No hay fuerza dentro de nosotros que sea más fuerte que nosotros
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Cada día, los malos deseos, pensamientos, reflejos e inclinaciones se
manifiestan en nosotros y quieren imponernos su ley. Tratamos de luchar de la
mejor manera posible, pero no siempre tenemos éxito. ¿Somos realmente capaces
de resistir la tentación? ¿Existe una receta milagrosa para derrotarla?
Ataques de
violencia, excesos de celos feroces, deseos sensuales, reflejos de egoísmo
salvaje… La lista es larga de estas fuerzas que habitan el corazón del hombre.
Tan larga que los Antiguos habían decidido compararlas con caballos furiosos
que se excitan y llevan a la diligencia y a sus pasajeros en una carrera
mortal. ¿Quién podría detenerlos?
El héroe
valiente que los persigue, que se lanza a su cabeza y los retiene, obviamente
sólo existe en las películas. La realidad es muy diferente. Los poderes
nos habitan y quieren dominarnos. Podemos ver la amenaza que representan.
Y nos
preguntamos si alguna vez seremos capaces de controlarlos. Un pensamiento viene
a la mente: “¡Es más fuerte que yo! ¡Nunca seré capaz de controlarme!”.
Las reglas de oro a seguir
Quien descubra
en él la manifestación de estas fuerzas oscuras debe recordar ante todo que no
tiene nada de excepcional. Esta es una situación común a todos los hombres, y
más aún a los que tienen exigencias de vida.
Todos los
santos han sido sometidos a la tentación. Ellos resistieron heroicamente.
El autocontrol es la meta de toda buena educación.
El “educado” no
es tanto el que respeta desde fuera las convenciones sociales que está obligado
a aceptar, sino el que ha aprendido a controlarse (porque eso se aprende).
Y esta
educación comienza diciendo que no hay fuerza dentro de nosotros que
sea más fuerte que nosotros. Ni nuestros apetitos, ni nuestras
pasiones, ni nuestros afectos, ni nuestros deseos pueden imponernos su ley, si
no lo queremos.
En primer
lugar, debemos estar decididos a defendernos de estos ataques,
que son aún más furtivos ya que vienen de dentro.
Para
defenderse, hay que conocerse a uno mismo. No todos están
expuestos en el mismo ámbito. Uno estará más enojado, el otro más sensual, el
otro muy susceptible o rencoroso. El que se conoce bien a sí mismo siempre será
el más fuerte.
Otra regla de
autocontrol es estar alerta. El vigilante ve venir el impulso, el
deseo o la envidia, que poco a poco tratará de imponerse. Él debe saber que el
que cede al principio tendrá dificultades para no ceder hasta el final.
El vigilante
hace sonar la alarma apenas comienza el ataque. Si siente que viene, podrá
crear una distracción, para evitar el ataque frontal, que siempre es el peor.
Nunca se diga a sí mismo: “No puedo evitarlo, no resistiré”. Eso no es cierto,
los que lo dicen han capitulado antes de tiempo. Debemos recuperar el valor, no
ceder terreno.
El poder de la oración
Aquí es donde
la oración juega un papel decisivo. No pedirle al Señor que actúe
milagrosamente en nosotros sin que tengamos que hacer nada – ¡eso sería
burlarse de Él y de nosotros! – sino para ponerse a su escuela, a Aquel que es
el verdadero maestro, y pedirle que nos ayude en esta lucha, especialmente
cuando está en el límite de lo que podemos soportar.
Hay batallas
que sólo la fuerza de Dios puede ganar. ¿Y no nos manda Jesús que le pidamos al
Padre que se asegure de que esa tentación nunca nos someta?
Por Fray Alain
Quilici
Fuente: Aleteia