Las palabras son importantes. Jesús dice que seremos
juzgados por cada palabra infundada. Tal vez nosotros los cristianos deberíamos
escuchar más lo que la Palabra de Dios dice acerca de nuestras palabras
Biblia |
Ciertamente, si nosotros los cristianos observáramos
más la Palabra de Dios, cambiaría, y mucho, el tono de nuestros debates. Por
ejemplo, ¿cómo serían nuestros comentarios y nuestras reflexiones si pusiéramos
en práctica estas palabras de San Pablo?
"No salga de sus bocas ni una palabra mala, sino
la palabra justa y oportuna que hace bien a quien la escucha (…). Arranquen de
raíz de entre ustedes disgustos, arrebatos, enojos, gritos, ofensas y toda
clase de maldad. Más bien sean buenos y comprensivos unos con otros, perdonándose
mutuamente como Dios los perdonó en Cristo” (Carta a
los Efesios 4, 29-32).
"Si se
muerden y se devoran unos a otros"
Y sin embargo, comenzando por las redes sociales y los
nuevos y viejos medios de comunicación, los sitios y los blogs, nosotros los
cristianos no damos un buen espectáculo. Más allá de la legítima confrontación,
la crítica leal y la ironía simpática, cuántas veces vemos acusaciones
maliciosas y desproporcionadas, burlas, sarcasmo malicioso, calumnias repetidas
sin cesar (para que al final quede el barro incluso con las desmentidas). ¿Cómo
cambiaría este estilo si escucháramos el reproche del Apóstol de los Gentiles?
“Pues la Ley entera se resume en una frase: Amarás al
prójimo como a ti mismo. Pero si se muerden y se devoran unos a otros,
¡cuidado!, que llegarán a perderse todos. Por eso les digo: caminen según el
espíritu y así no realizarán los deseos de la carne” (Carta a los Gálatas 5, 14-16).
¿El mal vende
más que el bien?
Si nosotros los cristianos pusiéramos en práctica la
Palabra de Dios, ¿cómo cambiaría nuestro mundo de la comunicación? ¿Quizás se
vendería menos, porque el mal aumenta la audiencia y vende mejor? En un antiguo
programa de televisión dedicado a los deportes, los presentes, de aficionados
opuestos, se peleaban e insultaban fuertemente... después de haberse acordado
en su intercambio de palabrotas y ofensas recíprocas. Todo esto era sólo una
actuación para vender el programa. De los equipos idolatrados por los
aficionados no les importaba nada. ¿A nosotros los cristianos nos interesa
realmente la Iglesia, este pueblo formado por pecadores, todos, a los que Dios
quiere salvar?
Vanidad de las
palabras
Ciertamente también nosotros, los cristianos, no
estamos exentos de los pecados auto-celebrativos, como el egocentrismo, la
vanidad (el pecado favorito del diablo, tal como decían las últimas palabras de
una conocida película). En el centro de nuestros comentarios, a menudo, estamos
nosotros, están nuestras palabras, no la Palabra: nosotros crecemos y Jesús
disminuye. Nos hacemos grandes como San Pablo que llamó hipócrita a San Pedro
(todos somos San Pablo), nos hacemos santos como Catalina de Siena que escribía
cartas de fuego al Papa (pero ella lo llamaba dulce Cristo en la tierra), nos
hacemos grandes jueces, basados en "la ciencia, la competencia y el
prestigio" (Can. Cic 212 §3), para acusar y condenar a los "Pastores
de la Iglesia", nos hacemos intérpretes de visiones y profecías
descifrando los misterios de las visiones místicas, nos hacemos enviados
especiales del Señor para redimir a la Iglesia de sus deshonras. Nos hacemos
grandes y quizás merecemos el arrebato de Jesús que nos pide que no
desperdiciemos las palabras: "Este pueblo me honra con sus labios,
pero su corazón está lejos de mí". (Mt 15, 8).
Estimarse
mutuamente
¿Cómo cambiaría el tono de nuestras reflexiones si
tomáramos en serio esta famosa exhortación de San Pablo? Incluso para competir
recíprocamente en el hecho de estimarse...
“Aborrezcan el mal y procuren todo lo bueno. Que entre
ustedes el amor fraterno sea verdadero cariño, y adelántense al otro en el
respeto mutuo... Bendigan a quienes los persigan; bendigan y no maldigan...
No devuelvan a nadie mal por mal" (Carta a
los Romanos 12, 9-17).
Parresia sin
caridad
Está la parresia, digamos, la franqueza del hablar.
Sí, pero no hay amor:
“Aunque hablara todas las lenguas de los hombres y de
los ángeles, si me falta el amor sería como bronce que resuena o campana que
retiñe. Aunque tuviera el don de profecía y descubriera todos los misterios y
la ciencia entera, aunque tuviera tanta fe como para trasladar montes, si me
falta el amor nada soy… El amor es paciente y muestra comprensión. El amor no
tiene celos, no aparenta ni se infla. No actúa con bajeza ni busca su propio
interés, no se deja llevar por la ira y olvida lo malo. No se alegra de lo
injusto, sino que se goza en la verdad" (Primera
Carta a los Corintios 13, 1-2).
