La Iglesia, como familia de Dios, es una hermosa comunión de bienes espirituales y materiales
La jornada de la Iglesia
diocesana nos recuerda cada año que la Iglesia es una gran familia en la que cada
cristiano expresa su pertenencia a la comunidad instituida por Cristo. Cada
bautizado es un don para toda la Iglesia en la medida en que toma conciencia de
que, por muchos que seamos, cada uno aporta la riqueza de su individualidad y
los dones que ha recibido de Dios.
Ese es el sentido de la idea
que se quiere transmitir en la jornada de este año: «Sin ti, no hay presente.
Contigo hay futuro». En la vida social y política de los pueblos, la
importancia de cada persona se pone de relieve cuando llegan las jornadas
electorales que determinan el futuro de la sociedad. Por eso, los líderes
políticos buscan el voto en las grandes ciudades y en los pueblos más perdidos
de la geografía.
La Iglesia no es una comunidad
política. Su fuerza no reside en el número de los que la constituyen como
familia o pueblo de Dios. El valor de cada individuo reside en que es un miembro
del Cuerpo de Cristo, que siente la responsabilidad del testimonio público en
la sociedad. Por eso, el presente de la Iglesia implica a cada bautizado sin
excepción. Y el futuro de la Iglesia nos permite acrecentar la esperanza en la
medida en que cada cristiano asume su pertenencia a la Iglesia entregándose a
sí mismo como hizo Cristo.
La Iglesia, como familia de
Dios, es una hermosa comunión de bienes espirituales y materiales. Todos
aportamos lo propio y acogemos los talentos de los demás. Esta comunión es una
característica esencial de la Iglesia, como sabemos por el libro de los Hechos
de los apóstoles. Los cristianos participaban de un patrimonio común que hacía
posible el desarrollo de las grandes acciones de la Iglesia: evangelización,
culto y caridad.
Lo espiritual —en una visión
cristiana del hombre— no puede separarse de lo material. En esta jornada la
Iglesia diocesana hace pública su actividad y cómo distribuye la aportación de
los fieles. Así aparecen claramente los dos aspectos de la Iglesia: dar y
recibir. El pueblo cristiano, que construyó sus templos y catedrales, es el
mismo pueblo que evangeliza y atiende
las necesidades de los más pobres. Culto y dinamismo social están íntimamente
unidos, porque, en la medida en que participamos de la
liturgia de Cristo, nos comprometemos más y mejor en la expresión visible de la
caridad.
Podemos decir incluso que, sin
culto a Cristo en los sacramentos que él ha instituido, es imposible la
verdadera caridad. Por eso, los grandes maestros de la fe han acentuado la
íntima relación entre la acción sagrada de la liturgia y el testimonio de la
caridad en sus diversas expresiones. Presente y futuro de la Iglesia van de la
mano gracias a la entrega de Cristo por los hombres. Su entrega —actualizada en
los sacramentos de la Iglesia— nos estimula a hacer nosotros lo mismo. Por
ello, invito a cada cristiano a expresar en su vida la entrega radical de
Cristo, que no vino a ser servido sino a servir y dar su vida por los hombres.
Pido al Señor que la diócesis
de Segovia y cada cristiano de la misma sea un signo de la entrega de Cristo.
De esta manera serán muchos los que quieran formar parte de la familia de los
hijos de Dios.
+ César Franco
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia