NUESTROS PECADOS Y LA CONFESIÓN
Dominio público |
II. Ante el mismo Jesucristo. Confesión frecuente.
III. Cada Confesión, un bien para toda la Iglesia. La Comunión de los Santos
y el sacramento de la Penitencia.
“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus
discípulos: «Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le descarría
una de ellas, ¿no dejará en los montes las noventa y nueve, para ir en busca de
la descarriada? Y si llega a encontrarla, os digo de verdad que tiene más
alegría por ella que por las noventa y nueve no descarriadas. De la misma
manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de
estos pequeños»” (Mateo 18,12-14).
I. La Confesión es también el sacramento, junto a la Sagrada
Eucaristía, que nos dispones para el encuentro definitivo con Cristo al fin de
nuestra existencia. Toda nuestra vida es un constante adviento, una espera del
instante último para el que no dejamos de prepararnos día tras día. Cada
Confesión bien hecha es un impulso que recibimos del Señor para seguir
adelante, sin desánimos, sin tristezas, libres de nuestras miserias.
Para
quienes han caído en pecado mortal después del Bautismo, este sacramento es tan
necesario para la salvación como le es el bautismo para los que aún no han sido
regenerados a la vida sobrenatural. Todo pecado mortal debe pasar por el
tribunal de la Penitencia, en una Confesión auricular y secreta con absolución
individual. “No podemos olvidar que la conversión es un acto interior en el que
el hombre no puede ser sustituido por otros, no puede hacerse “reemplazar” por
la comunidad” (JUAN PABLO II, Homilía Parroquia S.Ignacio de A. Roma)
II. La Confesión, además de ser completa, ha de ser
sobrenatural: conscientes de que vamos a pedir perdón al mismo Señor, a quien
hemos ofendido. La Confesión con sentido sobrenatural es un verdadero acto de
amor a Dios; se oye a Cristo en la intimidad del alma, como a Pedro: ¿Simón,
hijo de Juan, me amas? Y con las mismas palabras de este Apóstol le podremos
también decir: Señor, Tú sabes todas las cosas, Tú sabes que te amo..., a pesar
de todo.
El
pecado venial también es muy dañino para el alma: disminuye el fervor de la
caridad, aumenta las dificultades para la práctica de las virtudes, y
predispone al pecado mortal. Amar la Confesión frecuente es síntoma de finura
de alma, de amor a Dios: “la Confesión renovada periódicamente llamada de
“devoción”, siempre ha acompañado en la Iglesia el camino de la santidad” (JUAN
PABLO II, Alocución).
III. La Confesión es uno de los actos más íntimos y personales
del hombre. Muchas cosas fundamentales cambian en el santuario de la conciencia
en cada Confesión, y muchas cosas cambian también en el ámbito familiar y
profesional. El pecado es la mayor tragedia que el hombre puede sufrir: produce
un descentramiento en quien lo comete y a su alrededor. Por la Comunión de los
Santos, cada Confesión tiene sus resonancias bienhechoras en toda la Iglesia.
Pidamos
a Nuestra Madre que nos acerquemos a la Confesión con gran amor y
agradecimiento.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org