LAS LÁGRIMAS DE JESÚS
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Dominio público |
I. Jesús
no queda indiferente ante la suerte de los hombres.
II. Humanidad
Santísima de Cristo.
III. Tener los mismos sentimientos de Jesús.
“En aquel tiempo, al
acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, le dijo llorando: -« ¡Si al menos
tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz! Pero no: está escondido a
tus ojos. Llegará un día en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán,
apretarán el cerco, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra
sobre piedra. Porque no reconociste el momento de mi venida»” (Lucas
19,41-44).
I. Jesús contempla la
ciudad de Jerusalén, y llora sobre ella (Lucas 19, 41), pues ve cómo quedaría
destruida más tarde la ciudad que tanto amaba, porque no conoció el tiempo de
su visitación. San Juan nos deja constancia en otra ocasión de esas lágrimas de
Jesús, que pueden ser tan consoladoras para nuestra alma: llora por la muerte
de su amigo Lázaro.
Los
judíos presentes exclamaron: Mirad cómo le amaba (Juan 11, 33-36). Jesús
–perfecto Dios y hombre perfecto (Símbolo Atanasiano)- sabe querer a sus amigos,
a sus íntimos y a todos los hombres, por los que dio la vida. Hoy podemos
contemplar la delicadeza de Sus sentimientos, y comprender que Él no es
indiferente a nuestra correspondencia a esa oferta de amistad y de salvación.
No
es indiferente cuando lo visitamos en el Sagrario; no es indiferente ante
nuestro esfuerzo diario por vivir la caridad, ni por servirle en medio del
mundo…. Tantas veces se hace el encontradizo con nosotros! No dejemos de tratar
a Jesús que nos espera. En Él se encuentra el fin de nuestra vida.
II. La vida cristiana no
consiste en detenernos en difíciles especulaciones teóricas, ni en la mera
lucha contra el pecado, sino en amar a Cristo con obras y sentirnos amados por
Él. Cristo vive ahora entre nosotros: le vemos con los ojos de la fe, le
hablamos en la oración, nos escucha continuamente; no es indiferente a nuestras
alegrías y pesares. Con manos humanas trabajó, con mente humana pensó, con
voluntad humana obró, con corazón de hombre amó.
Nosotros
también los hemos llenado de aflicción por nuestros pecados, por las faltas de
correspondencia a la gracia, por no haber correspondido a tantas muestras de
amistad. Si no amamos a Jesús no podemos seguirle. Y para amarle debemos
conocerle meditando frecuentemente el Evangelio: le vemos cansado del camino
(Juan 4, 4), sediento, hambriento. Cómo te haces entender, Señor! Te nos
muestras como nosotros, en todo, menos en el pecado: para que palpemos que
contigo podremos vencer nuestras malas inclinaciones y nuestras culpas.
III. El llanto de Jesús
sobre Jerusalén encierra un profundo misterio. Mirándole a Él, hemos de
aprender a querer a nuestros hermanos los hombres, tratando a cada uno como es,
comprendiendo sus deficiencias cuando las haya, siendo siempre cordiales y
estando siempre disponibles para servirles.
De
Cristo hemos de aprender a ser muy humanos, disculpando, alentando, haciendo la
vida más grata y amable a los que comparten el mismo hogar, el mismo trabajo;
sacrificando los propios gustos cuando entorpecen la convivencia, interesándonos
sinceramente por su salud y por su enfermedad. Y principalmente nos preocupará
el estado de su alma para ayudarles a caminar hacia Cristo que los ama. Hoy le
pedimos a Nuestra Señora un corazón semejante al de su Hijo, lleno de
misericordia.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org