La
respuesta al ateísmo fluido y al declive de occidente que propone el cardenal
Sarah en su último libro, “Se hace tarde y anochece”
¿Has oído hablar del ateísmo fluido? A diferencia
del ateísmo duro, que se puede refutar y combatir, este es “escurridizo y
pegajoso”, como una tela de araña, es “la trampa definitiva del Tentador”.
Lo afirma el
cardenal Robert Sarah en su nuevo libro Se hace tarde y anochece,
el último de la trilogía de conversaciones con Nicolas Diat, después de Dios o
nada y La fuerza del silencio.
“Lo propio
del ateísmo fluido es el conformismo con la mentira: esa es la
mayor tentación de nuestro tiempo”, analiza. “El
ateísmo fluido se alimenta únicamente de mis compromisos con la mentira”.
El cardenal
africano, prefecto de la Congregación para el Culto divino y la disciplina de
los Sacramentos, hace una advertencia sobre el ateísmo fluido:
Si lo atacas, si te enzarzas en una lucha
física, en un cuerpo a cuerpo con él, te quedarás adherido a sus sutiles compromisos
(···). Te arrastra a su propio terreno.
Si lo sigues, te verás obligado a emplear
sus armas: la mentira y el compromiso. Fomenta alrededor de él la división, el
resentimiento, la acritud y la mentalidad de partido. ¡Fíjate en la situación
de la Iglesia! No hay más que discordia, hostilidad y sospecha por todas
partes.
¿Entonces cómo combatir ese tipo de ateísmo más práctico que teórico? El
cardenal Sarah propone una solución personal:
Cada uno de nosotros puede tomar esta
determinación: la mentira del ateísmo no volverá a fluir dentro de mí. No
quiero renunciar más a la luz de la fe, no quiero seguir permitiendo que
convivan en mí la luz y las tinieblas por comodidad, por apatía o por conformismo.
Es “una
determinación muy sencilla, interior y concreta. Cambiará nuestra vida hasta en
los detalles más insignificantes”, asegura. Porque “el ateísmo fluido se
alimenta únicamente de mis compromisos con la mentira”.
En el libro,
el cardenal ofrece un preciso análisis del declive de occidente y sus causas,
entre las que destaca la crisis de fe. “El mundo se muere corroído por la
mentira y la rivalidad -constata-. Solo el espíritu de fe puede aportarle paz”.
“No se trata
de empezar una guerra -escribe-. Se trata de ser firmemente fiel a Jesucristo.
Si no podemos cambiar el mundo, sí podemos cambiar nosotros”.
La respuesta
es “negarse a ver las cosas de otra manera que no sea con la fe”, “conservar
nuestra mano en la mano de Dios”. De esta manera, “de pronto nuestra soledad
queda rota por la fuerza de su certeza y la dulce bondad de su mirada”.
La unidad de la Iglesia descansa sobre 4
columnas. La oración, la doctrina católica, el amor a Pedro y la caridad mutua
han de convertirse en las prioridades de nuestra alma y de todas nuestras
actividades.
Esa es la esencia de la crisis
contemporánea de la fe. No queremos mirar a Aquel a quien hemos crucificado. Y
corremos hacia el suicidio. Este libro es una llamada al mundo moderno a
atreverse a cruzar su mirada con la de Dios y ser capaz por fin de llorar.
La fe es una confianza total y absoluta del
hombre en un Dios con el que ha tenido un encuentro personal.
Gracias a la fuerza de su fe, Abrahán
arrastra a toda su familia y a su descendencia a una relación personal con
Dios.
La fe se acrecienta con una intensa vida de
piedad y de silencio contemplativo. Se alimenta y se consolida en un cara a
cara diario con Dios y en una actitud de adoración y de contemplación
silenciosa.
La fe se alimenta de la liturgia, de la
doctrina católica y del conjunto de la tradición de la Iglesia. Sus principales
fuentes son la Sagrada Escritura, los Padres de la Iglesia y el magisterio.
Por
arduo y difícil que sea conocer a Dios y establecer con él una relación
personal e íntima, siempre podemos verlo, escucharlo, tocarlo y contemplarlo en
su palabra y en sus sacramentos. Abriéndonos sinceramente a la verdad y a la
belleza de la creación, pero también gracias a nuestra capacidad de percibir el
significado del bien moral, a la escucha de la voz de nuestra conciencia (···)
generamos las condiciones adecuadas para entrar en contacto con Dios.
Todos los días contemplamos un volumen
inaudito de trabajo, de tiempo, de esfuerzos invertidos con entusiasmo y
generosidad que no obtienen resultado. Y, sin embargo, toda la historia de la
Iglesia demuestra que basta un santo para transformar a millares de almas.
La fuerza del cristiano nace de su relación
con Dios.
La pérdida del sentido de Dios ha socavado
los cimientos de toda civilización humana y abierto las puertas a la barbarie
totalitaria.
Si Dios pierde la centralidad, el hombre
pierde su sitio justo, ya no encuentra su ubicación en la creación, en las
relaciones con los demás.
Jesucristo es la única fuente de salvación
y de gracia a través de la cruz.
