“Lo que necesita la Iglesia para responder en
todo tiempo a las necesidades del hombre es santidad, no management”
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Cardenal Robert Sarah |
Tras libros de
gran profundidad, espiritualidad y discernimiento como La Fuerza del Silencio o Dios o nada, el cardenal Robert Sarah publica Se
hace tarde y anochece (Palabra), un certero análisis de la crisis moral de Occidente pero también en
el seno de la Iglesia Católica, donde habla con meridiana
claridad de la mundanización de la Iglesia y el grave problema cultural e
identitario que afecta a un Occidente sin Dios.
Pero no se queda ahí y el
actual prefecto para la Congregación del Culto Divino y Disciplina de los
Sacramentos propone también los medios para evitar el infierno de un mundo sin
Dios. No ofrece una
fórmula mágica sino la santificación personal de los cristianos, empezando
por los propios pastores.
El cardenal Sarah recalca en su obra que “en la
raíz de la quiebra de Occidente hay una crisis cultural e identitaria. Occidente ya no sabe ni quiere
saber qué lo ha configurado, qué lo ha constituido tal y como ha sido y tal y
como es. Hoy muchos países ignoran su historia. Esta autoasfixia
conduce de forma natural a una decadencia que abre el camino a nuevas
civilizaciones bárbaras”.
"¡No dudéis!"
La Iglesia Católica no es ajena a esta crisis sino
que también le afecta gravemente. En este momento de escándalos eclesiales como
los casos de abusos y la secularización interna, el cardenal afirma que “los
cristianos se estremecen, vacilan, dudan”. Y a ellos les dice: “¡No dudéis! ¡Manteneos firmes
en la doctrina! ¡Perseverad en la oración!”.
Este cardenal guineano de 74 años recuerda que “el
diablo intenta hacernos dudar de la Iglesia. Quiere que la veamos como una
estructura humana en crisis. Pero la Iglesia es mucho más que eso: es la
prolongación de Cristo. El
diablo nos insta a la división y al cisma. Quiere hacernos creer que
la Iglesia ha cometido traición. Pero la Iglesia no traiciona. ¡La Iglesia, llena
de pecadores, está libre de pecado! Siempre habrá en ella luz suficiente para
quienes buscan a Dios”.
Sarah reconoce abiertamente que la Iglesia ha sido
“deshonrada” y que “sus enemigos están dentro de ella”. Pero por eso mismo pide
que “no la abandonemos”. ¿Qué hacer entonces?, se pregunta. A su juicio, “ante el aluvión de pecados dentro
de la Iglesia, nos sentimos tentados de tomar las riendas. Nos sentimos
tentados a purificar la Iglesia con nuestras propias fuerzas. Y sería un error.
¿Qué podríamos hacer? ¿Un partido? ¿Un movimiento? Esa es la tentación más
grave: una división tapada con oropeles.
Con la excusa de
hacer el bien, nos dividimos, nos criticamos, nos destrozamos. Y el demonio se
ríe. Ha conseguido tentar a los buenos bajo la apariencia del bien. La Iglesia
no se reforma con la división y el odio. La Iglesia se reforma comenzando por
cambiar nosotros mismos. No dudemos, cada uno desde nuestro sitio, en denunciar
el pecado, empezando por el nuestro”.
Una crisis de fe dentro de la
Iglesia
En Se hace tarde y anochece, el prefecto vaticano
considera que en la Iglesia lo que hay es una crisis de fe que se manifiesta de
maneras diversas. De este modo, el cardenal Sarah advierte que “el activismo corroe la oración, la
auténtica caridad se transforma en una solidaridad humanitaria, la liturgia
queda a merced de la desacralización, la teología se convierte en
política, hasta la noción de sacerdocio entra en crisis”.
Precisamente, uno de los grandes males en la
Iglesia es la “trágica dicotomía” y la “incoherencia dramática” entre la fe que
se profesa y la vida concreta. En esta crisis de la Iglesia, el purpurado cree
que se ha entrado en una nueva fase: la “crisis del magisterio”.
Sin el corporativismo que se suele dar entre los
pastores, el cardenal afirma que “hoy reina una auténtica cacofonía entre las
enseñanzas de los pastores, los obispos y los sacerdotes, que parecen
contradecirse. Cada uno
impone su opinión personal como si fuera una certeza. De ahí nace una situación
de confusión, ambigüedad y apostasía”.
Un llamado a los obispos y
sacerdotes
Y por ello cree que debido a esto “en el espíritu
de muchos fieles cristianos se
han inoculado una enorme desorientación, un profundo desarraigo e
incertidumbres destructivas”. A esta confusión se suma –explica en el
libro- que los que deberían transmitir la verdad divina “no dudan en mezclarla
con las opiniones de moda, incluso con la ideologías del momento”.
En este sentido, el cardenal encargado de cuidar la
liturgia en la Iglesia hace un llamamiento: “Querría suplicar a los obispos y a los sacerdotes que cuiden la
fe de los fieles”. Y añade que en medio de esta tempestad “no es el
momento de lanzarse detrás de las novedades de moda que corren peligro de
desvanecerse antes de haber podido tocarlas siquiera. Hay que seguir el rumbo
sin desviarse, esperar a que se despeje el horizonte. Me gustaría decirles a los cristianos: ¡no os inquietéis! En
vuestras manos está el tesoro de la fe de la Iglesia. Lo habéis heredado de
siglos de contemplación, de la enseñanza constante de los papas. De él se puede
alimentar vuestra vida de fe sin ningún temor”.
Ante los intentos de acabar con una Iglesia
jerárquica, Sarah responde que “la visión horizontal de la Iglesia conduce inevitablemente al
deseo de que sus estructuras imiten las de las sociedades políticas”. Sin
embargo, la Iglesia “no es un partido, no es una asociación, no es un club: su
estructura profunda y sustantiva no es democrática, sino sacramental y, por lo
tanto, jerárquica”.
Distorsionar esta visión acaba provocando que “los cristianos ya sólo ven
en sus obispos a hombres en busca de poder. Lo que se comenta es la
influencia de este o la carrera de aquel. ¿Cómo es posible que olvidemos que en
la Iglesia el gobierno es un servicio?”.
La solución pasa por la santidad
Citando a Ratzinger, el purpurado africano
considera que “lo que
necesita la Iglesia para responder en todo tiempo a las necesidades del hombre
es santidad, no management”. Y
por ello advierte del grave riesgo que supone la rutina y la tibieza.
En este libro-entrevista con Nicolas Diat, Robert
Sarah cree que se ha llegado “a un momento crucial de la historia de la Iglesia”. Dos
perspectivas se abren: “O bien seguimos pretendiendo salvar la Iglesia con
reestructuraciones que no hacen sino añadir una sobrecarga excesivamente humana
a su esencia divina, o bien decidimos dejarnos salvar por la Iglesia ¡-o, mejor
aún, por la acción de Dios en ella- y encontrar después los medios para
convertirnos”.
No descarta que se esté a la víspera de una gran
reforma en la Iglesia cono la gregoriana del siglo XI o la del concilio de
Trento del XVI. “Yo, por
mi parte, creo que son los santos quienes cambian las cosas y hacen que la
historia avance. Las instituciones van por detrás: no hacen sino
prolongar la acción de los santos”, agrega.
Hay "esperanza" aunque
será un "duro combate"
Pero el cardenal también habla de qué hacer y llama
a la “esperanza”, que no es un “plácido optimismo” sino que nace de estar unido
a Dios. “Necesitamos que
se alcen hombres y mujeres con coraje y energía espiritual para hablar y actuar,
sembrando en torno a ellos semillas de sensatez, de verdad, de amor y de paz.
¡Sí, la esperanza es un duro combate!”.
Es por tanto la llamada a la santidad la clave para
solventar esta crisis en la Iglesia, pero también considera que “quizá sea el miedo a hablar del
infierno lo que nos hace tan pusilánimes a la hora de predicar nuestra vocación
divina a la santidad”.
Según Sarah, la fuente más honda de la esperanza se
encuentra en la Eucaristía. “Cada vez que comulgamos se hace realidad
temporalmente lo que en el cielo será pleno y definitivo. En la comunión
saboreó a Dios y Él me diviniza. Por eso la liturgia es fuente de gozo y de juventud”.
"Nos tiene que abrasar nuestro
amor a la fe"
Renovar nuestra fe es el camino a seguir y “es hora
–añade el cardenal- de arrancar
a los cristianos del relativismo ambiente que anestesia los corazones y
adormece el amor”. Y agrega que “es hora de que la fe se convierta en
el tesoro más íntimo y más valioso de los cristianos”.
“Queridos hermanos obispos, sacerdotes y todos los
bautizados: nos tiene que
abrasar nuestro amor a la fe. No debemos empañarla ni diluirla con
compromisos mundanos. No debemos falsificarla ni corromperla. ¡Nos jugamos la
salvación de las almas: las nuestras y la de nuestros hermanos!”, afirma el
cardenal.
Y recuerda igualmente: “No escondamos más la luz
debajo del celemín, ¡no ocultemos el tesoro que hemos recibido gratuitamente! ¡Tengamos la audacia de
anunciar, testimoniar, de catequizar! No podemos seguir llamándonos
creyentes y, en la práctica vivir como ateos. La fe ilumina toda nuestra vida,
no sólo nuestra vida espiritual”.
Javier Lozano
Fuente; ReL