlos, alabarlos, amarlos, pregonarlos y honrarlos, así como a
adorar “al Dios de los mártires”:
“Cuando
escuchamos la pasión de los mártires, nos alegramos y en ellos glorificamos a
Dios, sin que nos duela su muerte. En efecto, de no haber muerto por Cristo,
¿seguirían, acaso, hasta hoy en vida? ¿Por qué no podía hacer la confesión lo
mismo que iba a causar la enfermedad? Cuando se leyó la pasión de los santos,
escuchasteis las preguntas de los perseguidores y las respuestas de los confesores.
Entre otras, ¡de qué altura fue la del bienaventurado obispo Fructuoso! Cuando
alguien le dijo y le suplicó que lo tuviese presente y que orase por él,
respondió: “Es preciso que ore por la Iglesia católica, extendida de oriente a
occidente”. ¿Quién hay que ore por cada uno en particular? En cambio, quien ora
por todos no olvida a nadie en concreto. De ningún miembro se olvida aquel que
eleva su oración por todo el cuerpo”.
Patricia Navas
Fuente: Aleteia