"En estos pastores, en esta gente de arena bañada por el agua, estamos representados de algún modo todos nosotros, que celebramos año tras año que nos ha nacido un Niño"
Foto:
Tony Hernández
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Hace unos días que abrió al
público el belén de arena de la playa de Las Canteras en las Palmas de Gran
Canaria. Ya cumple 14 ediciones esta bellísima muestra de arte efímero que
puede visitarse hasta el día 6 de enero.
Han participado en el belén
ocho escultores de Rusia, Bélgica, Francia, Estados Unidos, Canadá, Letonia e
Italia. A través de sus manos, han cobrado forma la Anunciación, el Nacimiento,
los Reyes Magos, los pastores y otras tantas figuras que rinden homenaje al
campo y los agricultores de la isla.
Este belén está hecho de
arena como nosotros, según el Génesis. Como es sabido, «Yahvé Dios formó al
hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó
el hombre un ser viviente». Cuentan que Miguel Ángel se encaró con su Moisés,
que se exhibe en la iglesia romana de San Pietro in Vincoli, y le gritó
«¡Habla!» mientras le arrojaba un martillo (he oído también que fue un cincel).
Los seres humanos no
podemos insuflar vida, pero podemos hacer esculturas maravillosas que, de algún
modo, revelan esa huella que el Creador dejó en nosotros cuando –desde el
primer instante del Universo, ese estallido de energía primigenio– amó al ser
humano, a quien hizo a su imagen y semejanza.
Así que también nosotros
estábamos hechos de polvo, es decir, de arena, y a él volveríamos: «Polvo eres
y en polvo te convertirás». Ahora bien, Quevedo apuntó que sería polvo, mas
polvo enamorado. Nosotros podemos añadir que este polvo nuestro también es
redimido, rescatado y elevado en la historia por la encarnación de Cristo. Este
polvo del hombre está llamado a la Resurrección. No ha de ser, sin más, polvo
muerto para siempre. No todo está perdido. En un lugar y en tiempo determinado,
en Belén de Judá, en tiempos del emperador Augusto, en un pesebre –porque no
tenían sitio en la posada– nos ha nacido un Salvador. Y eso lo cambia todo.
Es sabido que los Reyes
Magos llegan al archipiélago canario en barco, así que tal vez avisten desde la
distancia del mar o la altura de los cielos iluminados este belén de arena que
representa el nacimiento del Salvador del mundo. Me gusta imaginar que, por
esta playa repleta de esa esperanza que estas figuras representan, han de pasar
los Reyes Magos tras una estrella que indica el lugar de lugares, el centro del
mundo en esa noche, el lugar en que se consuma el prodigio de un amor infinito
que nace para dar vida y vida en plenitud.
Como recuerda el Papa
Francisco en la carta apostólica Admirabile signum sobre el
significado y el valor del belén, «el Dios que se ha hecho Niño para decirnos
lo cerca que está de todo ser humano, cualquiera que sea su condición».
Así, en estos pastores, en
esta gente de arena bañada por el agua, estamos representados de algún modo
todos nosotros, que celebramos año tras año que nos ha nacido un Niño. Karl
Rahner señalaba que «La Navidad dice: Dios ha venido a nosotros». A esto
alcanza el amor de Dios: a hacer de una humanidad de seres surgidos del barro
sus hijos amados.
Ricardo Ruiz de la Serna
Fuente: Alfa y Omega