Si el hombre se olvida de Dios, acaba
magnificándose a sí mismo.
La verdadera caridad es gratuita. No espera
nada a cambio. La verdadera gratuidad procede de Aquel que gratuitamente ha
dado su vida por nosotros.
El
fundamento de la oración de petición es la confianza en la voluntad de Dios: lo
demás se nos dará por añadidura.
Nuestra religión es un impulso del Hijo
hacia el Padre y del Padre hacia el Hijo. Sencillez, confianza, abandono en las
manos de Dios: ese es nuestro camino hacia Dios.
La pérdida del sentido de la grandeza de
Dios es una regresión terrible al estado salvaje.
Si el temor gozoso y reverente ante la
grandeza de Dios ya no nos hace temblar, ¿cómo vamos a considerar al hombre un
misterio digno de respeto? Ya no tiene esa nobleza divina. Se convierte en una
mercancía, en un objeto de laboratorio. Sin el sentido de la adoración a Dios,
las relaciones humanas se tiñen de vulgaridad y de agresividad.
El hombre solo es grande y solo alcanza su
mayor nobleza cuando se arrodilla ante Dios.
Más que de palabras tenemos necesidad de
rehacer la experiencia de Dios. Ahí puede residir la esencia de toda reforma.
¿Cómo hacer la experiencia de Dios? Lo que
necesitamos es rehacer esta experiencia de la Iglesia como el espacio en el que
se entrega Dios. En este
sentido me gustaría resaltar dos prioridades. Hay un primer espacio en el que
podemos hacer esta experiencia de Dios y de la Iglesia, y es la liturgia. Hay otro espacio en el que podemos hacer la
experiencia de Dios que se entrega a la Iglesia, y son los monasterios.
Cuando se rechaza la vida divina, ya no hay
nada capaz de hacernos felices. La depresión se ha adueñado del corazón del
hombre occidental.
La historia de Occidente está recogida en
el evangelio, en el episodio del hombre rico que busca la vida eterna. En el
último momento se niega a darlo todo. Se ha rendido ante el sacrificio supremo.
Encerrado en su opulencia, ha tenido miedo. Y se ha hundido en la tristeza.
A Occidente le falta recuperar el sentido
de la acción de gracias. La incapacidad de asombrarse es la señal de una
civilización que está muriendo.
En Occidente Dios se ha convertido en uno
de esos ancianos que viven en residencias y que nos olvidamos de visitar.
El apego a los bienes materiales es como un
anestésico que nos impide sentir nuestra hambre de Dios.
La paz y la alegría son las señales de
Dios; el miedo y la tristeza los atributos del infierno.
Solo el silencio y la reflexión, iluminados
por las realidades divinas, son capaces de hacer renacer la vida interior.
El amor a Dios y a los demás, la búsqueda
paciente y perseverante del bien son, hoy más que nunca, la disidencia que el
mundo necesita.
Y, sin embargo, la noche oscura de este
mundo sigue siendo hermosa, porque Dios existe.
La cultura nos conduce a la luz. Pero ello
requiere pasar por fases exigentes, un trabajo intenso y combates librados con
ayuda de la inteligencia.
Ser prudente consiste en emplear medios
concretos para alcanzar la unión con Cristo y vivir como cristiano. Eso exige
no vivir en sintonía con el mundo. Es el momento de recuperar el coraje del
anticonformismo. Los cristianos tienen que ser capaces de crear oasis en lols
que el aire sea respirable; en los que simplemente sea posible la vida
cristiana.
Hay que poder dedicar tiempo a la oración,
a la liturgia y a la caridad.
Nuestras comunidades deben organizarse no
limitándose a hacerle un hueco a Dios, sino situándolo en el centro.
La sociedad de consumo hace del placer y de
la posesión un fin en sí mismo y un ídolo. Como toda idolatría el consumo a
cualquier precio separa a los hombres de Dios. La templanza es moderación, es
una sobriedad sencilla que protege nuestra vida interior y nos abre a la contemplación.
Hoy hace falta mucha fortaleza para ser
padre o madre de familia. A veces vuestro testimonio es el martirio
diario.
Con vuestra fidelidad a la enseñanza de
Cristo sobre el matrimonio y la familia, con vuestras muestras diarias de amor,
sembráis la semilla de la esperanza. Pronto recogeremos la cosecha.
La esperanza es un combate constante. Un
combate en el que las únicas armas que esgrimimos son la oración, el silencio,
la palabra de Dios y la fe.
Sólo Dios es capaz de saciar nuestra sed de
felicidad.
La fuente más honda de la esperanza se
encuentra en la Eucaristía. Cada vez que comulgamos se hace realidad
temporalmente lo que en el cielo será pleno y definitivo. En la comunión
saboreo a Dios y Él me diviniza. Por eso la liturgia es fuente de gozo y de
juventud.
El contacto con los santos es otro de los
espacios donde renovamos nuestra esperanza.
Es hora de que la fe se convierta en el
tesoro más íntimo y más valioso de los cristianos.
La caridad resume y orienta toda la vida de
las virtudes. Comprender la caridad es ante todo mirar a Dios, porque Dios es
amor.
Fuente:
Aleteia