Saber hablar
con respeto
Tantas guerras se han librado en nombre de la verdad,
tantas violencias. Eso no es suficiente para nosotros y seguimos con las
violencias verbales. ¿Cómo cambiaría nuestro lenguaje si escucháramos a San
Pedro?
“Bendigan en sus corazones al Señor, a Cristo; estén
siempre dispuestos para dar una respuesta a quien les pida cuenta de su
esperanza, pero háganlo con sencillez y deferencia" (Primera Carta de San Pedro 3, 15).
Palabras que
traspasan como espadas y palabras que curan
La atención al lenguaje está presente de modo
insistente en la Biblia, a partir del Antiguo Testamento. Hay una mina de
indicaciones:
Del libro de los Proverbios: “El que
difunde la calumnia es un insensato” (10, 18); “En el mucho
hablar no faltará el pecado, el que refrena sus labios es prudente” (10,
19); "Hay quien habla sin reflexionar: traspasa como una espada,
pero la lengua de los sabios sana” (12, 18); “El que guarda su
boca guarda su vida, el que abre demasiado los labios encuentra la ruina" (13,
3); "Una respuesta suave calma la ira, una palabra punzante excita
la ira" (15, 1); "Una lengua dulce es un árbol de
vida, una maliciosa es una herida en el corazón" (15, 4); "La
muerte y la vida están en el poder de la lengua y el que la acaricia comerá sus
frutos" (15, 4). (18, 21); "No respondas al necio
según su necedad, para que no seas tú también como él". (26, 4).
Del Libro del Sirácides: "No mereces el
título de calumniador y no calumnies con tu lengua" (4,
14); "No te pelees con un hombre de lengua y no añadas leña a su
fuego" (8, 3); "El hombre de lengua es el terror de
su ciudad, el que no puede controlar sus palabras será detestado" (9,18); "Antes
del juicio examínate a ti mismo" (18, 20); "En la
boca de los necios está su corazón, pero los sabios tienen la boca en el
corazón" (21, 26); "Cuando un malvado maldice a su
adversario, se maldice a sí mismo" (21,27); "El calumniador
se daña a sí mismo y será detestado por su entorno" (21,
28); "Tu boca no está acostumbrada a vulgaridades groseras" (23,
13); "Un hombre acostumbrado a hablar con insultos no se corregirá
a sí mismo en toda su vida" (23, 15). Cuando leemos estos textos,
al final siempre decimos: Palabra de Dios.
Seremos
juzgados por cada palabra infundada
Las palabras son importantes: revelan el corazón, dice
Jesús. Seremos juzgados por cada palabra:
"La boca habla desde la plenitud del corazón. El
hombre bueno de su buen tesoro saca cosas buenas, mientras que el hombre malo
de su mal tesoro saca cosas malas. Pero os digo que de toda palabra infundada
darán cuenta los hombres en el día del juicio; porque por vuestras palabras
seréis justificados, y por vuestras palabras seréis condenados" (Mt 12, 35-37).
Acusaciones
contra Jesús: transgresor de la Ley y endemoniado
Cuando condenamos de una manera muy fácil, pensemos en
Jesús que fue acusado de ser un blasfemo, un subversivo de la tradición, un
transgresor de las leyes divinas, incluso un endemoniado. ¿Cómo cambiarían
nuestras palabras si escucháramos su Palabra?
"No juzguéis, para que no seáis juzgados; porque
con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis
seréis medidos. ¿Por qué miras la paja en el ojo de tu hermano, si no ves la
viga en tu ojo? (...). No todo el que me diga: Señor, Señor, entrará en el
reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que está en los
cielos. Muchos me dirán en ese día: Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu
nombre y echado fuera demonios en tu nombre y realizado muchos milagros en tu
nombre? Pero les diré: Nunca os he conocido; apartaos de mí, obradores de
iniquidad" (Mt 7, 1-23).
Sólo en el
silencio se puede escuchar la voz de Dios
El riesgo que corremos los cristianos es el de leer,
escuchar, escribir y decir muchas palabras (inútiles) sin escuchar la Palabra
de Dios. Sin ese silencio que escucha la única Palabra necesaria, nuestras
palabras pueden querer defender a Dios, a Jesús, a María, a los Papas, a la
Iglesia, a la doctrina católica, pero no son palabras cristianas. Sin este
silencio, los que quieran ver el mal, lo seguirán viendo aún frente a lo más
bello del mundo, aún allí encontrarán un detalle, un pequeño defecto, una pequeña
mancha oscura, para decir que todo está podrido. Y convencerá a muchos de que
es así. Pasamos tanto tiempo en medio de las habladurías y nos perdemos la
fuerza de la Palabra:
"La Palabra de Dios es viva, eficaz y más aguda
que cualquier espada de doble filo; penetra hasta la división del alma y del
espíritu, de las articulaciones y de los tuétanos, y escudriña los sentimientos
y los pensamientos del corazón" (Carta a
los Hebreos 4, 12).
La pregunta sigue siendo: ¿tenemos nosotros, los
cristianos, en el uso de las palabras, el valor de poner en práctica la Palabra
de Dios?
Sergio Centofanti – Ciudad del Vaticano
Vatican News