Jesús
es un mesías manso y humilde de corazón, que predica la misericordia y el
perdón y va en busca del hombre descarriado
Además de las ocho
bienaventuranzas que conocemos por el evangelio de Mateo, existen otras pronunciadas por Jesús, que
salpican los relatos evangélicos y forman un conjunto de dichos que ayudan al
cristiano a vivir la alegría del evangelio.
Técnicamente se les llama
«macarismos» porque comienzan con la palabra griega «makarios», que significa
dichoso, bienaventurado. En este tercer
domingo de Adviento tenemos precisamente uno de esos dichos, que resulta un
tanto enigmático.
Para comprenderlo bien, es
preciso tener en cuenta el contexto en que se halla. Juan Bautista, que estaba
encarcelado, recibió noticias del modo en que Jesús se presentaba como mesías,
muy distinto del que se esperaba en Israel, y envió a dos de sus discípulos
para que le preguntasen si era él el mesías que había de venir o tenían que
esperar a otro.
Jesús no responde a los
emisarios de Juan de modo abstracto, ni con teorías sobre el mesías, sino se
remite a los hechos que hace y a sus palabras. Y lo hace citando al profeta
Isaías, cuyo texto leemos hoy en la primera lectura: «Los ciegos ven y los
cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos
resucitan y los pobres son evangelizados. ¡Y bienaventurado el que no se
escandalice de mí» (Mt 11,5-6).
Jesús
sabe que su modo de actuar y su enseñanza pueden resultar escandalosos para
quienes esperan un mesías revestido de poder político y social, un líder que
liberaría a Israel del sometimiento al poder de Roma. Jesús es un mesías manso
y humilde de corazón, que predica la misericordia y el perdón y va en busca del
hombre descarriado. Este modo de proceder, tan distante del mesías poderoso y
severo que el pueblo esperaba, hizo que muchos se escandalizaran de él. Si
leemos detenidamente los evangelios, descubriremos que la enseñanza de Jesús
resultó escandalosa para los dirigentes del pueblo de Israel, como también
escandalizó su trato con pecadores y publicanos.
Por
eso, Jesús añade a los signos que presenta el profeta Isaías sobre las curaciones
milagrosas una frase novedosa: «Los pobres son evangelizados». ¿Quiénes son
estos pobres? ¿Por qué el hecho de recibir el evangelio puede suponer motivo de
escándalo? En este contexto, «pobre» es sinónimo de pequeño, desamparado,
incluso despreciado por los que se consideraban justos y «ricos» ante el Señor.
Son los pecadores a quienes Jesús les presenta la buena nueva del Reino
invitándoles a la conversión y a dejarse amar por Dios.
Sabemos
que Jesús «escandalizó» cuando se acercó a los pecadores y convivió con ellos;
cuando anunció que venía a perdonar pecados; cuando amplió el mandamiento del
amor a los enemigos; cuando habló de seguirle posponiendo el amor a los padres
y familiares e incluso a uno mismo. Esta enseñanza y los gestos que la
acompañaban no encajaban en la imagen del mesías esperado. De ahí que Jesús,
después de haber añadido la novedad de que los pobres eran evangelizados,
afirmó: ¡Y bienaventurado el que no se escandalice de mí! Con esta frase, Jesús
quiere sugerir a Juan Bautista (o a quienes le seguían), que deben abandonar
las dudas sobre si es o no el mesías y aceptar la imagen del mesías que él
encarna.
Hoy día, muchos se
escandalizan también de Jesús cuando, ante la novedad de su enseñanza y de su
forma de vivir, se resisten a aceptar la radicalidad evangélica pensando que es
una utopía o una doctrina impracticable. «Duro es este lenguaje», vienen a
decir como aquellos que se escandalizaron de Jesús cuando anunció la
eucaristía. O como quienes pedían que Jesús bajara de la cruz y salvara este
mundo con medios más «eficaces». En realidad, escandaliza que Dios se haga
pobre en un pesebre y se anonade en la cruz.
+ César Franco
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia