SIERVOS INÚTILES
II. El
Señor nunca niega su ayuda.
III. Colaboradores
de Dios.
“En aquel tiempo, dijo el Señor:
-«Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando
vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: "En seguida, ven y ponte a
la mesa"? ¿No le diréis: "Prepárame de cenar, cíñete y sírveme
mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú"? ¿Tenéis que estar
agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando
hayáis hecho todo lo mandado, decid: "Somos unos pobres siervos, hemos
hecho lo que teníamos que hacer" (Lucas 17,7-10).
I. Desde nuestra llegada a este mundo hasta la vida eterna a
la que hemos sido destinados, todo procede de Dios como un inmenso regalo.
Hemos sido elevados, sin mérito de nuestra parte, a la dignidad de hijos de
Dios, pero por nosotros mismos no sólo somos siervos, sino siervos inútiles,
incapaces de llevar a cabo lo que nuestro Padre nos ha encargado, si Él no nos
ayuda.
La
gracia divina es lo único que puede potenciar nuestros talentos humanos para
trabajar por Cristo. Nuestra capacidad no guarda relación con los frutos
sobrenaturales que buscamos. Sin la gracia santificante para nada serviríamos.
Somos
lo que “el pincel en manos del Artista” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino) Si
somos humildes –“andar en verdad” es ser conscientes de que somos siervos inútiles-
nos sentiremos impulsados a pedir la gracia necesaria para cada obra que
realicemos.
II. San Pablo enseñó que Dios es quien obra en nosotros el
querer y el obrar según su beneplácito (Filipenses 2, 13). Esta acción divina
es necesaria para querer y realizar obras buenas; pero ese querer y ese obrar
son del hombre: la gracia no sustituye la tarea de la criatura, sino que la
hace posible en el orden sobrenatural.
La
liturgia de la Iglesia nos hace pedir constantemente esa ayuda divina, de la
que andamos tan radicalmente necesitados. El Señor no la niega nunca, cuando la
pedimos con humildad y confianza. Nosotros pondremos todo nuestro empeño en lo
que tenemos entre manos, como si todo dependiera de nosotros. A la vez,
recurriremos al Señor como si todo dependiera de Él. Así hicieron los santos.
Nunca quedaron defraudados.
III. ¡Qué maravilla sentirnos cooperadores de Dios en la gran
obra de la Redención! Para que el pincel sea un instrumento útil en manos del
pintor, ha de subordinar su propia cualidad al uso que de él quiera hacer el
artista, y debe estar muy unido a la mano del maestro: si no hay unión, si no
secunda fielmente el impulso que recibe, no hay arte.
Nosotros
que queremos serlo en manos del Señor, nos mantendremos muy unidos a Él y le
pedimos continuamente Su gracia.
Nuestra
Madre nos ayudará a ser eficaces instrumentos del Señor. Nuestro Ángel Custodio
enderezará nuestra intención y nos recordará que somos siervos inútiles en
manos del Señor.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org