Toma las riendas de cada decisión que asumes estos
días
Hace mucho tiempo se habla de la “era del
consumo”, de que vivimos en un mundo consumista. Claramente siempre hemos
consumido los bienes necesarios para subsistir, pero lo que hace a una sociedad
consumista es el consumo de bienes superfluos.
Casi sin percibirlo vamos
cambiando nuestro modo de vivir desde la lógica del consumo con sus ritos y
mandamientos sociales.
En una sociedad consumista los
bienes que más se consumen son superfluos y la felicidad dependería de la
experiencia de consumir y por lo tanto de las posibilidades de consumo de
mayores bienes superfluos. Se nos ha vuelto “natural” vivir de esta
manera y no reparamos demasiado en cuan libres somos a la hora de consumir y de qué
depende nuestra felicidad.
Siempre
que se acerca Navidad, la fiebre consumista se asume como algo de lo que no se
puede escapar. Los
regalos se han vuelto –no solo en Navidad- un mandato social que obliga a
consumir como un mandamiento divino. Paradójicamente el regalo (don), que es un
signo de la gratuidad, se ha convertido en un intercambio, en un deber. Así el
consumismo nos consume a nosotros y creyéndonos libres, llevados por la
corriente, no revisamos nuestras decisiones ni
reparamos en qué es lo que realmente nos hace felices.
Incluso “ir de compras” se ha
vuelto un fin en sí mismo, no importa lo que uno se compre, lo que importa es
comprar algo. Algo que si lo pensamos podría parecernos absurdo, superficial y
hasta ridículo. Sin embargo, se nos ha naturalizado como “lo normal”.
¿Cómo nos preparamos para
la Navidad?
En algunas tiendas al terminar Halloween,
ya comienzan a vestirse con signos navideños, como indicándonos que ya debemos
ir pensando en las compras de fines de diciembre. El Adviento no había
comenzado y ya se está pensando en los regalos de Navidad. Los anuncios que nos
llegan no son la “Buena Noticia” del Evangelio, sino los incontables catálogos
de todo lo que se puede comprar.
La publicidad es una avalancha
aplastante que ha vuelto una fiesta de recogimiento y esperanza en
un clima de estrés, cansancio y deseos de que ya pase de una vez. Hasta muchos
se preocupan por cuánto van a subir de peso en las fiestas, por todo lo que van
a consumir. ¡Como si nos obligaran a comer tanto! Casi con cierto determinismo
nos olvidamos que nosotros elegimos cómo vivir la vida, y cómo celebrar la
Navidad, sin tener que seguir los mandatos sociales que impone la lógica del
consumo.
Si a alguien se le ocurre no
regalar nada en las fiestas, queda proscrito socialmente. Hasta hay quien se
siente obligado a hacer una lista de regalos a quienes en realidad no
desea regalar, pero “debe hacerlo”. Así el verdadero
sentido del regalo, que es la donación gratuita –no por compromiso-, se
pervierte hasta transformarse en todo lo contrario a lo que es un verdadero
“regalo”. Cada vez más ritos sociales son puros regalos: consumo y más consumo.
Muchos con creatividad han comenzado a
hacer otro tipo de regalos, que no se compran ni se
venden. Verdaderos regalos que le pueden cambiar la vida a quienes los reciben: son
verdaderamente gratuitos y con un valor incalculable. Regalar
tiempo, gestos de amor auténticos son los regalos más
creativos y más auténticos que podemos hacer. Incluso a veces es fácil comprar
algo, pero lo que cuesta es donarnos nosotros mismos, hacer de nuestra vida, de
nuestro tiempo, de nuestro afecto, un verdadero regalo.
Devolver la gratuidad a la
Navidad
En Navidad los cristianos celebramos que
Dios se ha hecho regalo,
que Dios se ha hecho uno de nosotros, se ha donado a sí mismo, lo ha dado todo,
sin pedir ni exigir nada a cambio. El amor es así, pura donación. ¿Qué
significa entonces vivir el “espíritu navideño”? Sin lugar a dudas tiene
mucho más que ver con el amor que con el consumo. Para vivir la
Navidad en serio, hay que volver a contemplar el misterio más hondo que se
revela en esta celebración.
Contemplando el pesebre, el Niño
Dios por el que se celebra la Navidad, vuelvo a meditar una sencilla y profunda
descripción del P. José Luis Martín Descalzo sobre
el misterio de la Navidad:
“Navidad es la prueba, repetida
todos los años, de dos realidades formidables: que Dios está cerca de nosotros,
y que nos ama. Nuestro mundo moderno no es precisamente el más capacitado para
entender esta cercanía de Dios. Decimos tantas veces que Dios está lejos, que
nos ha abandonado, que nos sentimos solos…
“Parece que Dios fuera un padre
que se marchó a los cielos y que vive allí muy bien, mientras sus hijos sangran
en la tierra. Pero la Navidad demuestra que eso no es cierto. Al contrario. El
verdadero Dios no es alguien tonante y lejano, perdido en su propia grandeza,
despreocupado del abandono de sus hijos. Es alguien que abandonó
él mismo los cielos para estar entre nosotros, ser como
nosotros, vivir como nosotros, sufrir y morir como nosotros. Éste es el Dios de
los cristianos.
“¿Y por qué bajó de los cielos?
Porque nos ama. Todo el que ama quiere estar cerca de la persona amada. Si
pudiera no se alejaría ni un momento de ella. Viaja, si es necesario, para
estar con ella. Quiere vivir en su misma casa, lo más cerca posible. Así Dios.
Siendo, como es, el infinitamente otro, quiso ser el infinitamente nuestro.
Siendo la omnipotencia, compartió nuestra debilidad. Siendo el eterno, se hizo
temporal…
“Pero ¿cuántos se dan cuenta de
ello? ¿Cuántos están tan distraídos con las fiestas familiares que en estos
días no se acuerdan de su alma?…
“Por eso yo quisiera invitarles,
amigos míos, a abrir sus ventanas y sus ojos, a descubrir la maravilla de que
Dios nos ama tanto que se vuelva uno de nosotros. Y que vivan ustedes estos
días de asombro en asombro. Que se hagan ustedes las grandes preguntas que hay
que hacerse estos días y que descubran que cada respuesta es más asombrosa que
la anterior”.
La primera pregunta es: ¿Qué pasa realmente estos días? Y la
respuesta es que Alguien muy importante viene a visitarnos.
¿Quién es el que
viene? Nada menos que el Creador del mundo, el autor de las estrellas y de
toda carne.
¿Y cómo viene? Viene hecho
carne, hecho pobreza, convertido en un bebé como los nuestros.
¿A qué viene? Viene a
salvarnos, a devolvernos la alegría, a darnos nuevas razones para vivir y para
esperar.
¿Para quién viene? Viene
para todos, viene para el pueblo, para los más humildes, para
cuantos quieran abrirle el corazón.
¿En qué lugar viene? En el
más humilde y sencillo de la tierra, en aquel donde menos se le podía esperar.
¿Y por qué viene? Sólo por
una razón: porque nos ama, porque quiere estar con nosotros.
Y la última pregunta, tal vez la
más dolorosa: ¿Y cuáles serán los resultados de su venida? Los
que nosotros queramos. Pasará a nuestro lado si no
sabemos verle. Crecerá dentro de nosotros si le acogemos.”
Miguel
Pastorino
Fuente:
Aleteia